­¿Cómo cambia el día a día de Bevilacqua y Chamorro al tener que convivir en una misión española en Afganistán?

Es un escenario muy peculiar. No es un lugar normal, sino una base multinacional donde hay gente de muchos países. Además está aislada. Cuando un Guardia Civil investiga un caso en Cuenca o Albacete, tiene bastante claro lo que puede hacer y lo que no. Sabe que hay unas leyes, un juez... Pero cuando va a un lugar así, pues no todo es tan claro. Es difícil saber quién es el juez competente o qué normas se aplican. Porque no sólo está la ley española sino los tratados y las circustancias, que hacen todo bastante más complicado.

¿Una base militar en un país extranjero es algo parecido a un gueto o a una hermandad?

Tiene algo de las dos cosas y de algunas más. Es un paso cerrado, y en cierto modo esta novela es una recreación de los esquemas clásicos de la novela policiaca decimonónica del crimen del cuarto cerrado. Se trata de una base con unas medidas de seguridad extremas. Nadie entra o sale con facilidad. Con lo que claramente se trata de alguien de dentro. Por otra parte, también es verdad que podría ser un gueto o una burbuja. La convivencia entre tanta gente que está encerrada genera unas dinámicas de grupo muy peculiares. Allí todo el mundo depende de todo el mundo. Tu seguridad depende de que todos hagan bien su trabajo y la seguridad de todos depende de que tú hagas bien el tuyo. Y eso crea vínculos más fuertes todavía.

¿Podríamos decir que es como una secta?

Tanto como una secta no diría yo. La secta está reducida a un pensamiento único y allí hay mucha diversidad. El ejército de hoy, aunque la gente no lo vea o no lo crea mucho, es un reflejo de la sociedad y de su pluralidad. Tuve la oportunidad de hablar con mucha gente y ni mucho menos el pensamiento era único. Cada uno cumplía con su deber y su obligación, porque la disciplina es algo que tienen muy asumido, pero después cada cual hacía sus interpretaciones.

Ahora incluso hay militares que van en las listas de Podemos.

En uno de los aviones en los que fui a Afganistán, conversé con un militar que me reconoció que votaba a Podemos. Por eso a mí me ha sorprendido poco ver a algún general en Podemos. Y si lo analizas, no es algo tan sorprendente.

Lo que sí sorprende son las cifras de las misiones españolas en territorio afgano, con 18.000 soldados desde 2002, más de 100 fallecidos y un coste de 3.700 millones de euros. ¿No habría que haber explicado mejor qué hacemos en Afganistán?

Bueno, también alguien tendría que haberlo preguntado. Ni por parte de la ciudadanía ni de los periodistas ni de los contadores de historias en general, entre los que me incluyo. ¿Cuántas novelas hay sobre Afganistán? ¿Cuántas películas o documentales? Como ves, no se dan respuestas pero tampoco hay preguntas.

¿Y encontró respuestas allí?

Yo no tengo las respuestas, tan solo una intuición y una aproximación. Y mi opinión, como es lógico. Creo que desde 2001, la comunidad internacional tenía que intervenir en Afganistán, algo que se hizo con el paraguas de la ONU. Era difícil que una potencia occidental del porte de España se abstuviese. Entre otras cosas porque ese Estado fallido que a su vez amparaba a una organización criminal nos tenía en su punto de mira. Y no es hipotético. Y el que tenga alguna duda que se acuerde de la estación de Atocha y de marzo de 2004. Porque a fin de cuentas estamos hablando de la misma galaxia, aunque otros especulen con otras cosas. Por eso aquello había que erradicarlo. Otra cosa es prolongar la estancia allí durante 14 años tratando de reprogramar el país para darle una forma que considero inverosímil.

Precisamente, mucha gente opina que una intervención militar en otro país es lo que alienta al terrorismo.

Claro. Una intervención siempre desestabiliza, por lo que tienes que medirla muy bien. Que la intervención sea necesaria no quiere decir que su desarrollo sea siempre el acertado. Una intervención debe ser mínima y tratando de encontrar una fórmula de reconducir el país. Pero a día de hoy Afganistán sigue siendo un país tutelado por la OTAN. Creo que mucha de la gente que ha trabajado en estas misiones, incluso muchos de los gobernantes, tenían una voluntad de contribuir a la reconstrucción, pacificación y reconciliación de un país que lleva más de cuatro décadas en guerra civil. Pero una cosa es eso, esa intención, y otra es que te digan que para logar eso necesitas tener a hombres armados hasta los dientes paseándose por las calles del país. Esa no es una presencia simpática para nadie.

Durante estas misiones ocurrió el accidente del Yak-42. ¿Hay mucha chapuza en el ejército español?

Esa fue también una chapuza de la OTAN, también hay que decirlo. Pero la sensación que yo tuve, aunque sólo estuve ocho días, fue completamente la contraria. Me encontré con gente que era muy consciente de los riesgos y que, además, los había estudiado bien.

¿Quién ganó el debate del lunes?

Pues creo que el que se sabía que iba a ganar. Me parece que había un profesional. Los otros, aunque lo hacen cada vez mejor, no lo parecen tanto. Creo que Pablo Iglesias tiene un dominio de la escena pública muy superior al de sus contrincantes. Se pone mucho menos nervioso y domina mucho mejor su discurso.

Cuando mañana [por hoy] aparezca esta reflexión suya en el titular de la entrevista, le van a linchar en las redes sociales...

También me han linchado antes los de Podemos. Sé que soy carne de cañón. Mi problema es que no soy incondicional de ninguno. Y me dan caña los de Podemos porque les critico cuando veo incoherencias en su discurso. Pero cuando veo que alguien tiene aplomo y brillantez dialéctica, no me importa reconocerlo.

¿Quiere un cambio para el país?

Quiero un cambio para el país, pero no lo veo. El país debería protagonizar un cambio de reseteo y reprogramación del conjunto. Y eso tendría que hacerse con el concurso de diversas sensibilidades. Y lo que veo es una polarización y la pretensión de una parte de imponerse a la otra. Una pretensión que viene de ambos lados. Y eso me parece un error.