­Guiomar, el amor tardío de un Machado ya cincuentón, irrumpió en su vida entre 1926-1927: «€pasóme el pecho/la flecha de un amor intempestivo. /Que tuvo en el camino largo acecho/mostróme en lo certero el rayo vivo€» En 1950, doña Concha Espina recoge retazos de misivas, cartas fragmentadas, adornadas por glosas de indiscutible belleza literaria, bajo el título: De Antonio Machado a su grande y secreto amor. Según la ilustre comentarista las misivas abarcan desde 1929 hasta 1935 en que «la diosa»-como solía llamarla el poeta-se marcha, interrumpiéndose sus fugaces encuentros. Una carta cargada de lirismo pone el broche final: «Adiós, mi diosa, Dios contigo y el corazón de tu poeta.»

Añadiremos que la mayor cantidad del exiguo montón de misivas pertenece a la etapa en que el poeta desempeñó la cátedra de francés en el Instituto de Segovia, y que son muy escasas las del tiempo posterior en que ya reside en Madrid, que es el de la República, hasta la forzada evacuación a Valencia.

Aunque envueltos en cierta nebulosa, los papeles de Machado revelaban su inclinación amorosa por una mujer a la que enmascaraba con el seudónimo de Guiomar. Estas cartas demuestran que se enamoró ya en los años en que se inicia el declinar de la existencia. Ese amor apasionado, extraordinario de belleza y plenitud, que sintiera por aquella esposa-niña, muerta prematuramente, se baña ahora con un sol otoñal aunque ardiente de palabra.

El poeta escribe a Guiomar: «Mis otros amores sólo han sido sueños a través de los cuales vislumbraba yo la mujer real, la diosa. Cuando ésta llegó, todo lo demás se ha borrado. Solamente el recuerdo de mi mujer queda en mí, porque la muerte y la piedad lo han consagrado.» Por eso cuando el poeta silencioso y de torpe aliño indumentario descubre que una mujer bella e inteligente se siente atraída hacia él, conquistada por su poesía, le dedica encendidas palabras asegurando que ni el enamoramiento por su esposa llegó nunca a alcanzar tan alto vuelo.

Los siguientes fragmentos confirman como el poeta se dejó conquistar por esa diosa: «€¿Cómo has conquistado a tu poeta? Tú, tan serena, tan suave, ¡tan fuerte! ¿De qué sustancia invisible es la cadena que me echaste al cuello? Y todo sin pretenderlo. Esa es la diferencia entre la mujer y la diosa€»

Cartas

Justina Ruiz de Conde sugirió que Guiomar pudiera ser Pilar Valderrama, poetisa y animadora del grupo teatral Fantasio, a quien Antonio Machado conoció en Segovia y pudo tratar más en Madrid donde ella residía. Los fragmentos de cartas aluden a ciertos cafés madrileños y, acaso con mayor intimidad, a algún rincón segoviano, destartalado e inhóspito, que el poeta hacía calentar especialmente para la visita de su «diosa», donde se veían de tarde en tarde y a escondidas. Fue un furtivo y platónico amor, un amor fugaz. Guiomar era una mujer casada, y, aunque no le debía ser fácil concertar los encuentros, debía disponer de un medio más rápido que el correo para su comunicación con el poeta.

Como ya hemos señalado, Concha Espina dice que «desde fines del 35 ya no pudo Guiomar tener comunicación ninguna con su enamorado». En Otras canciones a Guiomar (en Poesías completas, de 1936), se recuerda la amarga escena de despedida y separación del poeta y su amada, un emotivo adiós que el poeta no podía hacer llegar directamente como en mejores tiempos: «Sé que habrás de llorarme cuando muera/para olvidarme y, luego,/poderme recordar, limpios los ojos/que miran en el tiempo./Más allá de tus lágrimas y de/tu olvido, en el recuerdo,/me siento ir por una senda clara,/por un Adiós, Guiomar enjuto y serio.»

Más tarde, en Barcelona, en 1938, Antonio Machado escribiría un estremecedor soneto a la separación, que la guerra hacía definitiva y total, y donde hay una alusión privada del poeta al mar portugués a cuya orilla pasó Guiomar los fatídicos años de la contienda: «De mar a mar entre los dos la guerra,/más honda que la mar. En mi parterre,/miro a la mar que el horizonte cierra./Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre,/miras hacia otro mar, la mar de España/que Camoens cantara, tenebrosa./Acaso a ti mi ausencia te acompaña./A mí me duele tu recuerdo, diosa./La guerra dio al amor el tajo fuerte./Y es la total angustia de la muerte,/con la sombra infecunda de la llama/y la soñada miel de amor tardío,/y la flor imposible de la rama/que ha sentido del hacha el corte frío.»

Es cierto que resulta verdaderamente emocionante la separación definitiva, no obstante, nos preguntamos: ¿qué representó realmente Guiomar en el mundo anímico del poeta y qué significaron esas singularísimas poesías en el universo poético de Machado?

En Canciones a Guiomar el poeta declara un amor platónico, casi abstracto, en escenografía de sueño donde se identifican recordar y amar; un amor irreal, en cuanto que no iba a llevarles a unir sus vidas, y difícilmente sus cuerpos. Y ante la dificultad de unión carnal poder beber una suerte de linfa superior, en comunión de almas. Pero el poeta acaba negando aun ese sueño ante la imposibilidad de unión verdadera: «€No puede ser/amor de tanta fortuna;/dos soledades en una,/ni aun de varón y mujer.»

En una de sus cartas a Guiomar escribía Machado: «Cuando nos vimos no hicimos sino recordarnos. A mí me consuela pensar esto, que es lo platónico (€) Aunque te parezca absurdo, yo he llorado cuando tuve conciencia de mi amor hacia ti; por no haberte querido toda la vida». El poeta parece revivir un ayer que no fue suyo, pero que pudo serlo; Guiomar no tenía tanta diferencia de edad con Antonio Machado como tuvo Leonor y, así, el poeta siente su amor como imposible nostalgia del tiempo en que Guiomar era muchacha, pero el poeta-entonces relativamente joven-no la conoció. El hoy es un «Todavía», y el amor de ahora resucita idealmente ese pasado ya irremediable y perdido, queriendo ir a contracorriente del tiempo, hacia una unión en el ayer. El problema más profundo de estas canciones es la íntima ambigüedad y la neblina de irrealidad con que Guiomar se le aparece al poeta.

Y es que aquella pretendida unión, que, aparte de posibles encuentros físicos, estaba sobre todo en un «jardín ideal», por fuerza tenía que resultar muy problemática en ese mismo terreno espiritual, al quedar tan limitada la posible comunión carnal. Sin embargo, nunca contemplaron la posibilidad de emprender una nueva vida juntos, cosa factible en años en los que el divorcio era legal en España. Y es que Guiomar, poetisa de religiosidad tradicional y señora burguesa, no estaba dispuesta a romper con su mundo que interfería con la orientación histórica, ideológica, social y política del poeta. Tal vez, Machado, no estaba lo suficientemente enamorado de Guiomar, aunque se persuadiera de que lo estaba y no desdeñara los beneficios de esa limitada relación: «Porque más vale no ver/fruta madura y dorada/que no se puede coger.»

Por eso, el amor con Guiomar no adquirirá claridad poética sino a partir de la crisis de despedida. En Otras Canciones a Guiomar, esa crisis al parecer ocurrió en el verano del 34 y por dificultades ajenas a su voluntad. Estas canciones arrancan con esa bellísima imagen que resume a su «diosa»: «como una centella blanca/en mi noche oscura». Y un ímpetu erótico en la despedida: «¡Y en la tersa arena,/cerca de la mar,/tu carne rosa y morena,/súbitamente, Guiomar!...»

La pérdida y ausencia conceden al amor de Guiomar un sentimiento nuevo que lo magnifica y engrandece. La amada, cuya imagen real ha sido ya borrada por el olvido, aparecerá como sueño, como «creación apasionada» del amante, como verdadero objeto de amor, liberado del tiempo; el poeta reconoce que hasta entonces, ese amor no había sido del todo real: «€asomada al malecón/que bate la mar de un sueño,/y bajo el arco del ceño/de mi vigilia, a traición,/¡siempre tú/Guiomar, Guiomar,/ mírame en ti castigado:/ reo de haberte creado/ya no te puedo olvidar.» Para llegar a la paradójica conclusión de un amor universalizante y verdadero, aunque los amantes no lo sean, y decir poéticamente: «Todo amor es fantasía;/él inventa el año, el día,/la hora y su mediodía;/inventa el amante ,y, más,/la amada. No prueba nada/contra el amor, que la amada/no haya existido jamás€»

Sueño

Es del todo convincente que para quien atribuía tanta importancia al sueño, la ausencia tuviese más valor que la presencia, pues es la ausencia la puerta que se abre al mundo de las ensoñaciones: «Se canta lo que se pierde€» Y aunque la ausencia es dolor en virtud de lo que se pierde, le queda al poeta la certeza y la esperanza de encontrar en ese mundo una riqueza mayor y verdadera. En sus cartas a Guiomar el poeta declara el proceso que lleva de las amarguras de la separación hasta las dulzuras del sueño. Al principio la ausencia siempre es dolorosa:»€este momento terrible de la separación, ese principio de tu ausencia,(€), que es como un desgarrón en las entrañas». Mas luego, comienza a abrirse paso de nuevo, la felicidad: «Cuando pasen estos momentos del tránsito de tu presencia a tu recuerdo, que son los verdaderamente trágicos, volveré a ser feliz con tu imagen rememorando una por una tus palabras y tus labios ¡y tus ojos!».

En opinión de Concha Espina, estos ácidos poemas fueron escritos por Machado como una especie de venganza poética con que castigar a Guiomar, negándole la existencia por el olvido en que ella le tuvo en los últimos años. Con la llegada de la guerra civil, Machado y Guiomar tuvieron que separarse. Guiomar es expatriada y, no teniendo forma de comunicarse con el poeta, cae así en un silencio y un aislamiento que Machado interpreta como olvido o desamor. Comenta Concha Espina que el poeta abatido por esas «negruras de aparente traición e ingratitud", escribe esos poemas donde niega a la amada, los que «amargan y duelen, acusan y gimen con la negra pesadumbre del desengaño y del amor». Sólo en esas «horas de indecible inquietud pudo Machado sentirse reo de una creación efímera, una inexistente amada». Al repatriarse Guiomar, terminada la guerra civil y muerto ya Machado en el exilio, tuvo «la desgarradora tristeza de leer esas últimas canciones que intentaron negarla», con las que rompiera el poeta «la historia secreta de su gran amor». Pero en opinión de R. Zubiría resulta poco convincente esta teoría de la venganza por ingratitud, sobre todo, conociendo al poeta, un ser humano que jamás conoció insidias ni dobleces, siendo siempre ejemplo de pureza y amistad en el amor. Porque como hemos visto anteriormente esos poemas de la supuesta venganza no son más que el resultado de una teoría sobre el amor. Y Guiomar, conociendo esa teoría no podría interpretar como negación de su persona, los poemas en los que Machado la invoca como a «creación apasionada» de su propio espíritu.

Y es que para el poeta el amor es casi siempre un juego de la imaginación. La amada, como realidad, no es más que un elemento secundario desde el que parte el enamorado, siempre imaginativo, para crear, en su soledad, esa criatura ideal, como hizo don Quijote al crear la Dulcinea de sus pensamientos. Todo esto es una realidad tan vivida entre el poeta y Guiomar que en alguna ocasión le confesaba cómo prefería algunas veces alejarse de ella, que vivía en Madrid, para irse a Segovia y, desde allí, pensarla, crearla€ Y le escribe: «Muchas veces, pudiendo quedarme en Madrid, he venido a Segovia sólo para esperarte aquí, para pensar en ti en este rincón». Y en otra carta: «¡Adiós! Me voy a soñar contigo por esas calles de Segovia».

Entregado el poeta al pensamiento, al sueño de la amada, el amante hallará la felicidad y descubrirá el placer poético de la ausencia. Por eso escribe Machado: «La ausencia tiene también su encanto, porque, al fin, es un dolor que se espiritualiza con el recuerdo de las presencias". Ese regusto de dolor espiritualizado, esa mezcla de pena y encanto que tienen las evocaciones es lo que las llena de melancolía. Esto es lo típicamente machadiano: el sueño melancólico de la amada ausente», siempre lacerando el alma aquel «dolorido sentir» de Garcilaso y aquella «aguda espina dorada» machadiana.

*María Jesús Pérez Ortiz es filóloga, catedrática y escritora