­¿Los poetas son vistos con resquemor, desprecio o solidaridad por los novelistas?

Desprecio nunca. Respeto a cualquier persona que escriba, por el simple hecho de saber detenerse y poner por escrito lo que piensa o siente. Prejuicios sí tengo. Siempre temo que la vena poética eclipse la historia, o que entremos en el tenebroso mundo de arenas movedizas de la prosa poética.

Usted no quiso, en principio, escribir poesía; escribía prosa pero dice que no daba con el tono que deseaba. ¿Escribir poemas le ha llevado a dar con ese tono narrativo que siempre había buscado?

Yo quería escribir. De niña leía cuentos, pues quería escribir cuentos. Después leía libros de mayores, quería escribir novelas. Poesía ni se me pasó por la cabeza. Aparecieron en plan Zelig. Me preguntaron si yo escribía poemas y dije que sí. Y tuve que ponerme esa misma noche. Creo recordar que el primer poema no rimado que leí fue El ascensor, de Aute. ¿Esto también es un poema? ¡Pues esto sé hacerlo! Y me puse. Lo que no quería de ningún modo era contar sílabas con los dedos y tener que usar el diccionario de sinónimos para ver qué rimaba con jazmín. Eso de que «esto sé hacerlo», lo digo desde el más profundo respeto, admiración y agradecimiento. Ojalá Aute se recuperara ahora mismo para poder darle las gracias en persona.

Ha dicho que con cada poema que escribe se quita «un peso de encima». ¿Cuánto peso se ha quitado con esta novela?

Pues es curioso porque los efectos secundarios de la prosa no son los mismos que los de la poesía. En prosa no necesito quitarme nada de encima, no hablo de cosas que me estén comiendo por dentro. La prosa no es autobiográfica, en prosa invento... Más que inventar, construyo. Escribo poemas para vaciarme y prosa por puro placer.

¿Qué le da la narrativa que no le da la poesía y viceversa?

La narrativa me ha dado vida extra. Tanto la que leo como la que he escrito. Ser otros, ser todos a la vez. La poesía, la de los demás, me hace más humana, alimenta mi empatía. Llegan por caminos diferentes y actúan sobre las distintas capas que soy.

Al recibir el premio aseguró que la soledad y el dolor son temas que «nunca se gastan». ¿Cómo buscar aristas nuevas, diferentes a asuntos tan universales? Y, concretamente, ¿cómo no caer en la explotación de sentimientos tan delicados?

En realidad, lo que dije fue que la soledad y el dolor no se gastan. No los temas. Si te fijas, sólo se gasta lo bueno: la juventud, la alegría; lo malo, se acumula. Los temas se gastarán si todos decimos lo mismo sobre ellos, si nos copiamos los unos a los otros. Si eres honesto escribiendo no cabe la copia, el tema no se gasta nunca. De todos modos, creo que hay pocos temas sobre los que escribir. Por no decir sólo dos: el Amor y la Muerte, el resto son consecuencias de. El reto está en no hablar de ellos con las palabras de siempre ni de la misma manera. Cada uno de nosotros, escribamos o no, experimentamos la vida individualmente. La muerte puede ser para alguien la mayor tragedia y para otro lo más natural del mundo.

Dice que Una casa en Bleturge tiene algo de «nórdico». Sus poemas, en cambio, son muy mediterráneos, muy de luz y agua, muy de aire. ¿Hay una dualidad en Isabel Bono en ese sentido?

Mis poemas, aunque contengan la luz del sur, suelen ser breves y tratan de distanciarse de lo que cuentan, como si se tratara de un dolor ajeno o más bien que se quiere alejar. No hay en ellos la supuesta alegría del sur. Si estoy bien no necesito escribir. Es en días nórdicos cuando se me aparecen los poemas. ¿Recuerdas aquella escena de Kaurismäki en la que la protagonista entra en una tienda y pide matarratas? [se refiere a La chica de la fábrica de cerillas]: «Matarratas». (Se lo pone sobre el mostrador). «¿Qué hace?». «Mata». Para mí eso es muy nórdico. Ni «Hola, guapa», ni «¿Cómo está tu madre?», ni «Gracias», ni «Adiós». A mis personajes les advierto: «Di lo que vengas a decir y te vas». Otra cosa es que lo que (no) digan ocurra en una ciudad del sur un agosto a 40ºc. Mis personajes nunca beberán vodka, por ejemplo, tomarán cañitas al sol.

Suele hablar sólo de autores masculinos cuando se le pregunta por sus referentes e inspiraciones. ¿Le ha caído alguna bronca por ello del lado de las autoras y lectoras más concienciadas con asuntos de género?

Me alegra que me haga esta pregunta, y no es un chiste. Me alegra porque es usted el primero en darme un tirón de orejas. Si no me ha caído una bronca antes es porque mis amigas escritoras me conocen (y me quieren), y saben que no llevo un guión aprendido. Tengo el defecto de decir lo que me viene en el orden en que me va viniendo y, sinceramente, siempre me vienen más nombres de autores que de autoras. Por eso me alegra la pregunta a modo de mini-bronca, porque a partir de ahora lo tendré en cuenta, ya que mi referencia más grande y diría que más importante a la hora de escribir prosa es Marguerite Duras.

¿Por qué?

Al leerla de joven pensé en la maravilla de escribir así, de contener así. Como lectora prefiero que no me lo expliquen todo, que no me lo den masticado, así que tengo las muelas del juicio en plena forma.

Habrás más autoras predilectas, ¿verdad?

Así, de repente, me vienen, además de Duras, Christa Wolf, Slavenka Drakulic, Agota Kristof y Miranda July. Poetas amigas y compañeras a las que adoro y admiro, podría empezar y no parar: Begoña Paz, Carmen Beltrán, Isabel Pérez Montalbán, Itzíar Mínguez, Sofía Castañón, Miriam Reyes, Isabel Tejada, Adriana Schlittler, Bárbara Cumpián... ¿Sigo, o ya he expiado mis pecados?