El título de este texto se refiere a las palabras con que Zaccaria, en la voz de José Antonio García, da el punto y final a la historia que inspirara en 1842 a G. Verdi, para la Scala de Milán, en el arranque de la temporada lírica del Coliseo malagueño. Nuevamente, el cartellone continúa la decadencia apuntada casi una década atrás. Más allá de las consideraciones o la intención de la gerencia del teatro de presentar una temporada con vuelos, la realidad no es más cruda que lo visto y escuchado hasta la fecha: un solo título en coproducción y rellenos varios hasta poder permitir que la, ahora, responsable del área pueda hacerse su foto. El negro es negro, aunque la actual gerencia al menos mantiene otro talante que permite atisbar un renacimiento de la lírica tal y como la entendíamos años atrás.

La música y la ópera son elementos vivos hasta el punto que la escenografía de Ignacio García le ha permitido jugar con la temporalización de la obra hasta trasladar la escena a la actual Siria devastada por la guerra. Deseo y poder manejan los hilos de la propaganda, la religión y el control ideológico que encierra la ópera sobre los que triunfan la libertad y el amor. Idea original a la que se pliega el drama sin estridencias, ni alteraciones reseñables en los detalles argumentales. Una escenografía valiente con la imagen y la iluminación como soportes principales, complementados con el vestuario a caballo entre hoy y la evocación a la Palmira bíblica culminan la producción estrenada en Málaga.

Salvador Vázquez Sánchez, al frente del Coro de Ópera, y Arturo Díez Boscovich, en el foso de la OFM, daban cuerpo musical al drama; dos completisimas batutas que demostraron su valía la temporada pasada con su propuesta del L'elisir d'amore.

El conjunto coral adolecía de movimiento escénico, tan sólo compensado por las propias tablas del coro. Consciente del peso dentro de la trama, Vázquez trabajó la línea vocal en conjunto buscando fluidez y empaste en la emisión. Llegados al conocido Va pensiero la propuesta cobraba sentido hasta el punto de ofrecernos una lectura creíble y emocionante. Por su parte, Díez Boscovich dictó una lección de pulso y tensión dramática con la orquesta, una OFM plegada a coro y solistas, sobre una línea de trabajo personal sólida y convincente; la prueba más palpable la apreciamos en los distintos concertantes.

La atención como denominador y el desigual movimiento en las tablas calificaría a todo el elenco. Ortega firmó un complicado rol con soltura vocal, generosa en la emisión y resuelta en las notas extremas. Corbacho se deja la piel en el escenario, sin importarle la plaza o el auditorio, brava como ella sola se despachó a Fenena con su habitual rotundidad. Por su parte, Luis Cansino completaba el triángulo amoroso con oficio haciendo convivir interpretación e instrumento caracterizando así la redondez heroica de Nabucco. José Antonio García y Javier Agulló blindaron holgadamente sus papeles. Es justo mencionar el papel de Olga Bykova, a la que esperamos ver trabajando en próximas propuestas.

El lleno del Teatro Cervantes mereció la pena. Había ganas e ilusión y como tal lo entendimos.