La velocidad del otoño´, de Pentación Espectáculos, se presentó en el Teatro Cervantes con Juanjo Artero y Lola Herrera en un dueto magníficamente cohesionado. Se trata de una mujer de ochenta y un años que se atrinchera en su casa, amenazando con hacerla explotar, si sus hijos insisten en llevarla a una residencia. Tiene tres hijos, pero es el menor de estos, que se fue a Suiza veinte años atrás y que no había vuelto a pisar la casa familiar, al que encargan que haga de negociador para disuadir a la madre. Este además era el favorito. Para esto ha de entrar, escalando la fachada, por la ventana y tras varias discusiones abrir sus corazones confesando sus anhelos y desesperaciones.

Hay un aire de comedia que aligera la carga profunda, aunque no se desdeña dar oportunidad a ciertos monólogos trágicos o ensoñadores tal vez para lucimiento de los actores. Pero que resultan desencajados de la línea principal y consiguen un efecto de melodrama que sólo logra hacer de menos a la idea principal, esa de la desesperante e inevitable dependencia en la vejez. Es terrible comprobar que las facultades físicas no responden con soltura, que se torpea en tonterías básicas, que no se puede volver atrás por mucho que se intente. Se trata de convivir con un estado que se va degradando pero que no necesariamente imposibilita. El problema viene cuando los hijos creen hacer un favor a sus mayores y empiezan a tratarlos como inútiles o faltos de razón imponiendo voluntades sobre voluntades. Ahora eres un dependiente. Y eso puede serlo físicamente. Pero esta mujer aún así quiere ser libre y hacer de su capa un sayo, como había venido haciendo toda su vida, en su casa, hasta el día en que se muera.

Lola Herrera da un carácter entre tierno y tozudo que resulta abrumadoramente comprensible, maneja las emociones con la naturalidad de quien no da importancia a sus sentencias. Podría haber estado trágica, excedida, solemne o hilarante, pero está en el punto justo de una interpretación que asume la verdad y la proyecta con naturalidad. Juanjo Artero logra una caracterización física excelente en un personaje que engaña al principio para revelarse después en toda su realidad. Ambos logran una unión maternofilial que resulta incluso envidiable. Un trabajo precioso. Lástima que un final ciertamente empalagoso desconcierte la narración con un recurso que no se sabe si quiere dejar abierta la historia a especulaciones o que se le ha ido la mano en edulcoramientos de apoteosis lírica recargada.