La figura de Miguel Delibes interesa al hombre porque en toda su obra se revela una profunda preocupación por la humanidad. Sus ideas morales y el sentimiento de fraternidad presente en sus escritos están en nuestro espíritu, en la voluntad que las ama, en el corazón que las siente.

Su innata humildad le condujo al conocimiento de la verdad, pues la humildad es la reina de las virtudes morales, el bálsamo que dulcifica las amarguras y pesares de la vida y el principio de la prosperidad y grandeza. Así, la fraternidad y el calor humano está presente en su obra, cuna de las más bellas invenciones.

Su labor ha consistido en un trabajo interior, callado y profundo, porque Delibes, heredero de la tradición cervantina, ha sabido describir lo que ha visto penetrando en la esencia de las cosas, ha cuidado sus frases con esa sencilla fluidez que le caracteriza como la tripulación cuida la cubierta, no esperando otra recompensa que el respeto silencioso de sus iguales; en esto estriba su honor.

Y así... tantos años por la búsqueda de sí mismo y de su camino ya trazado y recordado con la nostalgia en un paisaje aún por conocer. ¡Cuántas noches de voces en el alma...!, de búsquedas constantes esperanzadas de luz. Miguel Delibes ha sentido la hermosura frágil y la emoción de la permanencia.

La nota fundamental de La sombra del ciprés es alargada es la obsesión de la muerte. Pedro es simbolizado por la sombra del ciprés, el árbol de los cementerios, cuya aguda punta simboliza su fúnebre visión de la vida. Esa obsesión por la muerte es parcialmente autobiográfica, por cuanto la infancia de Delibes estuvo marcada por el miedo a la posible muerte de su padre.

Confiesa Delibes 25 años más tarde: «La muerte es una constante en mi obra. Yo diría más. Diría que es una obsesión(...). Ya de niño a mí me ocurría, por ejemplo, que al llegar a las escaleras de mi casa me imaginaba que un día bajarían por ahí el ataúd con el cadáver de mi padre. Estas imaginaciones que reservaba para mí y no las confiaba a nadie, se repitieron hasta convertirse en una obsesión».

Como una pesadilla obsesiva, Delibes no puede dejar de mirar fascinado lo que más le horroriza. Es como si, describiendo lo que más teme, pudiera liberarse de una visión espantosa. Y, en efecto, el personaje se da cuenta de que «no había razón de vida fuera de la vida misma».

Pero el existencialismo de Delibes es profundamente cristiano: la muerte como fin de nuestra existencia es algo absurdo y sin sentido, pero esto no significa que no haya esperanza para el hombre. Su miedo obsesivo por la muerte será vencido poco a poco, y en su lugar se desarrolla un cristianismo ecuménico que le llevará a luchar por el hombre en la dirección de una hermandad universal.

La vida aparece ahora como un breve, pero precioso regalo. Lo que redime a Pedro del absurdo de haber nacido es su fe en Dios. Tenerle miedo a la muerte es desconfiar en Dios, cuya voluntad se manifiesta en nuestras vidas. Nuestros sufrimientos no son otra cosa que «un lapso de pruebas para ganar o perder una existencia superior».

Asimismo, la naturaleza constituye para Delibes una preocupación constante, porque es como la estrella polar del hombre, algo que enseña al hombre su camino. Amar a la naturaleza es amarse a sí mismo, ser parte de una síntesis orgánica entre emoción e intelecto, síntesis que constituye nuestra búsqueda vital, nuestro impulso por encontrar el momento que nos devuelve al instante prístino de la Creación. La naturaleza excita la curiosidad de Daniel, protagonista de su tercera novela, El camino, hasta llevarle a preguntarse por los misterios del Universo.

Su amor a la naturaleza es la manifestación de aquel respeto y amor por el otro que Delibes evidencia en su búsqueda de la solidaridad y de la justicia social. La naturaleza como manifestación de un equilibrio que el hombre necesita imitar constituye en Delibes el deseo de proteger al ser humano en sus raíces y en su desarrollo para que no ignore o traicione su verdadera verdad.

Para Lorenzo, el protagonista de Diario de un cazador, el amor a la naturaleza es esencial en la vida. En este sentido hay una honda religiosidad entre Lorenzo y la naturaleza: «Salir al campo a las seis de la mañana en un día de agosto no puede compararse con nada. Huelen los pinos y parece que uno estuviera estrenando el mundo. Tal cual como si uno fuera Dios».

Todos los temas o preocupaciones de Delibes son representativos de su fe en una Fuerza Divina en el Universo que le brinda coherencia al conjunto y a sus partes. La Naturaleza con N mayúscula, forma parte integrante de nuestra vida, porque allí es donde se revela esa Fuerza Divina en toda su espontaneidad.

En La hoja roja muestra Delibes la preocupación por la solidaridad humana. El viejo Eloy buscará desesperadamente en Desi el calor humano que puede permitirle soportar el frío de la insolidaridad. Los personajes de Delibes, aunque víctimas de destinos tristes, nunca se desesperan y, al final, saben dar una impronta esperanzada a sus vidas. También, la preocupación de Delibes por la solidaridad humana se hace evidente en Cinco horas con Mario, donde, asimismo, resulta significativo el ecumenismo del personaje. La religión para Mario no es una serie de ritos misteriosos, sino la justicia social. Reconoce Mario que la responsabilidad del cristianismo en este mundo consiste en luchar para que la voluntad de Dios empiece a cumplirse aquí, para merecer contemplarla allá.

En Delibes antes de apreciar al escritor ya admiramos al hombre. Lo que sabemos de él no lo sabemos por medio de detalles autobiográficos, sino a través de su actitud intelectual y emocional frente al mundo que se revela en sus obras. El compromiso de Delibes con la vida se manifiesta, subrayando aquellos valores que están en la base de la dignidad, hermandad y supervivencia del hombre en la tierra.

Rigores

En el mundo en que vivimos hoy el hombre ha permitido que el amor y el calor humano ocupen un lugar secundario respecto a los «rigores» de la razón al servicio del progreso. En este sentido, una de las preocupaciones más vivas y constantes del escritor va a ser el amor como manifestación del «calor». Toma muy en serio, Delibes, el mandamiento más importante del cristianismo, «ama a tu prójimo como a ti mismo», y el radio de ese amor se ensancha a medida que se ensanchan los horizontes geográficos del escritor.

Personaje universal de los eternos páramos de Castilla. Escritor de la nostalgia de la tierra y de la libertad que él representa, anhelo de aventura humana.

Su palabra permanecerá atada a tinta para siempre: en sus libros juveniles y en todos los que escribiera hasta su ida. Aún sigue cantando junto al arroyo claro de ese pueblecito burgalés de sus fantasías...Aunque lo vivo lejano siempre retornara a su corazón y creara, en sus invenciones, esos hondísimos, conmovedores, patéticos retornos, volvería a salvarse en la palabra. Palabra que nació en La sombra del ciprés es alargada y que le sobrevivirá -«Milana bonita»- por encima del mar de la muerte.

Tal vez, ahora, desde una inmortalidad sin nombre, enumere con lentitud sus años, presencie ya su vida entera arropado por el calor humano de los diversos personajes de sus novelas y por la admiración de los amantes de la literatura.

La voz de Miguel Delibes nos llega muy clara a todos los seres humanos y halla profundos ecos de nuestra angustia.

*María Jesús Pérez Ortiz es filóloga, catedrática y escritora