La Filarmónica de Turku, conjunto con dos largos siglos a sus espaldas, fue la encargada del estreno el pasado febrero de la orquestación realizada por el pianista, compositor, arreglista y director de orquesta estadounidense Ira Levin de las Variaciones y Fuga sobre un tema de Bach.

Levin subía por primera vez al podio de la OFM, en su segundo abono, ante una sala fría por lo deshabitado y perdida entre los atriles. Reger despertó en vida controversias entorno a su obra, a pesar de su convicción en la tradición de Brahms, Mendelssohn y Bach, este último referente inapelable tanto estética como formal para el músico alemán. La prueba la encontramos en el tema extraído de la Cantata BWV128 sobre el que Reger construye un tema, catorce variaciones y corona con una gran fuga. Si en la sinceridad del piano desnudo la obra seduce, llegados al punto orquestal la partitura pierde intimidad, la desnudez se transforma en un punto más carnal y humano.

La luz no deja espacio a las sombras, todo se inunda de color y relega la serenidad del claroscuro que proporciona el teclado. No faltan ejemplos en la historia de la música del viaje hecho por el piano hacia la orquesta, e incluso a la inversa. Lo rizado y vuelto a rizar se convierte en un discurso complicado de seguir: Bach como fuente, Reger creando y Levin reinterpretando. Si ya nos apetecía arriesgado en el plano de la escucha, en la interpretación de los atriles reinó una apatía, impropia por otro lado, unido a pasajes faltos de brio. A la gélida introducción, le continuaron las distintas variaciones donde imperó un tono velado, como si Levin quisiera crear un rumor cada vez más acentuado hasta llegar a la fuga final fruto del sonido que escapa libre al abrir una ventana.

Berlioz y su Sinfonía Fantástica ocuparían la segunda parte del programa completando la visión sonora planteada por los dos compositores protagonistas. Estructurada en cinco movimientos y atravesada por un motivo recurrente a lo largo de la sinfonía Ira Levin manejaría a la Filarmónica con más disposición por parte de los profesores. La lectura, eso sí, exquisitamente discutible. Hubo reflejo, exceso de contundencia y sobrada intención. El primer movimiento buscaba una orfebrería sonora no entendida, el vals brillaría en la dinámica impuesta por Levin mientras que el pulso determinó lo más destacado de la versión de esta sinfonía que fue el adagio central. La Marche abrupta y en ocasiones inhóspita daría paso al último tiempo donde la coda final no estuvo falta de la espectacularidad de su redacción.

Concierto exigente tanto para los intérpretes como para el oyente, de alguna forma tuvo carácter de ensayo, hasta tal punto que Bach-Reger-Levin nos hacen volver al Cervantes por el inmenso respeto de quien desea conocer.