­Homenajear «su aportación por la libertad en el cine. Porque él trajo un cine sin censura», recordaba ayer el presidente del Ateneo, Diego Rodríguez, momentos antes del reconocimiento que la institución cultural rindió al cineasta Julio Diamante (Cádiz, 1930), quien durante 18 años estuvo al frente de la Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena.

Diamante, «que además cuenta con una extraordinaria y reconocida filmografía como director», recordó Rodríguez, convirtió el certamen de Benalmádena, al que llegó en 1972, en una ventana por la que descubrir cinematografías inéditas en España y consiguió abrir resquicios en la censura franquista. «Era muy duro, una batalla tremenda cada año, porque la censura era muy fuerte y no se trataba de un festival cualquiera, sino que justamente estaba afianzado en nuevos autores, movimientos y cinematografías, aspectos muy renovadores socialmente», asegura Diamante, que durante el acto en el Ateneo estuvo acompañado por el periodista malagueño Luciano González Ossorio y el director del Festival de Málaga Cine Español, Juan Antonio Vigar.

A sus 86 años, recuerda cómo acababa cada año «afónico por las discusiones con los miembros de la censura», a quienes molestaba que dijera abiertamente que una película había sido prohibida. «En otros festivales, muchas veces cuando les prohibían una película no lo decían, sino que aseguraban que estaba en mal estado y habían tenido que suspenderla, y así entraban en cierta complicidad con la censura. Yo jamás hice eso, y automáticamente daba toda la información a los medios», sostiene.

Empleó «estrategias variadas» frente a la censura, como presentar al mismo tiempo «muchas películas conflictivas para crear problemas a los censores, que podían prohibir una, pero no diez, porque el escándalo sería tal que debían esforzarse para prohibir lo menos posible». No sólo había que lidiar con la censura franquista, sino que en esos años muchos países latinoamericanos tenían dictaduras y se recibían llamadas del embajador correspondiente para impedir la proyección de una película. «Yo estaba al tanto y, cuando llamaba el embajador, sencillamente no me ponía al teléfono hasta después de que fuera proyectada. Eso significaba que luego se aplicaban medidas contra el festival». Benalmádena abría puertas al resto de España, porque «la batalla se libraba aquí y, cuando una película se autorizaba, ya se podía pasar en otros festivales y cines».

También ocurrió en otros países, como en el caso de la película brasileña Muerte y vida Severina, que «estaba prohibida en su país y se liberó a raíz de la presentación en Benalmádena». La edición de 1975 coincidió con la muerte de Franco, y Diamante recuerda cómo, al llegar a la mañana siguiente del fallecimiento a la sede del festival, se encontró un letrero que informaba de que se había suspendido.

«Cogí el coche, me metí en el despacho del alcalde y acepté que había que guardar el periodo establecido para suspender cualquier actividad, pero le avisé de que después empezaría a pasar todas las películas». Así lo hizo, y Julio Diamante guarda de aquel año «un recuerdo agradable, porque no es deseable alegrarse de que una persona muera, pero Franco era una pesadilla», apunta.