­Acaba de recibir el Giraldillo de la pasada edición la Bienal de Flamenco de Sevilla. Y los reconocimientos se le acumulan en las estanterías. Pese a ello, Rocío Molina no quiere caer en la monotonía de los terrenos estables. Por eso se lanza, una y otra vez, a la improvisación, al riesgo y al atrevimiento sobre el escenario. Su particular manera de entender el baile flamenco llega hoy al Ciclo de Danza del Teatro Cervantes (19.00 horas) con Afectos, montaje que nace de una «reflexión basada en la lucha del ser y en la capacidad de hallar la sencillez» y en el que le acompaña la cantaora Rosario La Tremendita.

¿No cree que buscar la sencillez y la naturalidad es la empresa más compleja del arte?

Sí. Es lo más complicado. El hecho de trabajar las cosas sencillas, como verte en el escenario acompañada únicamente de una voz, te enfrenta a miedos e inseguridades. Lo ideal es bailar con dos cantaores, dos palmeros y dos guitarras. Pero cuando no hay nada de eso tienes que apoyarte en otras cosas, como el pulso. Da un poco de vértigo. Pero al final eso es lo que se convierte en grandeza.

Asegura que recorrer caminos sencillos no está en la naturaleza del ser humano. ¿Tampoco en la suya?

No soy de caminos sencillos porque me gustan los terrenos movidos. La estabilidad, los terrenos estables no son mi espacio. En mi vida y en mi profesión busco sorprenderme y no acomodarme.

En su próximo montaje, que estrenará en París en dos semanas, dice buscar el equilibrio entre lo estable y lo inestable, entre la luz y la oscuridad que habita en nosotros. ¿Se siente atraída por la eterna dualidad humana?

Esa atracción por la dualidad siempre aparece en todas mis obras de una manera u otra. Pero en este espectáculo sí que está muy presente, incluso visualmente. Es una obra que arranca con mucha amplitud y horizonte. Todo aparece muy ágil, bello y aburridamente perfecto para, al final, transformarse en los contrastes, la parte más cercana al infierno, que es la que me parece que está más llena de vida. Porque el que decide vivir al final decide sufrir también.

¿Prefiere entonces mirar al lado oscuro?

No es tanto el lado oscuro sino el lado vivo. A veces tenemos la vida muy automatizada. La sociedad nos coloca en un ritmo monótono. Para mí ese lugar no está vivo. Y es algo que se refleja mucho en Afectos a través de cosas muy sencillas. A veces nos olvidamos de una mirada o un abrazo. Cosas pequeñitas. Como cantar por bulería siguiendo el pulso de tu corazón. O bailar desde una silla moviendo únicamente dos dedos de la mano. Son cosas que tienen importancia. Y al final de la obra te das cuenta de ello.

¿Tiene la sensación de que ha tenido que ser reconocida lejos de su casa para que ahora le reconozcan en Málaga?

Bueno, en mi tierra siempre me han tratado bien y me tienen mucho cariño. Es verdad que no he presentado mis obras como en el resto de Europa, pero supongo que será una cuestión de compromisos... No lo sé. No voy a quejarme. Siempre se me trata con cariño, aunque no acuda todo lo que quisiera.

Hace unos días, Luz Arcas decía en estas mismas páginas que la danza no logra conectar con el público porque no es capaz de abordar nuevos temas y evolucionar. ¿Cree que es así?

Si lo comparamos con el cante, por ejemplo, la danza está mucho más evolucionada. Y si vas a Bélgica o Alemania, claro que percibes esa evolución de la danza. Lo que hay que hacer es un trabajo muy importante con el público y mostrar lo que están haciendo los artista del país. Pero creo que la danza sí que está evolucionando.

Quizá la evolución en el flamenco resulte más compleja...

Bueno, tiene una parte fuerte de tradición. Pero creo que en los últimos años se está desarrollando una labor importante. Siempre hay una parte de resistencia, como en cualquier arte.

¿Diría que su espectáculo de improvisación de cuatro horas, merecedor del Giraldillo en la Bienal de Flamenco de Sevilla, es una manera de hacer avanzar el arte jondo?

Avanzar la expresión. Yo lo hago a través del flamenco porque es lo que hago desde que tengo tres años y es mi cultura, en la que me he criado. Pero cada uno desarrolla la expresión la como quiere. La expresión es libre, se entienda o no, guste más o menos.

¿Cree que el baile y la danza reciben suficiente respaldo de las instituciones públicas?

Hay una labor importante que hacer y que debería desarrollarse desde que somos niños. En España no hay costumbre de ir al teatro, ni para ver danza ni para ver nada. Es un trabajo de muchos años.

¿Por qué cree que aquí se maltrata tanto la cultura?

En este país al flamenco o a la cultura no se le da la importancia que, por ejemplo, se le da en Francia. Allí, la sociedad reclama a la cultura y a los artistas como algo necesario. Aquí no es así, y es una pena. Porque en todos los ámbitos hay artistas de gran calidad. Es una pena. Y lo que hacemos es irnos a trabajar fuera.