Primero, el trasfondo. Hacia 1955 Jean Genet, que rondaba los 45 años, conoció a un joven acróbata y malabarista circense. Se enamoró, lo mimó y le incitó a dejar los ejercicios de suelo y atreverse con el peligroso alambre de las alturas. Ahora, la obra. Para alentar este paso de saltimbanqui a funambulista, el autor de 'Las Criadas' o 'Querelle de Brest', compuso este espléndido poema en prosa en el que reflexiona sobre el arte y la muerte -la soledad mortal, entendida como territorio exclusivo del artista, pero también la muerte que acecha en la caída-, y sobre el circo como juego cruel que Genet iguala a la poesía, la guerra y la tauromaquia. De nuevo el trasfondo. Abdallah, que así se llamaba el joven, se cayó, renunció a las alturas y, poco a poco, Genet lo abandonó para sustituirlo por otro joven a quien pretendió convertir en piloto de carreras. El funambulista no fue capaz de navegar sin la pértiga de su protector y se suicidó. Genet, dicen, lloró ante su cadáver por primera vez en tres décadas.