El director Miguel del Arco, con la compañía Kamikaze Producciones, presentó su versión de 'Hamlet', de William Shakespeare dentro del ciclo dedicado a los cuatrocientos años de Cervantes y Shakespeare que se ha venido celebrando en el Teatro Cervantes. El director construye una obra en la que busca dar mayor luz a ese empeño tradicional por convertir esta tragedia en un retablo en blanco y negro del alma humana en su aspecto más reflexivo.

Desde que el psicoanálisis apareció y la figura del protagonista fue analizada bajo estos parámetros, la visión retorcida de la historia del Príncipe de Dinamarca pareció marcar la ortodoxia oficial para la representación. La mayoría de las veces un tostón. Sin embargo Del Arco quiere hacer más contemporánea no ya la puesta en escena si no la comprensión de los sucesos personales de los personajes. Hay un algo manierista no obstante en la puesta en escena que recuerda la grandilocuencia de los espectáculos operísticos. Tal vez no ajena a ese trasfondo de gran drama que sigue latente. Pero el director sabe sin embargo cambiar el lenguaje narrativo a favor de una cotidianeidad más comprensiva, más visual, quitando yerro a los grandes textos y acentuando los monólogos más personales. Un juego que se alterna en toda la representación como si de dos planos se tratara. Puede que esa dupla de planos alternantes, en una representación tan larga y como único elemento animador del ritmo, produzca un cierto agotamiento.

Pero hay un elemento fundamental sin el que probablemente no luciría igual esta representación, y es el diseño de luces, sobresaliente. Consigue crear situaciones y ambientes en un mismo espacio como si formara parte de las emociones que los personajes han de mostrar. Acercar y alejar del espectador las escenas según estas sean más o menos íntimas, en apoyo de los actores. Porque lo que no cabe duda es que la Del Arco ha sacado un enorme jugo de los actores. Hay momentos impresionantes interpretativamente hablando. La claridad con que se asumen los roles y la rotundidad de las palabras es un logro del director como director de actores. Israel Elejalde es un magnífico Hamlet que no divaga a la hora de enfrentarse a sus pensamientos si no que se enfrenta a sus miedos con decisión, con claridad aunque con la reserva lógica hasta la confirmación de sus sospechas. Un tipo vivo que se representa a sí mismo en la locura, pero que no por ello abandona el aire de grandeza inherente a un montaje que sin duda está pensado a lo grande.