01 «The distance in between» Moreno & Grau

Galería Isabel Hurley - Hasta el 14 de enero

Con cada proyecto, el trabajo de esta pareja artística parece cobrar una mayor solidez. Existe ese interés claro por el medio natural y esa intención, que puede verse en sus obras, de casi fundirse con ese medio como si fueran un único sujeto. En la dialéctica que llevan a cabo, otro de los pilares fundamentales de su discurso parece ser el problema con el lenguaje o cómo ellas mismas lo llaman The distance in between. Una distancia entre ellas que está mediada por las lógicas de la discusión -término que empleo dando a entender que a través de esta discusión mediada se pueden llegar a ciertas conclusiones, aquellas a las que nos enfrentamos una vez estamos delante de sus piezas-, por ese agente intermedio que es el lenguaje y que ellas tratan de desbordar cortocircuitando el mensaje entre emisor y receptor. The inner room es una instalación escultórica que aborda la cuestión de la comunicación mediante dos columnas metálicas que emiten unas luces donde se envían un mensaje cifrado en código morse. Esta distancia entre ellas, que aparece velada, también parece estar en el seno de su preocupación por el tema del paisaje que, aunque nos parezca algo cercano, familiar, media entre nosotros un potente grado de extrañeza que lo hacen parecer de otro planeta. Para darse cuenta de esto es necesario viajar, desterritorializarse -cuestión que realizó la pareja de artistas este pasado verano- y visitar lugares donde la otredad es presente como Islandia, tierra de volcanes y paisajes espectaculares e inhóspitos. Quizás en alguno de estos viajes podamos darnos cuenta del gran enigma que parece encerrar el paisaje, más concretamente este planeta, centrándonos en su naturaleza más salvaje. ¿Cómo expresar ese enfrentamiento con esta radicalidad, ese momento en el que esa radicalidad se funde con uno mismo? Quiero ver una respuesta a esta pregunta en la instalación que Moreno & Grau han titulado Return. Forever y que ocupa el espacio central de la sala; una proyección donde dos ríos se unen formando una cascada sin fin símbolo de esa unión mística con la naturaleza más ancestral, aquella que está formada por volcanes, ríos inexplorados, paisajes desérticos, fruto de otro lugar. Cambiar el contexto y dejarse llevar. Una escena con un tinte bastante romántico que recuerda al trabajo de Zoé Vizcaíno Into the maelström, o la videoproyección que Miguel Azuaga realizó en su proyecto Towards the other recientemente visto en el espacio Iniciarte de Sevilla.

Un mundo en exterminio, como si de una premonición se tratara, está en el germen de la última pieza en sala: una serie de siete fotografías tituladas The old world is burning, que dan a entender del peligro que acecha a estos parajes que parecen fundirse con algo espiritual. Son imágenes de oquedades terrestres, agua, piedra y fuego que parece amenazarlo todo. Quizás sea esta mística, este desconcierto, lo que nos invita a aventurarnos en lo desconocido y cómo esto es en ocasiones imbuido con un aire familiar y a la vez oscuro, un punto siniestro que amenaza y atrae al mismo tiempo.

02 «Violencias atemperadas» Anaís Angulo

Comisariada por Jesús Marín. Sala de exposiciones Facultad de Bellas Artes - Hasta el 21 de diciembre

Extraer, apoderarse, expoliar, salvar, recoger, resignificar... Son una serie de acciones que llevan implícita una violencia que se puede traducir en el hecho de dejar una huella en el lugar donde se produce el encuentro con el objeto extraído. Pero, si por alguna razón, esa marca en el lugar queda grabada, media con el objeto otro tipo de efigie que trata de dotarlo de cierta individualidad, de una especie de alma propia. Puede entenderse este modo de relacionarse con lo objetual desde un posicionamiento infraleve que cree en la posibilidad de estos objetos de significar por sí mismos, ajenos a cualquier retórica que un sujeto superior pudiera dejar posada en ellos. Esta autonomía objetual, este diálogo entre objetos que se conforma de manera horizontal -ya sean inertes o humanos-, lleva consigo un componente atemperado que permite esta asociación. Es una especie de acuerdo tácito entre Anaís Angulo y las siete piezas que componen su proyecto Violencias atemperadas, donde la artista trata de hacer emerger toda la poética del objeto que ella extrae a la ciudad.

Objetos de la ciudad, entropía pura, desechos urbanos al tiempo que memorias perdidas, recuerdos borrados y violencias infligidas. Todo ello discurre en la disposición y en el diálogo que podemos presenciar entre ellos en el espacio expositivo de la Facultad de Bellas Artes de Málaga, donde la idea que subyace es la de la cartografía urbana.

Cierto es que el modus operandi comienza con unos paseos por la ciudad que, contrarios a los postulados dadaístas o situacionistas dejados al azar, tienen como objetivo apropiarse de aquello que para la artista parece tener alma propia. Es a partir de este encuentro que comienza la fase de la resignificación, de poetización del objeto que es capaz de cambiar totalmente de aspecto a causa de una violencia ejercida por la artista. El resultado es una transformación de lo entrópico en una especie de sujeto mudo, o mejor aún, que parece hablar sin emitir sonido. Es aquí donde la huella de la artista se hace notar, desmembrando alguno de estos cuerpos, pintando en sus superficies, colocándolos en un lugar, tratando de que todo tenga sentido. Quizás demasiado sentido; finalmente la retórica topográfica, la narración en torno a la ciudad desvela el misterio de estos cuerpos sin nombre, objetos que sin más funcionan por sí mismos.