Aunque el titular pueda parecer frívolo en su esencia participa del umbral de perfección que es la obra de J. S. Bach. En Bach nada sobra y nada es casual, cada nota forma parte de un estudiado hilado, una arquitectura en el aire más cercana a lo divino que al hombre, pero es también ese hombre quien supo ordenar todas las ideas de su tiempo, destilaras y cimentar las bases de lo que hoy llamamos música. Al contemplar páginas tan distantes a la Pasión Según San Mateo o la Gran Misa en si menor, la integral de sus Suites Orquestales pueden apetecer diminutas. La realidad es bien distinta porque como Juan Ramón en sus poemas, el maestro de Eisenach no sólo las revisó una y otra vez sino que también representan la síntesis de todos los intercambios que hicieron del barroco un estilo internacional.

Con el firme compromiso de Esirtu despejando el horizonte de la JOBA, al conjunto tan sólo le resta sorprender al auditorio. La tercera promoción ha llegado a su punto de inflexión de la mano de la batuta de Aarón Zapico. No es extraño si consideramos el intenso trabajo de preparación previo que pudiendo incurrir en el peor de los naufragios sencillamente brindaron, este pasado jueves, una excelente lectura de las cuatro Suites orquestales de Bach. Equilibrio, serenidad y contraste resumen el papel desarrollado por la JOBA para estas cuatro páginas que atesoran cada una de ellas sus propios matices y hallazgos, a pesar de la amplia distancia temporal que separan las primeras de las últimas suites.

Aarón Zapico si algo tenía que demostrar en el podio lo haría superando holgadamente las expectativas. Planteó un juego de espejos jugando con esa doble faceta de la música barroca, en la que lo mínimo es suficiente y lo máximo solemne. Añadimos, también, los tiempos y dinámicas calibradas, el cuidado de los fraseos, los acentos y adornos dispuestos por el compositor y todo un conjunto como la JOBA entregado al director asturiano. De este modo, la frialdad había que buscarla fuera de la sala porque cada golpe de las cuerdas reverenciaban las iniciales del cantor de Leipzig.

Hemos hablado de equilibrio y entre secciones es injusto no citar el trabajo de las cuerdas, maderas, el brillo de las trompetas, así como el destacado papel del fagot de Gabriel Ortega o la flauta de Laura Quesada tímida en la Ouverture de la Suite nº 2 y rotunda de la Badinerie conclusiva. En relación al Air de la tercera suite, mencionar que el sentido oscilante dibujado por Zapico junto a los humildes silencios remarcados en su lectura justificaban por sí solos todo el programa, pero la monumentalidad de las cuatro oberturas o la Forlane de la Suite nº 1 serían algunos de puntos destacados de la lectura realizada por director y conjunto.

Telemann plegó sus suites de danzas a las formas y gustos franceses sin mayor reparo, pero en el caso bachiano descubrimos una elaboración honda, como si tomase determinadas coordenadas reconocibles y las revistiera de entidad propia que en manos de Zapico y JOBA apetecía un mundo dentro de un universo, el universo Bach.