«Joaquín Torres-García: un moderno en la Arcadia»Comisariado por Luis Pérez-OramasMuseo Picasso Málaga, hasta el 5 de febrero

Después de su paso por las salas de la Fundación Telefónica, la exposición Joaquín Torres-García: un moderno en la Arcadia, que ha generado un importante impacto en el panorama nacional -una de las MUESTRAS del año para la mayoría de críticos de arte de un medio tan influyente como El Cultural- cuenta sus últimos días de visita hasta su clausura, el próximo 5 de febrero. La monumental exposición abarca todos los periodos estilísticos del artista, que oscilan entre el interés por las formas clásicas de sus inicios hasta la eclosión de su estilo más personal y conocido, centrado en la geometría y la abstracción. La visión general de la obra de Torres-García, después de visitar la exposición, es la de encontrarse con un autor poliédrico capaz de vincular su arte a lo social, como puede apreciarse en sus numerosas incursiones en ámbitos como la educación, lo lúdico o lo político. Durante su etapa en Nueva York, el artista comenzó a producir en serie unos juguetes de madera en una empresa que llamó Aladdin Toys. Este aspecto lúdico, recuerda a una exposición notable que tuvo lugar en el MNCARS allá por el 2014 con el texto de Huizinga Homo Ludens como uno de sus telones de fondo. La tesis fundamental que podía apreciarse en la muestra era la de convertir el espacio público en un lugar de confrontación y diálogo con la capacidad de transformación social, algo que puede vincularse a la producción artística en el sentido en que también pretende tener este carácter transformador de la realidad. El interés por estos juguetes residía en las posibilidades plásticas que contenían al convertirse, del mismo modo, en una suerte de estructuras transformables. Una idea que abordará durante toda su carrera a la par de su producción pictórica con una serie de ensamblajes que comienzan a adoptar una gran importancia como puede apreciarse en obras como Repisa con taza, de 1928, o Madera, de 1929. En ellas, el juego entre volumen y color es patente y puede apreciarse ya una fuerte influencia del cubismo que rompe con toda lógica euclidiana.

Lejos de centrarse en sus pinturas, de las cuales se cuenta con un gran catálogo, la exposición del MPM presenta, a modo de documentación, una importante cantidad de obra editorial, que en el caso de Torres-García era creada de manera artesanal por el propio artista. Hablamos de piezas únicas, entre las que cabe destacar su Manual de Educación Artística, un cuaderno repleto de dibujos que extrae de distintos libros de texto usados en la escuela; así como manifiestos, como, por ejemplo, Manifiesto Antropófago de 1928 o La tradición del hombre abstracto (Doctrina Constructivista), que reflejan todo el potencial de su pensamiento y ese carácter multiforme e inquieto.

Influyente en su Montevideo natal, el artista se convirtió en un personaje cultural y académico muy comprometido con su entorno, como puede apreciarse en su interés por el arte precolombino que permanecerá inserto en toda su obra. La mayor parte de la exposición ejemplifica esta tensión latente en su trabajo entre el primitivismo y la abstracción. Una abstracción, como el propio artista denomina «racionalista», muy en la línea de pensamientos constructivistas y neoplasticistas con Mondrian y Van Doesburg como claros referentes. Un arte geométrico que para él es universal y queda ligado a la ciencia: estructuras que encierran algo vital. En su etapa más madura Torres-García desarrolla un lenguaje plástico muy potente donde esta radicalidad abstracta adopta la forma de una retícula que también se asemeja en parte a concepciones cubistas en las que el artista parece sentirse cómodo. No obstante, es su campo más prolífico al permitirle jugar con las distintas composiciones y gamas cromáticas. Existe una extensa selección de sus obras en esa línea, desde pinturas en blanco y negro, como la majestuosa Construcción en blanco y negro (Inti), de 1938, hasta otras donde predominan los colores tierra apagados, como Arte universal, de 1943. Realmente es cuando su pintura parece vibrar con mayor intensidad y cuando se enrarece. Cuando comienzan, al mismo tiempo, a introducirse estos elementos precolombinos de origen animal, humano e incluso místico antes mencionados. Lo que encontramos es una suerte de organización, una especie de lenguaje oculto mediante el cual Torres-García parece hablarnos entre la antigüedad y la modernidad, entre la Vanguardia y la Arcadia, donde todo puede ocurrir.

Todo esto da a entender que nos encontramos con un artista con las ideas bastante claras y con una potente pulsión vital e implicación ideológica como deja claro durante su tiempo en París. En esta época funda, junto al crítico Michel Seuphor, la revista Cercle et Carré, que no vacilaba en enfrentarse al potente movimiento surrealista hegemónico en aquel momento y defender su postura basada en un arte abstracto con principios racionales. En ella, posaban todo su pensamiento que queda patente desde el principio hasta el final de la exposición. Un pensamiento basado en un carácter de originalidad que arrastra del pasado multitud de referentes y que trata de crear algo novedoso a partir de esos cimientos. Basta con ver el hieratismo tanto de las figuras clásicas de la sala inicial como de sus estructuras y abstracciones de las salas finales para comprobar como es a través de esta quietud que se nos aparece su legado reflejado en esta exposición.