Las violaciones a mujeres y niñas cometidas en la República Democrática del Congo, un país en el que se extrae el coltán, mineral utilizado en la fabricación de teléfonos móviles, es el eje que vertebra la exposición de fotografías Mujeres en el laberinto.

«No se trata de violaciones como las que escuchamos aquí en Occidente, son de una brutalidad tremenda», afirma Paco Negre, autor de la muestra junto a Inmaculada Casajús, que cuenta los relatos estremecedores de algunas de las mujeres que aparecen en las imágenes captadas en la primavera de 2015.

Poner rostros a la «barbarie» que se comete «cada día» en el país africano es la meta que se marcan tanto Negre, traumatólogo del Servicio Andaluz de Salud jubilado, como Casajús, profesora de la Universidad Complutense de Madrid, en el proyecto realizado con la periodista congoleña premio príncipe de Asturias, Caddy Adzuba. La muestra, complementada por la proyección de material audiovisual, se inaugura el 3 de marzo y permanecerá hasta el 8 de abril en la sala de exposiciones ubicada en el edificio del Rectorado de la Universidad de Málaga.

Recibir descargas eléctricas después de ser rociada con gasolina o ser obligada a ingerir una parte del cuerpo de su marido, después de ser violadas, son parte de las atrocidades que narra Negre entre aspavientos y suspiros, y que conforman una realidad a la que pretende dar visibilidad y elevar el grado de concienciación. En su viaje a la que fuera colonia belga, tras hacer escala en Italia, Etiopía y Ruanda, Negre y Casajús accedieron a la Casa de Charlotte, las cuatro paredes propiedad de la madre que da nombre a una construcción que sirve de refugio y de lugar de encuentro para las mujeres que, como ella, fueron violadas en el «caos» congoleño. En esta «favela», así la califica Negre, que se eleva frente a un lago «sucio» y «contaminado», se concentran cada día entre 50 y 100 mujeres que tienen en común el drama que las marcó, hasta el punto de que muchas de ellas concibieron a sus hijos como resultado de los abusos.

«No solo son violadas, sino que después la propia sociedad y sus maridos les expulsan», lamenta el fotógrafo por afición, que comenta la situación política y social que vive el país, con un Gobierno «prácticamente inexistente» combatido por grupos guerrilleros que agitan una población que «no condenan» las violaciones.

De las imágenes tomadas en Bukavu a las orillas del lago Kivu por ambos autores se desprende la resaca de un dolor doble, el del abuso y el de la segregación de la sociedad, plasmada en miradas, marcas en la piel y sonrisas ahogadas, entre las que también hay hueco para los minerales de la riqueza y el conflicto del Congo.

El fotógrafo alaba la capacidad para ser «optimistas» y «positivas» de las huéspedes de la Casa de Charlotte, que, según explica, «en ningún momento se quejan o muestran rencor», sino que expresan palabras de «esperanza». Esa actitud que aúna la «resignación» y las ganas de «cambio», sobre todo en las más jóvenes, como mecanismos para sortear el «laberinto» en su huida del drama les sirve, incide Negre, para «mantener la dignidad, que les arrebataron».