ToscaTeatro Cervantes

Orquesta Sinfónica y Coro Ópera 2001 y Escolanía Santa María de la Victoria. Solistas: Melanie Moussay, soprano; David Baños, tenor; Paolo Ruggiero, barítono; August Metodiev, bajo; Matteo Peirone, bajo; Nikolay Bachev, bajo y Dimiter Dimitrov, tenor

Literalmente curados de espanto de las descabaladas e intencionadas propuestas de la compañía Òpera 2001, el segundo título programado para la temporada lírica del Cervantes nos acercaba a la ciudad eterna como fondo y el drama de Tosca como protagonista este pasado fin de semana entre tunos y chirigotas. Debemos reconocer la predisposición antes de ocupar la butaca pero hay ocasiones que suceden pequeños milagros domésticos, y decimos domésticos porque quien juega con fuego es muy probable que acabe dañado y ofuscando a quien lo contempla.

En líneas generales, podemos resumir este montaje como entretenido y aunque pueda apetecer un eufemismo en muchos momentos vivimos extremos entre la hilaridad y la admiración, a partes iguales.

Volvieron los primitivos rudimentos escénicos de tan ínclita compañía con la dirección escénica de Roberta Matteli, a la que reconocemos el mérito de recrear un espacio con cuatro cacharros no sin alguna extravagancia, como bendecir con una descomunal cruz alzada al final del primer acto o caracterizar en estilo imperio a una sobreentendida Tosca revestida de brocados y terciopelos. En fin, nada que no hayamos visto en otras ocasiones.

Cuando escuchamos las grabaciones de Florence Foster Jenkins, más allá del propio hallazgo musical, pasa desapercibido el paciente y enorme talento musical del pianista acompañante. Es precisamente este hecho lo que destaca cuando el maestro Martin Mázik puede llegar a conseguir de la Orquesta y Coro Òpera 2001, de apenas cincuenta efectivos entre orquesta y coro. Mázik consigue hacer al menos profesionalmente decente lo que bajo ningún concepto despliega la entidad sonora de un drama pucciniano, aunque sí recrea. Con una banda y cuatro cuerdas la cosa da para lo que da y es de agradecer que el señor del maletín no salga del teatro como el gallo de Morón por parte del auditorio.

Pero, ¡oh, milagro! Y de los gordos... Cuando apareció en escena Paolo Ruggiero empezó el drama, la lección y la madurez vocal y artística. Ruggiero encarnó el despiado rol de Scarpia, el polo opuesto a la fragilidad vocal defendida por una Tosca excesivamente trasparente con algo de interés en el vissi d’arte donde le apreciamos un mayor control del fraseo.

Otro punto de interés lo encontramos en el papel de Caravadossi defendido por un interesantísimo David Baños, que poco a poco gana enteros en la escena. Transmitió la predilección por el personaje con credibilidad y entrega a pesar de la huidiza Moussai.

No obstante, por el simple hecho de escuchar a este trío solista mereció asistir a la propuesta escénica de la controvertida compañía Òpera 2001. Por cierto, vuelven pronto.