En el Teatro Cánovas, en la Sala B, queda un espacio en el que se pueden ver espectáculos de un carácter más experimental en el sentido más próximo a la tercera acepción que de la palabra hace la RAE: «Que tiende a la búsqueda de nuevas formas estéticas y de técnicas expresivas renovadoras». Las características del mismo así lo permiten, condicionado por su tamaño y sus posibilidades. Reducido aforo que otorga al espectador la licencia de disfrutar de las presentaciones con una cercanía que invade la intimidad. Y el que va allí lo sabe, es conocedor de que entra en una sala que se ha dedicado a otros espectáculos, a otros modos de expresión teatrales que huyen del Teatro a la Italiana. Obras que se adaptan porque contienen en sí ese germen flexible que además consigue de cada función un momento singular. Ahí, en ese hábitat, tuvimos la fortuna de gozar de lo último de La Chachy, La Gramática de los Mamíferos. Si hay obligación de catalogar los espectáculos con una serie de adjetivos que los definan dentro de géneros establecidos, lo siento, pero no va a ser ésta. Vaya usted, véalo y luego debata. Sí hay como es lógico experiencia en distintos campos en los que se ha formado la protagonista y creadora. Obvio que el flamenco forma parte. Pero también la danza contemporánea, el mimo, el teatro con texto, y, sobre todo, mucha personalidad a la hora de contarnos emociones a través de una historia. La dramaturgia sigue una línea coherente donde el personaje nos va presentando sus vivencias, las que le han hecho convertirse en lo que es, pero no con diálogos sino con ambientes. Vamos a ver a ese personaje crecer por sus miedos, casi como si estuviéramos presentes en sus pesadillas, sueños que pueden ser recurrentes o que tienen un hilo conductor. Pero, al final, sueños liberadores que nos van contando sobre la parte consciente, la que se disfraza ante los demás para dar una imagen con la que conseguir los objetivos. No sabemos si ya La Chachy o su personaje han conseguido reinar en su mundo, sentada en su trono como la imagen final del espectáculo, lo que sí sabemos es que su modo de narrarnos ese proceso evolutivo es muy hermoso. Fuerza enorme y rebeldía. Cada aparición está llevada al extremo en la entrega. Y cada detalle, cuidado con mimo. Imágenes y coreografías penetrantes y de fuerte contraste. Y un ritmo que, a pesar de todo ese torbellino, no deja de ser relajado para permitir no perderse ni una pincelada. Una preciosa teatralización, un excelente trabajo.