studiofilmclub. Peter DoigComisariado por Fernando FrancésCAC málagaHasta el 25 de junio

La figura de Peter Doig responde de manera paradigmática a la imagen que se tiene del artista nómada. Escocés de nacimiento, emigró en sus primeros años a Trinidad y Tobago con su familia, para más tarde instalarse en Quebec, Canadá. Todo este carácter, que el movimiento, o el viaje otorga a su biografía, es una de las características que pueden verse reflejadas en sus pinturas. En ellas, en las imágenes más conocidas de su producción, prevalecen tanto los paisajes nevados -Blotter o Pond Life, ambas de 1993-, como otros que remiten a lugares paradisíacos -Red Boat o Pelican de 2004. Del mismo modo, pueden establecerse, al respecto, de manera clara nexos de unión con artistas claves de la historia del arte como Gauguin, Munch o el propio Hopper, ahondando en el existencialismo de lo humano e imprimiéndole una impronta a su pintura cercana a lo psicológico. Este quizás sea un hecho que paradójicamente lo alejen de las coordenadas del estilo contemporáneo. Lo que ocurre al observar aquellos paisajes es una sensación de desasosiego provocada por la pérdida del lugar de predominio de la figura humana en relación al paisaje. Un hecho que introduce, en clave romántica, la idea de crisis del individuo. Ejemplo de este nexo puede ser la pintura heredera del grito de Edvard Munch Echo Lake, de 1998, donde el personaje adopta una pose similar al del artista noruego lanzando un grito de desesperación en mitad de un lago que le responde con su propio sonido.

En 1979, Doig vuelve a las islas británicas para comenzar sus estudios de arte, lo que lo llevaría, una vez acabados, a una especie de retorno a la inversa donde pasará una temporada en Canadá y se establecerá definitivamente en Trinidad y Tobago junto con su familia. Allí, en su estudio, en una antigua fábrica de ron, comenzaría lo que denominó como studiofilmclub; un lugar de encuentro que lleva a cabo junto con el artista Che Lovelace, donde tanto la gente local como los que estaban de paso podían relacionarse y al mismo tiempo asistir a una proyección cinematográfica. Para invitar a estas reuniones y para que el público supiera el título que iba a proyectarse, Doig realizaba un cartel que quedaba en la entrada del espacio, de una manera libre y sin pretensiones, al cuál se otorgaba la función de mostrar lo que iba a tener cabida en el interior. Más importante que los carteles, que gozan, no obstante, de una calidad incuestionable, lo que resulta interesante del proyecto es esta cercanía que tiene el evento en sí con toda la corriente artística de los noventa, cercana a la estética relacional de Bourriaud. Artistas como Tiravanija, Pierre Huyghe, Christine Hill o Allan Sekula basaron gran parte de sus proyectos en una esfera donde las relaciones humanas, la interactividad y lo social ocupaban el centro del tablero artístico. Es, en este ámbito, donde parece tener sentido el trabajo studiofilmclub de Peter Doig.

Lo que encontramos en sala es un despliegue de 166 carteles, que condensan todo el tiempo de duración de las películas, y un catálogo que contiene tres fotografías fundamentales para entender qué es studiofilmclub. Lo que muestran estas fotografías en blanco y negro es el lugar de encuentro, el estudio antes mencionado de Doig en la isla. Registros donde se refleja el afuera de la exposición, aquello que no se ve en el espacio expositivo. Su estética parece sacada de otro tiempo, recuerdan a instantáneas analógicas en las que puede verse a Peter Doig enciendo unas velas, o a algunos de los asistentes sirviéndose bebidas y charlando dentro de un clima distendido. En definitiva, un encuentro social en toda regla del cuál los carteles no son más que una especie de invitación a participar. La magnitud del proyecto es descomunal, pues, por lo que deja entrever uno de los textos del catálogo, aún sigue en proceso. Lo que transmite studiofilmclub es una sensación de inabarcabilidad de las relaciones humanas y de las metanarraciones que exceden la propia idea de los carteles como pintura. La acumulación de tiempos encontrados es tal que no deja de abrumar a un espectador que, a priori, quizás esperaba otra cosa. Aquello que se menciona en el primer párrafo.

@javierbp1984