El pintor malagueño Eugenio Chicano (Málaga, 1935) nos abre las puertas de su luminoso estudio en el barrio de la Victoria para hablar de Picasso y del Guernica, obra que cumple ochenta años manteniendo intacta su vigencia antibelicista. Chicano fue el primer director de la Fundación Picasso Casa Natal, creada en 1988, y suya fue la misión de mostrar a los malagueños quién era el autor de Las señoritas de Avignon y de cambiar la mala imagen que de él se tenía en su propia tierra. Rodeado de lienzos, colores y pinceles, Chicano recuerda las charlas telefónicas que desde Roma mantuvo con el maestro -al que no conoció en persona- y repasa con espíritu crítico la actualidad de la Málaga de los museos.

¿Por qué cree que Picasso rectificó sus ideas iniciales a la hora de abordar el Guernica?

Los pintores, sobre todo en un cuadro de esas dimensiones, estamos siempre dispuestos a corregir lo que no funciona. Muchas veces uno tiene una grandísima idea que no sale, y también puedes tener una pequeña idea y que te salga un cuadro maravilloso. Cuando te pones a pintar, la tela manda. En el caso del Guernica hay arrepentimientos plásticos y arrepentimientos políticos. Un arrepentimiento político es el puño cerrado con unas espigas que había inicialmente, donde ahora está la bombilla y el caballo. Era un ofrecimiento floral con unas connotaciones políticas clarísimas a la izquierda revolucionaria. Adivino yo que Picasso se da cuenta de que con eso iba a circunscribir el cuadro a una idea política concreta, con lo que le quitaría aquello que un cuadro debe tener: una dialéctica universal. Quiere que el grito de protesta a la guerra sea universal y no en homenaje a una manera de pensar. Y lo quita. Lo que hace que el cuadro sea hoy aceptado por todos y en todos sitios. Picasso tiene, además, la sabiduría de no representar a nadie. Se discute que si España es el toro, que el pueblo español está representado en el caballo..., pero son interpretaciones de cada uno.

¿Nunca ofreció los significados de su obra más famosa?

No ofreció ni significados ni soluciones. Ni siquiera le puso título. El título vino luego, en el pabellón de París. Él lo entregó y punto. Aunque todo el mundo sabía que empezó a pintar el cuadro días después de aquel bombardeo.

¿Cree que si el cuadro se hubiese presentado en otro contexto podría pensarse que denuncia, por ejemplo, la masacre de la carretera de Almería, ocurrida dos meses antes?

Sin duda. Porque el grito radical contra la violencia y la guerra es el mismo. Y sirve para todas las guerras del mundo. Hoy todavía sirve para gritar lo que está pasando en Oriente Medio.

En 2003, la reproducción que hay en la sede de las Naciones Unidas se tapó...

Se tapó por vergüenza. La denuncia del Guernica es dura y universal. Ocultar la violencia señalando a los malos y diciendo que los buenos somos encantadores no lleva a ninguna parte.

Lo maravilloso es que han pasado 80 años y el efecto que causa hoy en nosotros sigue intacto.

Es que hoy somos distintos en muchísimas cosas, pero no en lo asuntos capitales. Las grandes preocupaciones no han cambiado, ninguna.

¿Es la influencia de Goya lo que hay tras la ausencia de color del Guernica?

Picasso es muy sabio y entiende que el color podría folclorizar el grito. Quitar todo lo que pueda ser color, fiesta y luz y dejar todo en blanco, negro y ocre es toda una demostración de sabiduría. Hay que pintar muy bien para defenderse con tres colores, y eso que el ocre casi ni se ve. Picasso era único. El reúne la intuición, la sabiduría y la gran virtud de romper. Era un dibujante extraordinario, pero también una grandísimo desdibujante.

Gracias a su empeño al frente de la Fundación Picasso, los malagueños comenzaron a admirar al genio de la plaza de la Merced. ¿Cómo recuerda aquellos años?

A Picasso le persiguen dos mitos terribles. El primero es creer que su pintura la puede hacer un niño. Qué petulancia tienes que tener para adjudicarle a tu hijo que pueda hacer algo así. O qué mala leche hay que tener para rebajar el trabajo de esa persona a la ingenuidad de un niño. No me lo explico. Y el otro es la creencia de que Picasso no hizo nada por Málaga. ¡Pero si no podía venir! Era un exiliado. Se jugaba la vida. Lo primero que hicimos desde la Fundación Picasso fue realizar una encuesta de la imagen que tenía Picasso en su ciudad natal. Imagínate lo que salió de aquella encuesta: que si era un mujeriego, que si era una comunista que se comía a los niños crudos... Nos quedamos cuajados. Y pensamos que la única manera de cambiar eso era a través de su obra. Decir quién era, dónde nació, quién eran su padre y madre. Siete años nos costó, acudiendo todos los martes y jueves a todos los sitios de Málaga, desde comunidades de vecinos a parroquias, colegios... En esas visitas ofrecíamos una proyección y una conferencia. Siete años. Sin falta. Después, cuando llegó la exposición Picasso clásico [muestra inaugurada en 1992 en el Palacio Episcopal] la gente empezó a considerarlo como el malagueño universal.

¿Cómo ve la actual relación de los malagueños con Picasso?

Creo que es buena. De lo que me quejo es que quizá se hayan quedado en la cuneta muchos proyectos interesantes y de calidad. Por ejemplo, echo en falta un gran monumento a Picasso en la plaza de la Merced, y no una figurita para echarse fotos.

¿Cree que está lo suficientemente reivindicada su figura en su ciudad?

Hay una parte de la derecha, que todos conocemos, que todavía está en contra de Picasso. Y que se resiste. Málaga tiene un magnífico Museo Picasso y la Casa Natal, que son irreprochables. Y después tiene una avenida y un paseo marítimo con el nombre de Picasso. Pero la reivindicación de la figura de Picasso se hace más a título particular que oficial.

Parece una contradicción en la autoproclamada ciudad de los museos.

Quisiera obtener sinceridades con este asunto. El turismo nos ha enseñado miles de cosas, desde el bikini hasta viajar y conocer otras realidades, pero solo el turismo no sirve. Se hacen un museos, con todos mis agradecimientos al Ayuntamiento y a estos señores que hacen estas cosas, pero los barrios están abandonados. Y eso no es así. Los barrios deben contar con su biblioteca, su pequeño teatro y su sala de exposiciones. Y después que pongan un minibús que lleve a los niños de los colegios al Pompidou, al Ruso, al Picasso y a donde sea. ¿Pero cuántos niños de Málaga han visto el Museo de la Aduana? No me explico que en Málaga exista esta profusión de museos en los que se realizan visitas rápidas porque se va el barco y no se mire al otro lado del río ni a los pueblos. El turismo está muy bien. Viva el turismo y todo lo que quieras, pero no me fío un pelo del turismo.

Hablando de turismo. ¿Qué opina del polémico proyecto del hotel del puerto?

Caramba. ¿Tú te crees que a mí no me gusta los rascacielos? Pero mira si hay un paseo marítimo desde Huelin hasta el quinto pino para hacer diecisiete mil rascacielos... Pero no, tiene que ser en la entrada del puerto, al lado de la Farola. Allí tiene que ser. ¿Eso por qué? En esta ciudad no hay cultura de oposición.

¿Cómo eran sus conversaciones telefónicas con Picasso?

Muy divertidas. Picasso hablaba con acento catalán y era muy socarrón. Recuerdo que una vez le pregunté: «Maestro, ¿qué es un pintor?». Y me contestó: «Joder, qué preguntas me haces, coño. Pues mira, un pintor es una persona que de las cuatro partes de su vida, una expone. Y las otras tres está abriendo y cerrando las cajas en las aduanas». Era muy gracioso.

¿Cree que Picasso consideraría hoy una barbarie lo que ocurre en las plazas de toros?

Es posible que sí. Y es algo que a mí me pasa. Tengo grandísimas dudas porque me gustan tanto los toros que no los quiero tachar. Aunque creo que estamos abocados a que las corridas desaparezcan, porque son otros tiempos y hay otra cultura.

En diciembre inauguró su nueva exposición, Paisajes andaluces, que recorrerá toda Andalucía. ¿Qué tiene la pintura para que a sus 81 siga trabajando a diario?

El oficio de pintor es una maravilla. Es la mejor aspirina y el mejor calmante que puedes tener en tu vida. Te vienes al estudio y se que quitan todas las cosas malas del mundo. La pintura es un sortilegio fenomenal. Divertida y difícil.

¿Cómo se tomaron sus padres su determinación de ser pintor?

Mi madre quería que tuviese una cosa fija con un sueldo fijo. Que trabajara en un banco, por ejemplo. A mí se me ponían los pelos de punta. Mi padre tenía un comercio de tejidos en calle Larios y yo ya me veía allí, con un traje y una corbata, recibiendo a la gente. Recuerdo que cuando terminé la mili tuve que decidir. Mi padre me invitó a almorzar y le confesé que no podría soportar la duda; que todos mis amigos estaban pintando y que yo quería probar. Se quitó las gafas y me se me quedó mirando. Me contestó muy bien. Me recordó que aunque siempre tendría abiertas las puertas de su casa y un plato de comida sobre la mesa, tendría que buscarme mis perrillas por mi cuenta. Y eso hice.

¿Y nunca pensó en tirar la toalla pese a las dificultades?

No. Ni la tiraré. Soy muy tozudo. Pero hacen faltan más alicientes. Además, hay mucho intrusismo y mucho arte barato. Se confunde el diseño con la pintura. Y la pintura es otra cosa. La situación de la pintura es desastrosa. No me refiero a niveles artísticos, sino a niveles económicos. No hay coleccionismo. No vende nadie: ni los buenos, ni los malos ni los regulares. Desaparecen salas de exposiciones y las galerías están hechas pedazo. El arte está en vías de desaparecer. Y eso es muy triste.