Su partida de nacimiento es de Pamplona, ciudad a la que sus padres, ambos malagueños, acudieron a trabajar. Pero Ángel Ruiz se considera cien por cien de Málaga, donde nace su pasión por el teatro y donde decide cursar sus estudios en la Escuela Superior de Arte Dramático de El Ejido. Tras los años de formación, se marcha a Madrid para labrarse una sólida trayectoria participando en numerosos montajes. Sobre las tablas ha trabajado a las órdenes de Miguel del Arco, Andrés Lima, Gerôme Savary y Mario Gas, entre otros, y también ha participado en series como La que se avecina y El ministerio del tiempo. Después de ejercer varios años como maestro de ceremonias de los Premios Max, el pasado lunes le tocó subir al escenario a recoger el galardón a mejor actor por su trabajo en el montaje Miguel de Molina al desnudo.

El actor recibe su mayor reconocimiento cada noche, al final de cada función. Pero recibir el Max también tiene que ser un estímulo emocionante.

Sí, ha sido un chute de emoción. Y no solamente por lo que significa el premio y la repercusión que tiene, ya que es el galardón más preciado del mundo de las artes escénicas, sino por la cantidad de cariño que he recibido por parte de mis compañeros. Eso es impagable.

¿Cómo se recuerda abandonando Málaga para buscarse la vida en Madrid como actor?

Me marché, básicamente, porque Madrid es el centro neurálgico de la escena. Donde se mueve todo y donde hay más trabajo. En ese aspecto, pese a que en Málaga hay muchos teatros y mucha afición al teatro, se quedaba pequeña. Madrid es aglutinadora de gente que viene de todas partes del país a trabajar.

Curiosamente, este galardón le llega por encarnar a un personaje malagueño, un tristemente olvidado Miguel de Molina.

Efectivamente. Siempre digo lo mismo: sobre Miguel de Molina se han hecho muchos espectáculos. Y en Málaga, pues imagínate. Para mí, Miguel de Molina ha sido un referente de una España y un momento de la historia que seguimos todavía sin resolver. Mi madre fue una de las víctimas de la guerra y de sus consecuencias. Málaga fue especialmente castigada en la guerra, donde se cometió un genocidio tremendo. Y en ese genocidio estaba mi abuelo, lo que marcó a mi familia. Yo sentía, a raíz de la historia de Miguel de Molina, la necesidad de contar su historia y que al mismo tiempo ésta me sirviera de vehículo para contar y denunciar que todavía no se ha hecho justicia en este país.

La obra Miguel de Molina al desnudo zarandea a los que se sientan en el patio de butacas. ¿Cree que el teatro es el mejor vehículo para agitarnos la conciencia?

Una de las cosas que más me satisface de este trabajo, el premio que tengo después de cada función, es ver las caras de las personas del público, aplaudiendo en pie y con la necesidad de hablar conmigo. Y vienen para agradecerme lo que les he contado y cómo se lo he contado. El secreto del teatro no sólo es el qué se cuenta sino el cómo se cuenta. Y ese es el arma del teatro: ser capaz de transformar la realidad como espejo de la sociedad para, de alguna manera, zarandear las conciencias. Y con ello hacernos crecer, evolucionar y hacernos pensar en qué lugar estamos. Por eso el teatro no morirá nunca. Porque nació con ese espíritu de hablar de las cosas que son necesarias y que haga plantearnos ciertos dilemas morales.

En sus palabras de agradecimiento por el premio pedía que se aplique la Ley de Memoria Histórica. Parece que la lucha entre las dos Españas sigue librándose.

Lo que denuncio es precisamente eso: que estemos en esa lucha todavía. Ya está bien que desde los púlpitos políticos se diga que no hay que abrir viejas heridas. Las heridas no están cerradas, están abiertas. Y lo estarán mientras haya gente en las cunetas y existan calles con nombres de asesinos. Mientras existan estas cosas, las heridas van a estar siempre abiertas. Ya es hora de que se limpie este tema y que a Franco se le juzgue. Sobre este tema, somos una rara avis en España. En Alemania es impensable. Allí no encontrarás ni una sola calle que ensalce al movimiento nazi. Eso es hacer justicia y empezar de nuevo. Aquí todavía seguimos conviviendo con el dolor.

¿Cuánto le queda de Miguel de Molina?

Espero que mucho. El otoño está plagado de gira y ojalá que este premio sea un acicate para aquellos que todavía siguen teniendo prejuicios con la función, porque les pueda parecer que es sólo un homenaje a Miguel de Molina, aunque es mucho más. Creo que es un espectáculo que debería ver todo el mundo. Muchos piensan que es sólo para gente mayor, pero está hecho para la gente joven que desconoce la historia.

Los habrá que piensen, equivocadamente, que es un espectáculo de copla.

Efectivamente. La copla es otro vehículo más para reforzar emotivamente lo que se está contando. Pero la música está al servicio de la historia, no es una mera ilustración. Son veinte minutos de música en una hora y cuarenta minutos de espectáculo.

¿Qué le pediría a las instituciones malagueñas que hicieran en favor de la memoria de Miguel de Molina?

Las instituciones se han preocupado mucho por traer sus restos a Málaga. ¿Y eso de qué sirve? Lo que sí serviría es hacer uso de su legado, que desde la Fundación Miguel de Molina está a disposición del Ayuntamiento y las instituciones malagueñas. Que se abra un museo o que todo ese legado maravilloso pueda estar en el Museo de Artes Populares o en cualquier otro museo. Ahí sí que veo cierta laxitud. Porque esa sí que sería una buena manera de hacerle justicia. Más que traer sus restos, que es algo absurdo. Es un legado que la Fundación Miguel de Molina tiene guardado en cajones y baúles. Y es una pena, porque Miguel de Molina era muy cuidadoso con todas sus cosas. Y hay un montón de documentos, fotografías, poemas, vestuario... Una maravilla guardada en un cajón.