La zarzuela volvía este fin de semana al coliseo malagueño de la mano de la Filarmónica de Málaga y el Coro de Ópera de Málaga. En escena, la que posiblemente sea la producción más longeva del panorama nacional, vigente (aún con cambios) desde hace más de medio siglo, y donde los continuos cambios de ambientes, la alternancia de coros y ballet junto a un trío solista resuelto apenas dan descanso al espectador.

Demasiado tiempo ha transcurrido hasta volver a reencontrarnos con la zarzuela dentro de la temporada lírica del Cervantes, entre unos y otros la lírica fue obligada a ocupar un papel residual dentro de la programación a golpe de tijera y también muy desafortunado. Los cambios que desde el público y la crítica demandábamos parece que van a tener respuesta para la veintinueve edición. Recuperación o cambio de rumbo, por muchos motivos esta ciudad nunca debió abandonar su puesto en la escena nacional. Hay una deuda pendiente de saldar, una reconciliación, pero también acomodarla dentro de la apuesta cultural de la ciudad protagonizando de esta forma un segmento que completa la oferta ya existente como es la tarde noche.

El chispeante y desenfadado preludio de El barberillo de Lavapiés, en un marco típicamente goyesco daba comienzo a un espectáculo que no deja descanso al espectador y todo bajo una selección muy cuidada con la dirección de escena y vestuarios de Jesús Peña y Paz Volpini respectivamente. A pesar de la escenografía centrada en imágenes proyectadas, algunos elementos movibles y un estudiado juego de luces, el gran derroche imaginativo se apoya en unos vestuarios completos que alcanzan su punto de inflexión en el final de la primera parte de la Antología de la mano del maestro Barbieri con una selección de su zarzuela Pan y toros en la pudimos apreciar auténticos ternos de torero.

En el capítulo solista las voces de Almeda, Lozano y Galán serían los encargados de desgranar las distintas romanzas y dúos intercalados entre coros y bailes. Abría el capítulo Israel Lozano con la entrada de Lamparilla o la salida de Jorge en Marina. Músico resuelto, de timbre generoso y emisión bien proyectada. El barítono Javier Galán cosecharía grandes aplausos en su lectura del Caballero de Gracia de La Gran Vía. Inmaculada Almeda obtuvo gran reconocimiento del auditorio aunque observamos ciertas reservas en cuanto a timbre y viveza.

El Coro de Ópera, que prepara Salvador Vázquez, demostraría lo que es, una formación que se crece en la escena, con altas dosis de profesionalidad y convincente tanto en la interpretación como en el canto.

La batuta milimétrica, ágil y precisa de Pascual Osa cierran el capítulo artístico, en la que no podemos obviar el papel decisivo de la OFM. Osa marcaría dinámicas contundentes y rápidas tal y como exige el propio guión de esta antología que como selección puede ser discutida, habida cuenta de la extensión del repertorio, pero como espectáculo apetece redonda. Acaba la temporada y tan sólo nos queda desear recuperar el espacio que no hace tanto teníamos.