¿De qué hablamos cuando hablamos de cultura en internet? ¿Qué nos aporta ahora mismo y qué nos puede deparar en el futuro? Las profecías tienen las teclas cortas en un mundo tan cambiante como el virtual pero es posible, y necesario, acudir a fuentes de lucidez cristalina que nos pueden dar algunas pistas. Por ejemplo, Neil Postman, un sociólogo y analista de los medios de comunicación estadounidense que fue discípulo de Marshall McLuhan y que, a pesar de que falleció en 2003, nos legó algunas reflexiones muy interesantes que pueden extrapolarse al presente. Por ejemplo, que el poder de la televisión hizo que la información pasara de ser una herramienta útil para la comprensión del mundo a ser un mero entretenimiento. Postman solía repetir una frase ajena cargada de ironía: «Muchas cosas han sucedido en este siglo y la mayoría de ellas se enchufan a la pared». Como decía el actor que luego fue presidente norteamericano Ronald Reagan, «La política es igual que el show business».

El profesor de filosofía Camilo Montealegre es autor de una reseña sobre el imprescindible libro de Postman Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del show business en la que subraya que para Postman «la televisión logró socavar la vida cultural de Norteamérica, derrumbar su forma de entender el mundo y reemplazarla por un vodevil. El cambio del pensamiento tipográfico por la imagen anuló la coherencia lógica e instaló en su lugar un contenido emocional y fragmentado». Frases que encajan como un guante en el gran circo de internet. La televisión fue la culpable de que el discurso en Norteamérica se volviera «irrelevante, incoherente, impotente».

Postman creía que el hecho cultural estadounidense más destacado de la segunda mitad del siglo XX fue «la decadencia de la era de la tipografía y el ascenso de la era de la televisión». Al perder influencia la imprenta, lo que nutre la política, la religióny la educación se modifica para amoldarse a las reglas banales y superficiales de la televisión. El miedo pasa a ser el mensaje y marca el orden y etiquetado de lo que ocurre en el mundo. Y las explicaciones se empequeñecen y los argumentos son jibarizados. El conocimiento que nace de la televisión es, pues, «absurdo y de gran poder emocional, es inferior al de la imprenta, coherente y predeterminado para la revisión y el análisis crítico». Cámbiese televisión por redes sociales y tendremos un retrato perfecto de lo que vivimos.

Redes sociales

Si la televisión «no ofrece contenidos reflexivos ni meditaciones sesudas porque el acto de pensar es aburrido y en él no hay nada que ver», las redes sociales imitan esas limitaciones: «Pensar no es un arte teatral». La información nace «desmembrada y ambigua». El ritmo es otro y lo marca la necesidad de dar espectáculo». Al igual que sucede en una red como Twitter, no hay sitio para «el silencio prudente, la duda introspectiva ni la indagación analítica».

No era Postman un enemigo del entretenimiento, lo que le inquietaba, y lo que le inquietaría hoy, es, como subraya Montealegre, que «la estructura del entretenimiento se salga de la pantalla y se extienda fuera de ella, y que las esferas de la realidad se introduzcan en la pantalla». Y cuando dejas de ver la televisión o sales de la red social para volver al campo de la realidad, se tiene la expectativa de obtener las mismas recompensas del campo irreal, de forma que «el aburrimiento se convierte en el criterio para desechar o eludir contenidos coherentes y racionales».

Miradas

«De qué nos reímos y por qué hemos dejado de pensar», de preguntaba Postman en su libro, en el que comparaba dos miradas literarias sobre el futuro muy distintas: la de George Orwell en 1984 y la de Aldous Huxley en Un mundo feliz, dando a éste el premio a la mejor anticipación pues la opresión actual no llega de una fuerza exterior ni se impone de forma violenta. No hace falta: como el propio Huxley profetizó, «el hombre llegará a amar su opresión y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar». Es un elocuente sarcasmo que el «Gran Hermano» orwelliano sea hoy el título de un exitoso programa de televisión en el que no priman, precisamente, la inteligencia y la cultura.