En algún rincón del sistema límbico, la estructura cerebral que gestiona nuestras respuestas fisiológicas a los estímulos emocionales, hay un hombre sentado en un trono. Su nombre es Max Martin y lleva dos décadas diseñando éxitos musicales. Este productor y compositor sueco suma más éxitos que los Beatles o Michael Jackson. Su última gallina de los huevos de oro es Taylor Swift.

Su superpoder se debe en primer lugar a un fenómeno biológico: nuestro cerebro almacena todas las melodías conocidas y da preferencia aquellas que encajan con los patrones con los que ya está familiarizado. Luego está su talento para aplicar la ciencia a su trabajo, buscando la "matemática melódica", que consiste en la perfecta fusión entre letra y melodía. En tercer lugar asoma la tecnología que consigue tender puentes entre los dos puntos anteriores: conocer en profundidad los mecanismos de respuesta emocional del cerebro para que individuos como él puedan encerrarse en el estudio a aplicar a las canciones los algoritmos que lo someterán por completo.

Grupos enteros profesionales (técnicos, arreglistas, músicos de sesión...) están desapareciendo, incapaces de competir con el software que automatiza su trabajo

En ocasiones es un auténtico ejército el que se moviliza para dar con un bombazo. John Seabrook, articulista, ensayista y profesor, explica en 'La fábrica de canciones' ('Reservoir Books') que "a menudo, el último single de Rihanna se ha grabado mientras ella estaba de gira mundial por ochenta ciudades promocionando los anteriores. Para mantener su provisión de canciones, el sello y su mánager convocan de manera periódica campamentos de composición -cónclaves de semanas de duración, generalmente en Los Ángeles, a los que se lleva a docenas de productores y compositores de todo el mundo-. Se los empareja y reempareja en sesiones de composición de varios días, con la esperanza de encontrar oro".

Muchas voces llevan tiempo lamentando que la música de masas haya dejado atrás la creatividad, la inspiración y el riesgo para convertirse en un producto de laboratorio, entregada al cálculo y a la eficiencia. En una entrevista reciente, el productor Suso Saiz (Cádiz, 1957) opinaba precisamente de Max Martin que "entra claramente en esa categoría de fabricante de productos. Todos al mismo nivel. Cuando hace un arreglo, lo extiende a todos los artistas con los que trabaja. Da igual que te dediques a la rumba o al heavy metal, que con él vas a sonar igual". Como en tantos otros ámbitos y muy grosso modo, este sacrificio artístico se explica en última instancia por el auge de la máquina.En manos de los algoritmos

En manos de los algoritmosComo en cualquier negocio, la música en sus vertientes más populares -pop, rock y hip hop- ha mantenido siempre la cabeza en el exitazo, el bombazo, el hit. Antes de colonizar decorativamente los hogares con Ikea, los suecos colonizaron el espectro audible de sus habitantes con sus pegadizas fórmulas pop. A través de su mezcla de melodías de canciones populares e himnos, y letras que combinaban la melancolía y la euforia, "Abba dejó el listón muy alto en lo que se refiere a la excelencia en el estudio", apunta John Seabrook. "Casi cualquier momento de una de sus canciones está logrado de manera exquisita: ha sido recubierta en el estudio con golosinas para los oídos con armonías, contramelodías y una gran variedad de sonidos sintéticos, todo lo cual se convertiría, 30 años después, en un rasgo estándar de la música pop".

No avancemos tres décadas sino cuatro. Por el camino, Estocolmo ha continuado siendo la gran sala de máquinas del pop, con algunos de sus estudios y productores detrás de los Backstreet Boys, Britney Spears, el relanzamiento de Jon Bon Jovi o el concurso televisivo de talentos 'Pop Idol', pero ha tenido lugar algo mucho más llamativo: el crecimiento imparable de esas "golosinas" y "sonidos sintéticos". ¿Por qué? La respuesta está en los Akai, ProTools, Logic y otras herramientas de grabación digital y composición empleados en la mayor parte de la música pop desde mediados de los noventa. ¿Resultado? El software ha potenciado la omnipresencia de efectos y ha expulsado al músico.

Seabrook bautiza a este fenómeno Robopop y sintetiza el estado de las cosas asegurando que "al emplear equipos de sonido tecnológicamente avanzados y técnicas de compresión digital, estos fabricantes de éxitos crean sonoridades más atractivas e intensas que las que pueden generar incluso los instrumentistas más hábiles (€) Subculturas enteras de profesionales de la música (técnicos, arreglistas, músicos de sesión) están desapareciendo, incapaces de competir con el software que automatiza su trabajo".

Con los programas que traducen en matemáticas las canciones de éxito, es factible extraer un algoritmo común que multiplique las posibilidades de un exitazo

La ironía de todo el asunto es que, por mucho que la tecnología vaya generando convulsiones que crean con frecuencia discursos apocalípticos, los oyentes, el público, o sea nosotros, lo que es decir nuestros cerebros, no cambian, o lo hacen muy lentamente, por lo tanto el mainstream, el punto de convergencia del apetito masivo, es decir lo que nos pone de acuerdo a la hora de quemar la pista de baile o nos arroja al borde de las lágrimas, son el mismo tipo de canciones.

"Es llamativo lo poco que ha cambiado la forma básica de la canción popular -se lee en 'La fábrica de canciones'-. Por lo general, la mecánica de la emotividad de las canciones no ha variado. Las estrofas crean la tensión y el estribillo la libera, provocando la sensación de júbilo. Después de dos estribillos suele haber un puente, también conocido como 'los ocho compases centrales', que es una variación de la melodía de las estrofas, seguida por el estribillo final y la coda".

Por consiguiente, la sofisticación tecnológica también ha permitido avanzar enormemente en el ámbito de la predicción del hit, llegando a alumbrar todo un campo de estudio: la 'Hit Song Science'. Y es que mediante el recurso a programas de software que traducen en fórmulas matemáticas las canciones de éxito, es factible extraer un algoritmo común que multiplique las posibilidades de fabricar nuevos bombazos. Desde inicios de este siglo han proliferado los métodos computacionales como el famoso 'Hit Predictor', dedicados a desmenuzar las propiedades acústicas y los patrones matemáticos de una canción nueva y compararlos con los de grandes éxitos anteriores.

Por otro lado, un grupo de investigadores de la Universidad de Bristol, especializados en inteligencia artificial, analizó 23 parámetros diferentes -tempo, compás, ritmo, duración, volumen, simplicidad armónica€- de 5.947 canciones que habían llegado al Top 40 del Reino Unido. Su conclusión fue que su programa informático predecía con más de un 60% de fiabilidad las posibilidades de que un tema musical funcionara comercialmente o no. Junto con los datos reunidos por otro estudio realizado en paralelo por la Universidad de California, la consigna para pegar fuerte yacía en los escasos acordes, un tempo de 120 pulsos por minuto, un compás de 4x4, segundas voces, alguna nota disonante, pocos instrumentos (dos o tres) o muchos instrumentos (cinco o más) pero no un número intermedio. Igualmente se apreciaba que desde el siglo XXI cotiza al alza la canción ruidosa y larga en detrimento de la balada.

Veamos algunos ejemplos de los trucos para que algunos hits desencadenen una suerte de efecto Pavlov. 1) Comenta Seabrook que 'Baby One More Time' de Britney Spears "tarda dos segundos en engancharte, no una, sino dos veces: primero, con el tresillo de corcheas 'Da Nah Nah', y después con ese tentador ronroneo que Britney emite en el primer verso, 'Oh baby bay-bee'". En el caso de 'Umbrella' de Rihanna coloca el toque de genio en el hecho de que: "El maravilloso hook del título -"ella ella ella"- está dispuesto con una contención casi clásica; no aparece hasta después del estribillo de después del primer coro. En el estudio, los compositores hicieron un puente para la canción". 2) El psicólogo musical David M. Greenberg de la Universidad de Cambridge detectó en 'Viva la vida' de Cold­play un 100% de efecto vigorizante al combinar un arranque suave que dé paso a un in crescendo, un tempo alto (entre 100 y 130 pulsaciones por minuto) y una letra que incita a la euforia. 3) Temas como 'Watermark' de Enya, 'Weightless' de Marconi Unio y Liz Cooper, o 'Electra' de Airstream coinciden en procurarnos un gran sosiego al servir un tempo estable que se sincroniza con nuestras ondas cerebrales y latido cardiaco, y por recurrir a una melodía de tonos graves.

La nota del dinero

La nota del dineroAseguran los entendidos que la certeza casi infalible de que vas a romper la banca, el eureka que grita enfervorizado el productor tiene lugar cuando surge lo que en el argot se denomina "la nota del dinero". Es ese clímax que huele a hit planetario, representado por "el principio de la tercera interpretación del estribillo de 'I Will Always Love You' de Whitney Houston: pausa, golpe de tambor y, entonces: "Aaaaaiiiaaaii always love you"; o por el momento de cambio de tono que empieza en la tercera estrofa de la canción 'Titanic' de Celine Dion, la nota "You´re here/there´s nothing I fear".

Si desde el siglo XXI se recurre a un método de composición llamado de "pista y gancho", donde la producción va primero y luego se añaden la melodía y la letra, lo que acerca más que nunca el trabajo de elaboración musical a una línea de montaje, y los test que anticipan el potencial de un single están a la orden del día, ¿nos dirigimos hacia la robotización definitiva en la creación de un éxito musical, lo que de paso significaría para las discográficas somos algo parecido a animales amaestrados, o sólo asistimos a retoques más o menos chocantes dentro de un proceso que viene de lejos?

Javier Blánquez, coautor de 'Teen Spirit. Viaje por el pop independiente' (Literatura Random House) y crítico musical, se inclina por lo segundo: "Como mínimo desde los años sesenta, el pop funciona como una cadena de montaje. El soul de Detroit en la época dulce de Motown, todo el pop de los años anteriores a la explosión de los Beatles... En sí misma, la industria ya era una como una máquina, y sin la tecnología de la época -radio, televisión- no habría alcanzado la difusión que le permitía llegar a millones de personas. En la actualidad, la tecnología sigue siendo una pieza fundamental en la fórmula del éxito: el sonido preciso, ultralimpio, comprimido y destellante del pop de hoy no sería posible sin los últimos programas de edición y producción.

El pop de hoy -el de Taylor Swift, Katy Perry, Rihanna, Beyoncé- suena como suena porque los productores más solicitados del momento comparten un lenguaje común modulado por una tecnología concreta. Súmale internet, y la difusión se multiplica aún más. Sin la tecnología de cada época, producir un éxito resulta más difícil que con ella. No la obstaculiza en absoluto. La repetición -los memes musicales, por así decirlo- siempre han sido un ingrediente más. Es más fácil triunfar si no pones dificultades de comprensión".

"El pop de hoy -Rihanna, Beyoncé- suena como suena porque los productores comparten un lenguaje modulado por una tecnología concreta", revela el crítico Javier Blánquez

Puesto que este artículo está en cierto modo escrito a base de samplear citas de artículos y declaraciones, aquí entra el músico Javier Limón, diez Grammy en su haber y quien en su faceta como compositor y productor ha trabajado con artistas de la talla de Cateano Veloso, Alicia Keys o Diego el Cigala. En su opinión, "una buena canción, se arregle como se arregle, se produzca como se produzca, se promocione como se promocione, incluso se cante como se cante, encuentra su camino. Ahora no es tan fácil dar con ella. He compuesto más de trescientas canciones (grabadas) y hoy no daría por buenas realmente más de una docena. Canciones redondas escucho muy pocas cada año, discos redondos completos... hace años que ninguno".

En lo que coinciden tanto Blánquez como Limón es en despejar el peligro de una creciente homogeneización de los gustos musicales, lo que priorizaría más que nunca la búsqueda del hit, al tiempo de que siguen existiendo espacios para la evolución y la sorpresa. Para el primero: "La fragmentación de públicos ha sido progresiva al menos desde los noventa -incluso antes, aunque con menos incidencia-, y hay nichos autosuficientes para públicos muy distintos. Por otro lado, si no fuera por la tecnología, no se hubiera podido producir la segmentación de estilos que se ha producido desde, al menos, 1986, con la irrupción del house.

Aquella subdivisión constante que dio origen a tantísimos géneros en los noventa se ha frenado, y ya no resulta tan novedosa pasados más de 20 años, pero eso no significa que no haya cambios constantes año tras año". Limón, por su parte, sostiene que "las jóvenes generaciones no escuchan sólo un estilo de música y los jóvenes músicos cada vez más mezclan estilos en sus músicas. Supongo que con el tiempo los estilos tal y como los conocemos se irán transformando en otros".

Resta por ver si el sector encontrará respuestas a las grandes inercias tóxicas de la última década como el hundimiento de las ventas, la concentración de beneficios -el 77% los acumula el 1% de los artistas-, la piratería y el reparto injusto de royalties derivados del streaming a la carta, entre otros, al tiempo que ya se verá si se cumple la profecía de Daniel Ek, creador de Spotify, según la cual "los artistas más importantes pronto empezarán a crear sus listas de reproducción -tal como se lee en 'La fábrica de hits'-.

Se organizarán en torno a actividades y estados de ánimo ("mo­mentos", los llama), más que en torno a la visión creativa del artista, como ocurría en la era del rock. Una lista de reproducción para escuchar mientras haces ejercicio que sea una colaboración entre el dj y productor sueco Avicii y Usain Bolt, por ejemplo", dice Ek.

Ocurra lo que ocurra, lo único que parece seguro es que nuestros cerebros seguirán celebrando volver a escuchar hits aunque los hayamos odiado desde el minuto uno y en público podamos llegar a avergonzarnos de ellos. Y es que la neurociencia ha demostrado que la familiaridad con una canción desencadena una implicación emocional de alta intensidad. El subidón que procura la capacidad de adelantarse y, por tanto, de participar imaginariamente en la creación de ese tema lleva incluso al que sólo escucha a Schubert en el salón de su casa a pegar botes en la boda de su primo cuando suena 'Waterloo' de Abba.