Hay series que te caen tan bien que se merecen una segunda oportunidad si la cosa va mal. Cuando vi por primera vez la última temporada de Sherlock me dejó frío. Pero no me gustó que no me gustara. Había algo en ella que hacía incómodo el rechazo. Algo que, por lo que fuera, necesitaba un tiempo para madurar. También me ocurrió con Mad Men al principio: y terminé rendido a sus encantos y desencantos. Así que dejé al colgado Sherlock y al atormentado John Watson en barbecho durante unos meses y regresé a ella esta semana.

El tiempo me acabó dando la razón: esas tres películas (llamar episodio a algo que dura hora y medio es injusto) son, con sus altibajos y algunos excesos visuales que quedan muy chulos pero aguan demasiado un sabor profundamente amargo, tres piezas espléndidas de ficción. Cierto es que la primera entrega tarda en carburar porque los golpes de humor son bastante bajos y la trama de las figuritas de la Dama de Hierro es un poco irrelevante, pero cuando la historia empieza a retorcerse de forma creciente, el tinglado va cogiendo forma y haciendo mucho más consistente el fondo.

«Cuando se vuelve infranqueable la senda que recorremos...». Está clara la jugada: oscurecer lo más posible la vida de los personajes. No es casualidad que la primera andanada concluya en un acuario donde los tiburones fingen ser libres. Cuando la relación entre Sherlock y Watson se contamina y finalmente se quiebra de la peor manera posible (el dolor cruzado por el arrepentimiento, la pérdida sumada a los remordimientos) con reproches que parecen insuperables, la serie alcanza un punto que parece sin retorno. Y en ese viaje por los infiernos irrumpe entonces un pringoso asesino en serie que es rico, poderoso y absolutamente adicto a matar. Ahí es donde las deducciones dejan paso a un conflicto dramático de primerísimo orden que desordena las vidas de nuestros héroes televisivos hasta el punto de hacer que uno se abrace al clavo ardiendo del derrumbe absoluto para salvar al otro (y, la verdad, no puedo ser más explícito en este punto para no aumentar mi fama de cultivador de spoilers).

Resolución

Sherlock drogado, Holmes delirante y hablando con los fantasmas. Aunque la resolución del caso sea un poco forzada y banal, ese segundo pisotón a las convenciones narrativas que pasa olímpicamente de los tiralíneas del suspense más trillado pone las bases para un tercer acto en el que la irrupción de la hermana desconocida de Holmes sirve de excusa para que el guión y la dirección tiran al aire los papeles para lanzarse en plancha en el área de lo impensable. Ver a Moriarty bajándose de un helicóptero mientras escucha a Queen y convertido luego en una especie de reloj sádico y divino es uno de los muchos momentos impagables que ofrece una aventura desmadrada por los pliegues de la memoria atormentada del detective, convertido él mismo en objeto de sus deducciones, y culminada con la escena más emotiva de todas las temporadas. ¿Sherlock capaz de conmover? Increíble. Ya sabía yo que tenía que darle otra oportunidad a esta serie.