Dirty Dancing, el último de los musicales que por estas fechas está tomando por costumbre el Teatro Cervantes para terminar la temporada teatral, estará representándose hasta casi que empiece la Feria de Agosto. Este musical, como es fácil deducir, está basado en la película del mismo nombre que se estrenara en el año ochenta y siete. Treinta años pues desde que Eleanor Bergstein, su guionista, fuera al cine a verla por primera vez. Cierto es que hay historias que perduran, sin que se sepa muy bien por qué. Ésta ya en su momento era bastante empalagosa, lo que no quita que tuviera una creación de personajes con alma suficiente y, sobre todo, suficientemente bien interpretadas que llegara a emocionar.

No cabe duda que esa era una de las virtudes de la película: la emoción constante y el triunfo final al que se alcanza tras superar las vicisitudes del drama. También los bailes, por supuesto. Y la composición musical. Muy en el estilo ochentero. Ahora en el XXI la recreación en formato teatral parece más cuestión de nostalgia que algo que logre sorprender. La puesta en escena es rica en su profusión mecánica. Hay muchos cambios escenográficos que convierten de un momento a otro las distintas estancias y espacios por los que transcurre la historia. Cambios dinámicos en su planteamiento, aunque luego se encuentren con las estrechuras de según qué teatro como es el caso del Cervantes que obviamente les venía justito.

Pero todos estos movimientos escenográficos resultan poco originales. Si el montaje hubiese sido en los ochenta seguro que sorprende, pero a estas alturas no se ve mucha originalidad. Lo mismo ocurre con las coreografías. Buenas son, pero más eficaces que dispuestas para el alarde. Lo que sí tiene mérito es el elenco. Oriol Anglada y Eva Conde magníficos en sus papeles protagonistas. Hay muy buen nivel entre los actores-bailarines que pudimos ver en este día concreto. Estoy seguro, porque eso se ve, que sus cualidades van más allá de lo que les ha permitido la producción. Nos quedamos con ganas de más. Así ocurre que para ser musical realmente hay pocos temas, aunque las voces de Pedro Ekong, Lilian Cavale o Sergio Arce, sí tengan la oportunidad de demostrar sus valores. La impresión general del espectáculo es que se nos queda un poco corto, enfocado a una funcionalidad que no consigue destacar el atrevimiento del original. Pero eso sí, su desarrollo es ligero, hábil y entretenido, lo suficiente para divertirse una tarde de verano en familia.