Decía Vinicius De Moraes eso de «tristeza no tem fim, felicidade sim». Y disfrutando de la felicidad ando. Una vez que se presenta no tiene uno tiempo para otra cosa que no sea disfrutar su visita y exprimirla hasta que coja su maleta y nos deje con buen sabor de boca, la alacena repleta de provisiones para aguantar con buen talante el tiempo hasta su próxima llegada y un equilibrio maravilloso. De ahí mi ausencia estas semanas. Muchas cosas buenas y muchas recompensas de siembra que me han tenido totalmente absorbido. Después de mucho pelear para que saliera todo a pedir de boca en la despedida de mi disco, llevarme el gato al agua en La Cochera Cabaret fue todo un subidón de adrenalina. Buena entrada, un espectáculo pensado para el disfrute del respetable que salió redondo hasta el final, unos invitados que vitaminaron de forma magistral el recital y una banda con la que me sentía llevado en volandas. Desde pegar carteles hasta el último guitarrazo del concierto, han pasado tres meses de trabajo en soledad siempre con la incertidumbre apuntando al pecho pero con la esperanza del trabajo bien hecho, que es el mejor chaleco antibalas. La alegría de tener un repertorio a prueba de bombas y la pena de la falta de continuidad sabiendo que se tiene un deportivo que corre más que el viento y estar apurado porque no le puedes echar gasolina todos los días para disfrutar de él. En ello estoy, trabajando en el próximo disco y destilando la esencia de mi propio estilo. Como decía Morante de La Puebla «el arte no se pega y cuando se quiere imitar se hace el ridículo». A ser uno mismo no te va a ganar nadie, primo.

Merecidas vacaciones después de tanto desgaste emocional y físico junto a mi chica, que, con el buen gusto que la caracteriza, planificó una espléndida escapada a terras galegas. Sorprendente tierra de pureza y una energía en el ambiente que engancha. Pueblos de la ría como Noia, Puerto Do Son, Muros con una energía primigenia, telúrica y ancestral que te abren los ojos para sentir de dónde venimos; el Castro de Baroña, primer asentamiento Celta, da buena cuenta de ello. Paraísos terrenales con playas desiertas de una belleza indescriptible, la alianza visual del campo y el mar en un palmo de terreno, unas gentes cariñosas, amables y serviciales con las que te has de quitar el sombrero por su autenticidad y pureza, donde la impostura y los encajes de bolillos sociales no han llegado, a Dios gracias. Hospedajes como Casa Do Torno con César a la cabeza llevando esa enorme y maravillosa casa de cuento, o la personalidad gigante de Gloria, ya en Compostela y su casa de Pelegrinos, que dejaría boquiabierto a cualquier arquitecto moderno y la cama más enorme donde he acunado mi cabeza. Generosos y de trato exquisitos ambos. En plena huelga de transporte gallega encontrarte con un taxista que nos sacó las castañas del fuego con el nombre de Paco De La Torre tiene su gracia. Decía que se encargaba de llevar y traer a una señora de 101años, de Madrid a Noia y viceversa; la mujer cuando llegaba a Madrid le hacía partícipe de una dramática despedida, «Paco, hijo está será la última vez que te vea», pensando que se la llevaría la muerte antes de disfrutar de otro verano. Así estuvo diez años más y Paco tuvo sus diez despedidas de nudo en la garganta. La vida misma, ser conscientes de nuestro corto paso por esta vida te hace disfrutar el doble y amar lo que tienes a tu vera. Tengo serias dudas de tener una centenaria vida, lo que no dudo es en que moriré con una guitarra colgada, con el corazón enamorado y con la certeza de vivir, vivir y vivir.