De alguien que dice que vive en un pequeño pueblo del norte de Maine porque odia a la gente y quiere estar "lo más lejos posible" de ellos no se puede esperar música luminosa ni vitalista. El mundo de Steve Austin, el único miembro de los legendarios Today Is The Day (por sus filas han pasado cerca de 20 músicos a lo largo de los últimos 15 años de historia), es puro nihilismo, introspección y subversión de las reglas de la música extrema: lo de este hombre está tan cerca como lejos del metal, bebe del noise pero a la vez repudia sus métodos mecánicos, respira la rabia del hardcore pero su música sólo tiene del punk el DIY... Estos días celebra con una brutal y casi infinita gira su disco más aclamado, 'Temple of The Morning Star', el que le valió la curiosidad y las orejas de tantos fans desprejuiciados de los sonidos oscuros del alma; un tour que pasará por Velvet Club el próximo 13 de octubre.

No es fácil adentrarse en el opresivo universo de Austin; al fin y al cabo, muchas de sus letras hablan, sin tapujos, sobre la depresión y el suicidio. Pero la honestidad brutal y directa del cantante y guitarrista conecta, y tanto: sólo de sus discos publicados en el sello Relapse Today Is The Day despachó 100.000 copias, una cifra estratosférica para una música más gritada que cantada y que al oído menos entrenado le sonará a ruido por adulterar. La intensidad de su música demuestra que él vive lo que cantan. "Cuando grabé 'Temple of the morning star' me encontraba perdido y jodido. Vivía en mi estudio, un almacén súper cutre y lo único en lo que pensaba cada día era en entregar mi música, era lo único a lo que me agarraba, trabajar en ese disco se convirtió en mi biblia. Pero creo que estar aislado en ese sitio me puso en un abismo difícil de controlar", recordó el músico a 'Noisey' sobre el vigésimo aniversario del disco. Ese álbum, y muchos posteriores (especialmente su doble álbum 'Sadness Will Prevail', su trabajo más experimental, personal y de difícil escucha), refleja la lucha contra la influencia que tuvo en su infancia su madre, una mujer con el síndrome de Munchausen (una enfermedad mental y una forma de maltrato infantil; el cuidador del niño, con frecuencia la madre, inventa síntomas falsos o provoca síntomas reales para que parezca que el niño está enfermo), la necesidad de sanarse pero a través de la confrontación con todos los demonios. Y, créanme, Steve Austin ha conocido a todos los demonios que existen.

Austin es un alquimista del mal rollo (sus conciertos más memorables son un set de sangre, sudor y lágrimas, literalmente) y un feroz defensor del individualismo (tiene su propio estudio de grabación, también su sello discográfico, en las entrevistas no le tiembla el pulso para desacreditar a músicos y empresarios del underground), pero también alguien nada fácil de catalogar. Porque, preguntado por 'Exclaim!' sobre cómo sería un domingo ideal, respondió: "Levantarme pronto con mi mujer e hijos, coger el Suzuki Samurai y bajar al lago para nadar y pescar". Después de tanto ejercicio de exorcismo musical, de conciertos en los que acababa sangrando por algún espectador agresivo, Steve Austin es ahora un hombre feliz, de familia, pero sin traicionarse como individuo, siguiendo sus propias reglas. Su revisión de 'Temple Of The Morning Star', su reencuentro con aquel joven al filo de todo, sobre todo de sí mismo, será, más que un ajuste de cuentas, una reconciliación. Y lo podremos ver y oír en Velvet Club.