Vuelve, por quinto año consecutivo, La Edad de Oro, el ciclo de ciclos con que el Cine Albéniz hace que los malagueños descubran o redescubran algunos de los mejores títulos de la historia del cine. Aunque cualquier aficionado o cinéfilo (bueno, en realidad, me atrevo a decir cualquier persona con neuronas en funcionamiento y un corazón que late) puede comprar su ticket para cualquier proyección y salir satisfecho, valga este texto para animar especialmente al visionado de algunos títulos que me resultan especialmente cercanos a mi forma de ver el arte y la vida.

El gran Gilles Deleuze ofreció quizás la mejor definición del cine de Max Ophüls: "Las imágenes de Ophuls son cristales perfectos. Sus facetas son espejos rasgados, como en Madame de... Y los espejos no se contentan con reflejar la imagen actual sino que constituyen el prisma, la lente donde la imagen desdoblada no cesa de correr tras de sí misma para alcanzarse, como en la pista circense de Lola Montes'. La Edad de Oro rescatará la terna canónica de Ophüls (hay muchos más, ocultos, subterráneos; si hay algún director del que merece repescar su filmografía completa es éste): la citada 'Lola Montes', 'Carta de una descooncida' y 'La ronda' (permítanme añadir un cuarto, 'Atrapados', también en el ciclo). A menudo se resume la aportación de Ophüls en su delicada elegancia y su proeza técnica (esos travellings siguen siendo sobrecogedores), pero sus películas atesoran mucho más que preciosismo: en sus melodramas late un corazón en invierno pero cálido, unas emociones genuinas pero soterradas... Sus películas son auténticas coreografías de la emoción.

'Breve Encuentro', quizás la película más conocida del periodo británico de David Lean, podría haber sido firmada por Max Ophüls (aunque el estilo de Lean es mucho más seco, menos preciosista). La historia de amor entre Celia Johnson y Trevor Howard, un romance furtivo y contra las convenciones sociales de la represoria sociedad británica, sigue siendo una de las grandes pasiones jamás impresas en una pantalla. Como podrán haberse imaginado, es de esas películas que mueve, conmueve y, al final, remueve.

Del ciclo dedicado a Howard Hawks, resalto dos títulos: 'Sólo los ángeles tienen alas', una muestra ejemplar de cómo Hawks sabía capturar la vida y algunos de sus grandes valores (camaradería, lealtad, ilusión) a partir de algo aparentemente insustancial (la película sigue a un grupo de trabajadores de una pequeña compañía aérea en Sudamérica); y, especialmente, 'Luna Nueva', una de las mejores comedias de todos los tiempos: el brillante texto de Hecht y McArthur, varias veces releído, alcanza aquí su auténtico significado, velocidad y brillantez. Con unos Cary Grant y Rosalind Russell absolutamente estelares.

Curiosamente, los documentales que más me interesan y llegan son aquellos en los que los retratados terminan abandonando el plano de lo 'real' y pasan de personas a personajes, de lo cotidiano a lo legendario. Eso sólo lo puede conseguir un par de ojos sagaces, empáticos y comprometidos con lo que tienen delante. Como los del gran Robert J. Flaherty, el hombre que acuñó los conceptos del documental y que en 'Nanook, el esquimal' ofrece un retrato de la vida cotidiana de un hombre que es la pureza encarnada. Flaherty trasciende lo naturalista y se asienta en lo emocionante, sin más, con escenas inolvidables como aquella en la que Nanook calienta las manos de su hijo con su rostro. Curiosamente, el que se considera el primer documental de la historia no lo es tanto: dice la leyenda que lo filmado por Flaherty se quemó accidentalmente y que el director regresó al Noreste de Canadá para repetir las escenas. Como dice Steven Schneider, "si la escena en que Nanook calienta las manos de su hijo es parte de un guión, entonces simplemente este hombre es uno de los grandes intérpretes de la historia".

Para consultar salas y horarios de las proyecciones, http://laedaddeoro.eu/programacion.