Que Bruce Springsteen es The Boss, el Jefe, es indiscutible. Que su discografía hasta Tunnel of love (1987) roza poco menos que la perfección tampoco. Y que a lo largo de sus más de 40 años de carrera se ha ganado el derecho a hacer lo que le venga en gana y como le dé la gana tampoco se discute. Ahora bien, cosa distinta es que acierte siempre a la hora de tomar esas decisiones. Springsteen es el Jefe, pero no posee el don de la infalibilidad. En los últimos años el mito Springsteen se sostiene sobre todo gracias a su proverbial entrega encima de los escenarios, a sus conciertos en los que no escatima ni un gramo de esfuerzo durante más de tres horas y que suelen ser una especie de comunión con su público. Pero, aunque en estos tiempos suene a una herejía, eso también tiene su cruz. El showman ha acabado por devorar al músico. La pirotecnia efectista de estar saltando constantemente de un lado a otro del escenario, de subir a los fans a bailar con él, de sacar al niño de turno a cantar Waitin´ on a sunny day son el precio a pagar para llegar y satisfacer a todo el mundo. «No puedes escapar del precio que pagas», ya cantaba en una de las canciones de The River. Poco o nada queda de aquel músico que se preocupaba hasta límites casi paranoicos de que su música se pudiese escuchar perfectamente hasta en la última esquina del recinto en el que actuase.

Esta misma semana se publica disco en directo King´s Hall, Belfast 1996 [a la venta a través de su web brucespringsteen.net], que es una buena prueba, una excelente oportunidad para reivindicar al otro Springsteen. Al artista por encima del showman, la esencia de un tipo comprometido y dispuesto a dar voz a aquellos que no la tienen. En ese 1996 Springsteen estaba embarcado en una gira casi minimalista para presentar The Ghost of Tom Joad, un trabajo editado en 1995 y que enseguida fue recibido como el Nebraska de los noventa. El disco está inspirado en el libro Las uvas de la ira de John Steinbeck y en la película de John Ford, con Henry Fonda como Tom Joad. En aquella gira Springsteen defendió su repertorio con una guitarra, una armónica y poco más. En el disco junto a él está Kevin Buell a los teclados. No hace falta nada más. Lo importante es lo que se dice, lo que se transmite, lo que se defiende. Un disco sobre «los nuevos americanos», esos que se juegan la vida para llegar a Estados Unidos en busca del sueño americano, de la tierra prometida. «Sobre la gente que llega, sufre privaciones y prejuicios, tiene que batallar con las fuerzas más reaccionarias y los más duros corazones de su tierra de adopción», cuenta el propio Springsteen en su biografía, Born to Run.

A veces se corre el riesgo de minusvalorar este disco, que pese a contar con más instrumentación que el Nebraska en algunos momentos peca de monótono y no llega a la altura del primero. Pero supone un faro de luz en un momento complicado para el Jefe. Con la E Street Band en el dique seco desde la gira de Tunnel of Love, Springsteen publicó dos discos a la vez en 1992 (Lucky Town y Human Touch), dos trabajos que, pese a que cuentan con algunos destellos, están entre lo más anodino de su carrera. Son, sin duda, su primer patinazo. Springsteen recupera en cierto modo el camino con Streets of Philadelphia, una canción de profundo corte social y con la que gana un Óscar. Luego publica su disco de grandes éxitos y llega The Ghost of Tom Joad. «Sabía que no resultaría atractivo para mi público mayoritario. Pero estaba seguro de que sus canciones ayudarían a reafirmar aquello que mejor hago. El disco fue algo nuevo, pero también un punto de referencia de las cosas que intento defender y que todavía quiero tratar como autor», reconoce al respecto elpropio artista en su autobiografía.

La temática lo emparenta directamente con Darkness on the Edge of Town, Nebraska y con el posterior Devils and Dust. Después de Nebraska (1982) no hubo gira, así que en 1996 Bruce Springsteen sí que salió a defender su trabajo. Aquel tour pasó por España, dejando un memorable concierto en el Teatro Tivoli de Barcelona y otro en Madrid. Curiosamente, aunque la instrumentación era todavía más espartana que en el disco, la puesta en escena gana en intensidad y emoción. Lo importante son las canciones y sus historias. El Boss se encarga de recordarlo cada noche, explicando qué es lo que hay detrás de cada una de esas composiciones y pidiendo al público un respetuoso silencio. En cada concierto suenan los doce temas del disco. Canciones que hablan de una nueva Gran Depresión y de la inmigración (The Ghost of Tom Joad); de las decisiones que nos llevan a un lado u otro de una delgada línea física y moral (Straight Time); de lo peor que llevamos dentro los seres humanos (Highway 29); de la desindustrialización y de sus consecuencias en forma de paro (Youngstown); de inmigrantes mejicanos desengañados del sueño americano y que son captados por las mafias para trabajar en peligrosísimas condiciones en laboratorios clandestinos para la fabricación de metanfetamina (Sinaloa Cowboys); historias de la frontera donde corazón y deber se debaten entre sí (The Line); de niños mejicanos que trafican para las mafias, usan su cuerpo para pasar bolas de cocaína de contrabando, se prostituyen y esnifan toncho; la soledad en un ambiente físico y moral desolador (Dry Lightning); o de los vagabundos o hobos (The New Timer).

No es casualidad la elección del resto de canciones del repertorio que interpretaba cada noche para acompañar al espíritu del viejo Tom Joad. Son básicamente temas de Darkness on the Edge of Town, el álbum con el que Springsteen adquirió su «voz adulta», como él mismo reconoce, y en el que encontró a los personajes sobre los que realmente quería escribir, y del Nebraska. También estaban otras canciones que ahondaban en esa raíz social que como Streets of Philadelphia, This Hard Land o Murder Incorporated y The Wish, It´s the Little Things o Brothers Under the Bridge, en aquel momento todavía inéditas. En el repertorio de este disco se cuelan además dos canciones de Born in the USA: la siempre emocionante Bobby Jean y la mismísima Born in the USA. Pero con un matiz importante: Born in the USA en realidad forma parte de las sesiones del Nebraska y la concepción original del tema poco tiene que ver con la que posteriormente se editaría. En esta gira Springsteen la cantaba tal como la concibió y como quizás no se atrevió a grabar inicialmente: acústica, desnuda y sin dejar ningún género de dudas sobre su verdadero sentido. Una auténtica canción protesta que hubiese firmado el propio Woody Guthrie si hubiese vivido suficiente como para ver la guerra de Vietnam. Quizás tampoco es casualidad que el disco se abra con The Ghost of Tom Joad y Promised Land, dos canciones que incluyen claras referencias a la búsqueda de esa tierra prometida y que son toda una declaración de ideales innegociables. Nadie tiene derecho a llevarle la contraria al Jefe, pero quizás debiese echar la vista atrás a esos trabajos de su pasado para volver a encontrar el camino que le hizo grande. Grande de verdad.