Hablar de opera en estos tiempos tan difíciles, podría parecer absurdo, e incluso ridículo, si no fuera porque la ópera, de cuya representación voy a tratar, es Carmen, quintaesencia del tema español en el siglo XIX. En este siglo, el mundo español se pone de moda en Europa de tal forma, que el Grand Tour, el viaje que hacían por Italia los ricos europeos en el XVIII, se traslada a España con tal pasión, que Alejandro Dumas contrata que le asalten unos bandoleros en Sierra Morena, para sentir la emoción del turismo de riesgo hoy en día. Nada nuevo. Ello trae consigo el descubrimiento por los europeos del gran arte español y la utilización de temas españoles en la Música, desde Don Juan a Carmen, pasando por el Quijote.

El título de este articulo me había sugerido tratar el asunto que me ocupa, desde un punto de vista delirante, «¡más madera!», pero como mi vis cómica no llega ni al zapato de Groucho, y el tema me parece grave, voy a intentar no parecerme en exceso a la mula que arreaba coces contra la pared, durante una actuación de los Marx en un villorrio de Texas, que les hizo exclamar: «Hay muchas cucarachas en este teatro».

En efecto, hay muchas cucarachas en este teatro. Lo cual me preocupa muchísimo. Sobre todo, me preocupa el futuro artístico (?) profesional del señor director de escena de la versión de Carmen, que actualmente se representa en el Teatro Real de Madrid, y a la que asistí la tarde del pasado domingo. Y me preocupa, porque es uno de las pretendidos genios del teatro actual. Y no sé qué va a ser de él en el futuro.

Llevo muchos años viendo y escuchando opera. Y puedo decir con absoluta seguridad, que no he visto una representación de la obra de Bizet más burda, absurda, estúpida y fea (sí, ¡fea! que ya está bien de cultivar el feísmo, la oscuridad, los espacios vacíos y la suciedad en su sentido más genuino!) que esta producción que dirige este señor.

No se ha borrado de mi memoria una noche en el Bolshoi, en Moscú, asistiendo a una representación de La dama de picas, de Tchaikovski, con decorados y escenografía al estilo carca y decadente, es decir, espectacular: se abrieron los cortinajes del telón de boca y el culto público ruso ovacionó el escenario aun vacío de intérpretes. Tal era la grandiosidad de lo que contemplamos.

No me considero un experto, ni un purista, ni un conservador recalcitrante, ni, menos aún, un carca. Pero ver tanto despropósito en una producción de la Opera National de Paris, que lleva rodando por el mundo desde el año 1999, me hace pensar que Umberto Eco se quedó corto en su obra De la estupidez a la locura.

Parece ser que la producción ha sido aligerada de parte de lo que hoy se denomina carga simbólica (tiemblo con determinadas expresiones como carga simbólica, fuerza dramática, cartografía, mimesis y similares, que la mayoría de las veces, ocultan con su pedantería, un absoluto desconocimiento del tema que se trata), debido a las circunstancias bastante feas( en el mismo sentido que antes) que vive nuestro país.

No me escandalizo de nada, como bien saben los que bien me conocen. Pero me gustaría que alguien me explicara la obsesión por todo lo escabroso, lo escatológico, lo bochornoso, por todo lo más degradante que pueda haber en un ser, el hombre, que se irguió hace cientos de miles de años, se puso en pie y aprendió a hablar, a sonreír, a amar y hasta a componer Carmen, por poner un ejemplo a mano.

Todo es feo y desagradable en esta representación. Todo es sudor, suciedad, pectorales, felaciones, sodomizaciones, gestualidad animal (como los legionarios gateando con movimientos simiesco-sexuales por una cabina de teléfonos), hasta culminar con la escena en que el director de escena obliga a Carmen a quitarse las bragas en el escenario. Eso lo hace con una mezzo digna, pero no una estrella, que necesita actuar y cumple con lo ordenado, despreciando absolutamente, si a esa cantante le molesta, o no, que la manoseen, la soben, la hagan cantar a duras penas atada a un mástil. Pronto le iba a obligar este señor a hacer algo así a una de las grandes mezzos, como la Bartoli, por ejemplo. ¡O a Teresa Berganza! Hay momentos en la representación que me hicieron dudar de que aquello no fuera la continuación de Jamón, jamón. Falta una piara de cerdos sueltos por el escenario.

Convertir la sensualidad de Carmen en puro sexo, me parece, más que una licencia intolerable que hubiera indignado a Bizet, una prueba de una enfermiza obsesión sexual universal, incomprensible en estos tiempos. Y una torpeza digna de la época aurea de indigencia intelectual que vivimos (Elvira, gracias por la expresión). Porque esa es otra cuestión: Cree el señor director que va a escandalizar a alguien a estas alturas ¿De qué? Es casi imposible escandalizar a nadie hoy en día. Muy difícil. Y desde luego que no, con este tipo de montajes. Sexualmente estamos absolutamente liberados. Siglos ha costado. Somos un país libre, democrático, abierto, con una Historia y una Cultura extraordinarias. ¿Hasta cuándo vamos a estar con el mástil de la bandera, la bandera, la Legión y el toro de Osborne (que en su derribo me pareció mínimamente inteligente, por la dichosa carga simbólica que encierra, aunque alguno puede que diga que demasiado obvio...)? Ni un escalofrío de emoción, ni un temblor, ni un silencio sobrecogido. Como vamos a emocionarnos, sobrecogernos, o temblar, cuando hace unos días hemos sentido el escalofrío de haber visto al Rey, aguantando a pecho descubierto en mitad de la calle los aullidos de la plebe (en el sentido del Derecho Romano, ya saben, pueblo no es lo mismo que plebe)? El pueblo soberano, los ciudadanos, no aúllan. Viven sus vidas anónimas y gobiernan su país a través de sus legítimos representantes.

En medio del aburrimiento- al menos, mío- los legionarios continuaban dando bandazos por el escenario con los torsos descubiertos...

Futuro

Por eso decía al principio que me preocupaba el futuro de este señor, ahora que parece que este pueblo soberano empieza a reconciliarse con sus símbolos y con su Historia. ¿Con qué elementos van a hacer su próxima producción el señor director y algunos otros como él? Que van a hacer si conseguimos ser un pueblo y una Nación normales? Solo les va a quedar la religión. Católica, claro. Con otras hay que tener cuidado.

Temo que mi deseo inicial no se ha cumplido, aunque, la verdad, no lo lamento. Pero no me he sentido como la mula de los Hermanos Marx. Solamente, y no es poco, como un ser humano libre. Con un millón de canas, el que no se sienta libre, está seriamente enfermo. O muerto. Y, gracias a Dios, estoy muy sano.

Fui a la opera por vez primera hace muchos años. Muchos. La primera ópera que vi fue Cosí fan tute. Cuando empezó a sonar Soave sia il vento, supe que jamás abandonaría la opera. Esta noche estuve a punto de irme. De abandonar, De tirar la toalla. De puro aburrimiento. Pero resistí hasta el final.