Filarmónica de Málaga

Programa: Concierto para violín y orquesta en La menor, op. 53, de A. Dvorák y Sinfonía nº 6 en Si menor, op. 74 Patética de P. I. Tchaikovsky. Director: Manuel Hernández Silva. Solista: Andrea Sestakova (violín).

Dos escuelas nacionalistas -checa y rusa- se daban cita entre los atriles de la Filarmónica de Málaga para el cuarto programa de abono de la temporada. Manuel Hernández Silva, en el podio y la concertino del conjunto malagueño, Andrea Sestakova, como solista firmaron un concierto entretenido en la primera parte y alcanzaron un punto de intimidad contenida que pocas veces asoma en las interpretaciones tras el intermedio.

Aunque el Concierto para violín de Dvorák estaba dedicado a J. Joachim, éste nunca llegó a estrenarlo aunque sí realizó un gran número que observaciones que obligaron al compositor ha realizar una segunda revisión de la partitura hasta la versión del estreno que ofrecería la concertino de la primera orquesta el pasado viernes. Los tres tiempos que articulan el concierto aparecen encadenados los dos primeros mientras que el tercero apetece una suerte de explosión orquestal y virtuosismo entre las cuatro cuerdas.

Las dificultades que encierra todo concierto para solista se daban cita en la obra de Dvorák, donde el contraste es una constante como así manifestaron Hernández Silva y Sestakova. Al primer movimiento lleno de confusión y sin aparente línea discursiva le continuó un segundo concentrado, más carnal y creíble en línea a la musicalidad que atesora el compositor bohemio. El tiempo conclusivo dió rienda suelta a esa explosión de color propia del autor que Sestakova resolvería con oficio e intención.

Mucho se sigue especulando sobre los motivos de la repentina muerte de Tchaikovsky y la ausencia de programa -aparentemente- de su último trabajo sinfónico. Enigmática de principio a fin, el equilibrio emocional se consigue con una suerte de juego expresivo y un sólido empaste dentro de la orquesta. Éstas fueron algunas de las claves que inspirarían al titular de la OFM y los propios atriles. El resto bien pudo venir de la mano del instante, del momento donde todo lo escrito cobra forma y dimensión hasta emocionar al oyente. Ese fue el cuarto movimiento aquel que daría sentido a todo el programa y a la sinfonía en particular.

Hernández Silva maneja las emociones dando prioridad al valor concreto que posee el momento, el instante de construcción de la interpretación. Acentúa y subraya frases que en ocasiones se diluyen en el discurso y que son clave para su audición. Si a esto añadimos su exigencia en la emisión y la coherencia comunicativa entre los profesores dan como resultado ese retrato de lo pequeño que apetece inmenso y construye un horizonte que traspasa. Pocas veces una Sexta de Tchaikovsky fue tan rotunda como la leída en este cuarto abono.