El bailaor Carrete de Málaga cuenta que una noche en El Jaleo se presentó ante el público y les avisó de que iba a hacer un solo de pies. Sin más, se quitó las botas, las dejó en medio del escenario y regresó a los camerinos. Ni cabe decir que el público rio hasta más no poder la genialidad y el gesto fue aplaudido durante largo rato.

Así eran muchas de las noches colmadas de arte y gracia del tablao El Jaleo de Torremolinos, escuela de tantísimos grandes artistas y foco rebosante de público en cada sesión en la que era barriada de Málaga en los años 60, y que vivía su época dorada.

Por aquellos entonces el flamenco causaba sensación como escapada nocturna y era hasta lugar de encuentro de cierta jet set. Según testimonios de los propios gestores de esta sala eran autobuses y autobuses de turistas los que en cola esperaban para entrar y ver las evoluciones de los flamencos sobre el tablero frenético de la plaza de la Gamba Alegre.

En aquel cuerpo de palmeros estaba en nómina un conocido luego humorista como Gregorio Sánchez, Chiquito de la Calzá. Era Gregorio, que en paz descanse, cantaor poderoso y completo que igual valía para el baile espídico de Mariquilla Guardia que para el de su compañero de correrías, el mencionado artista cubista de la danza Carrete. Ya por entonces Chiquito era conocido por su gracia. A veces hacía imitaciones de Cantinflas y otros números cómicos sobre los escenarios sin que nadie tuviera a mal que un flamenco intercalase un poco de humor con la solemnidad de una seguiriya. Es la vida, en el teatro, la comedia y el drama. Así era en el escenario del Jaleo. Ni más ni menos. Naturalmente.

Tomó Chiquito muchas cosas, incluidas algunas de su vocabulario de otro maestro de estos menesteres. Un hombre con una gracia innata pero también como él cantaor, que de haberlo lanzado Summers a la tele de los noventa también habría alcanzado más gloria que la que le brindó Lola Flores sacándolo en alguna peliculilla, siendo La Faraona otra buena cazatalentos de la época.

Pues bien, lo que iba diciendo. Para los flamencos es de sobra conocido que cosas de Chiquito eran del Brillantina. Llamado en los papeles Manuel Rodríguez de Alba (Chiclana de la Frontera 1920-1970) y un auténtico creador en las chuflas y la guasa. Este cantaor chiclanero también estaba contratado en El Jaleo pese a que en su inaugural entrevista de trabajo respondió sincero a la pregunta: ¿qué sabe usted hacer? Pues «nada», contestó el Brillantina. Que ya conocido por aquellos le rieron la ocurrencia y pasaron a tenerlo entre su plantilla de artistas.

Se cuenta de éste incluso que en una fiesta con flamencos en el yate de un millonario le regalaron un Rolex de oro y, ni corto ni perezoso, lo tiró al mar. Cuando fue preguntado por qué hacía aquello respondió con un surrealista: «para que los peces sepan la hora del Brillantina». También una noche realizó una parodia ante Ava Gadner de Extraños en la noche de Frank Sinatra. La volcánica actriz le lanzó un vaso de güisqui a la cabeza que de haberle dado lo hubiera matado. El Brillantina se escondió en camerinos y no quiso salir más hasta que aquella mujer se hubiera ido. Todo esto lo contó Mariquilla en una biografía suya. Otra mujer que significó mucho en la vida de Chiquito.

Era la gracia de entonces, a veces entendida y a veces no. A Chiquito alguna vez embriagado, no le han reído la gracia los camareros o los dueños de un bar cuando a lo mejor buscaba una copa extra a costa de su ingenio. Más bien sufrió lo contrario. No había salido en la tele todavía. ¿Dónde se habrán metido estos días aquellos que medio lo echaron una vez de un bar de Rincón de la Victoria? Ocurrió cuando todavía no iba a ser promocionado para el Nobel de Literatura. Era Chiquito, el mismísimo creador de un vocabulario propio, de una gracia desbordante, que para los flamencos entonces no era ajeno. Así éramos y así somos. Extremos en el reconocimiento y en el desprecio.

Pero bueno, la cosa por la que quería escribir esto es por reivindicar esa escuela de los flamencos cómicos. Otro que pasó también muchas noches por El Jaleo era el Beni de Cádiz. Otro cantaor que entre cantecito y cantecito te contaba unas historia inventadas y unos chistes que te tirabas de la risa, según los viejos aficionados. Por Youtube hay algunos vídeos y el Loco de la colina lo llevó a su programa con mucho tino para que contara cómo era aquello de vivir en tiempos de Gades en un palacio romano. El fundador de la Bienal de Flamenco de Sevilla, José Luis Ortiz Nuevo, me contó una vez que le costó que participara en una especie de concurso de flamencos con gracia. Que él ganó por supuesto. Alguien le metió en la cabeza que aquello era para reírse de él y no con él, y por eso no quería en un principio, y es que en el flamenco siempre ha habido gente muy funesta, también, por qué no decirlo. Gente que cuando vas a una actuación y aplaudes más de la cuenta te dicen que «allí se viene a sufrir». Verídico. Lamentable.

El propio Ortiz Nuevo escribió un libro antológico sobre las cosas de Pericón de Cádiz. Otro cantaor pasado de arte como Chiquito de la Calzada. Este gaditano llegaba a contarle al respetable cómo una vez fue el chulo de un perro llamado Smokin que le sacaba el dinero a los señoritos. Era una sola de sus historias increíbles, de un realismo mágico andaluz que no se reivindica como estilo narrativo. Ese surrealismo tan de los chistes de Gregorio, de las historietas del Beni y de las performances del Brillantina. Y todos ellos y muchos más formaban parte de una gran familia de flamencos con mucho de artistas del alambre, que se las buscaban cuando el cante quedaba corto y adornándolo con un chiste el aplauso era redoblado. Hoy parece que hay menos necesidad de eso. Hay menos flamencos de lo cómico, aunque César Cadaval parodie por bulerías a Puigdemont, siga olvidado el gran Diego Pantoja o no dejen sacar todo su arte por bulerías al humorista jerezano Luis Lara.

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