The good doctor enseña sus cartas desde el primer momento. Esto es House cambiando al arisco, genialoide y atormentado doctor que te toca una oreja y te hace un diagnóstico implacable por un muchacho recién salido de la facultad. Autista, sincero hasta la insolencia y un prodigio de la medicina. David Shore está detrás de ambas. La primera secuencia es una declaración de principios: un muchacho sufre un accidente brutal dentro del aeropuerto, un médico corre a atenderle pero, por fortuna, por ahí pasa nuestro portento médico que se da cuenta al instante de que, en realidad, su veterano colega está matando al chico porque le está taponando la yugular para que no se desangre, pero al hacerlo está cerrando la traquea. Y ante un corrillo de espectadores cotillas, el buen doctor se las ingenia para hacerse con una navaja escapando de los policías a los que se la roba, consigue una botella de güisqui y un tubo cual MacGyver de urgencias (ah, y guantes, se me olvidaba). Con los padres de la víctima asistiendo en primera fila a la espeluznante escena y los viajeros y policías alrededor, nuestro House juvenil construye una válvula unidireccional tras solucionar un neumotórax. No tengo ni idea de los que son ambas cosas pero lo segundo parece muy grave y lo primero hace milagros. ¡Le salvó la vida!, grita el médico veterano y los padres abrazan al chico y el público rompe a aplaudir.

No me invento la escena. La vi con mis propios ojos. Y los mandamases del hospital en el que va a trabajar como residente, tras un largo tira y afloja entre los partidarios de ficharle y los que se oponen a meter en quirófano a una persona con problemas de comunicación, deciden dar luz verde cuando ven que las imágenes del milagro en el aeropuerto se han subido a la red y son miles las visitas. Menuda propaganda.

No es una serie mediocre y el arranque delirante que he descrito es una falsa alarma. Está bien interpretada, la realización es todo lo funcional que se espera en estos casos y el ritmo se mantiene vivaz casi siempre. Pero está lejos de ser interesante. Es una copia correcta y nada más de una serie como House, que al final casi era una parodia de sí misma. Los conflictos entre los distintos estereotipos del hospital son más livianos (no faltan los líos de cama), hay puntuales flashbacks sobre la infancia del muchacho y algún momento emotivo, como cuando le preguntan por qué quiere ser cirujano y él responde que su mascota y su hermano murieron antes de tiempo, que deberían haberse convertido en adultos, tener hijos y amarlos. Y quiere ayudar a otras personas para que puedan hacerlo.

Hipocondríacos y alérgicos a la visión de cuerpos abiertos por doquier, mejor abstenerse. Además, la serie tiene ínfulas didácticas y acompaña las explicaciones médicas con dibujos y gráficos sobreimpresionados para aumentar nuestros conocimientos médicos. Agobia. El hospital está lleno de doctores y doctoras de buen ver, correcta integración racial y los conflictos son muy de andar por casa. La cursilería se asoma en más de un momento. Seamos francos: es más divertido el borde de House.