¿Cómo va la obra del Museo de las Colecciones Reales?

Muy bien, y ahora ya puedo decir que va muy bien. Porque realmente hemos entrado ya en la última fase de la construcción del museo, que es la contratación de la museografía. El edificio se recibió en diciembre de 2015, pero por cuestiones administrativas se ha demorado y el hecho es que la museografía -es decir, vestir el museo por dentro, con la arquitectura interior y contemplando ya las obras que hay que llevar- no se ha publicado hasta julio de este año. Pero ahora ya estamos en ese ilusionante período de presentación de ofertas, de analizar los proyectos, que acabará a mediados de enero. Y a partir de ahí, el reloj echará a andar para la puesta en marcha.

Se habla de una ejecución de 18 meses, desde la adjudicación. De confirmarse este plazo, el museo podría estar listo para finales de 2019.

Exacto, finales de 2019 o principios de 2020. Y somos cautos al decir principios de 2020, porque hay que pensar que es un proyecto de mucha envergadura. No estamos hablando de una ampliación, sino de vestir un museo ex novo, y al no tener una experiencia previa de cómo funciona el edificio, a la vez que se implante la museografía se van a rodar todas las instalaciones del edificio. Por eso tenemos que ser cautos.

Usted, que ya ha paseado por esas salas vacías, ¿cómo las ve?

Pues realmente las vemos como un desafío enorme, pero también con una enorme capacidad y posibilidades. Son tres grandes salas de 116 metros de largo, para un total de 1.600 metros cuadrados por planta, absolutamente diáfanas las tres. Para cualquier museólogo, es realmente el paraíso: encontrarse con salas diáfanas en las que no hay ningún estorbo, ningún impedimento que obligue a funcionar o a distribuir las salas de una determinada manera, sino todo lo contrario. Estamos muy ilusionados ante las propuestas museográficas que nos pueden llegar, porque hemos dado mucha libertad (en los pliegos), pero también hay mucha exigencia, ya que se trata de colecciones muy diversas con exigencias muy distintas. Algo que también genera fascinación. Hay que pensar que vamos a exponer cosas como una falúa de 17 metros de eslora, que tendrá que convivir al lado de un cuadro, de un marfil o de un tapiz. Y eso es complicado.

¿Cuántas piezas se custodian en las Colecciones Reales?

Manejamos una cifra de 154.000 bienes histórico-artísticos. Pero digo manejamos porque en ese cálculo no entran el archivo general del Palacio Real ni las bibliotecas: la Real Biblioteca del palacio y la del Escorial. Son fondos en los que, entre otras cosas, albergan las Cantigas de Alfonso X o los libros manuscritos de Santa Teresa de Jesús. Pero a diferencia de otros países, y esto conviene recordarlo, esa enorme cantidad de piezas de las Colecciones Reales están vistiendo los Reales Sitios, los palacios y los conventos para los que se realizaron.

¿Cuántas de esas 154.000 piezas se integrarán en el museo?

Pues apenas 700. No será un museo acumulativo, al contrario: lo que pretende mostrar es la esencia de las Colecciones Reales, entendida como un muestrario o un escaparate para que el público pueda entender cómo se insertan en la historia. Así, el museo lo estructuraremos por reinados: cada una de las salas representará un reinado. Antes hablábamos de los dos cuadros de Villaamil, que estarán en la sala dedicada a Isabel II. Y ahí, en ese espacio, estos cuadros adquirirán una consideración muy diferente a si estuvieran, simplemente, en un museo, donde tendrían una sola lectura como obras de arte bellas. Pero es que además tienen un significado histórico muy claro, y esa doble función, artística por un lado e histórica por otra, es la que se quiere mostrar en muchas de estas obras. No en todas: por ejemplo, Salomé con la cabeza de Juan Bautista, de Caravaggio, que estuvo en la colección de Felipe IV, no tiene esa lectura histórica: es simplemente un maravilloso Caravaggio.

Ese cuadro es fantástico, ¿pertenece a las Colecciones Reales?

Sí, claro. Es una de las obras maestras de Patrimonio Nacional. De hecho, ha sido la obra emblemática de la exposición “De Caravaggio a Bernini. Obras Maestras del Seicento Italiano en las Colecciones Reales”, que es la penúltima exposición que hemos tenido en palacio, y que ha ido a Italia, en concreto a la Escudería del Quirinal, el centro de exposiciones más importante de Roma. Si, desde Italia, los italianos te piden una exposición de las Colecciones Reales españolas sobre arte italiano, y para presentarla además en un centro de ese calibre, digo yo que será porque tiene algo de interés. La muestra, por cierto, ha tenido un éxito extraordinario.

Se estima que, una vez que abra el museo, tendrá un millón y medio de visitantes al año.

Sí, pero no es una estimación: es una cifra real. Ahora mismo, en el Palacio Real de Madrid estamos teniendo ese millón y medio de visitantes al año. Hemos experimentado un incremento espectacular en el número de visitantes en los últimos cinco o seis años, y lo hemos logrado a base de repensar la visita y hacer cambios muy sencillos.

¿Qué tipo de cambios?

Hablamos de cosas como cambiar la iluminación por iluminación LED, lo que permitió tener las luces encendidas durante las visitas, porque la iluminación convencional no se podía encender muchas horas por motivos de conservación de las tapicerías y los objetos textiles. Y si alguien visitaba el palacio diez años atrás, se encontraba con que la mesa del comedor de gala estaba vacía y cubierta por un hule, y ese escenario maravilloso perdía su atractivo. Ahora, la mesa está vestida, con toda su cristalería y su vajilla, de tal manera que el público visualiza cómo funcionan esa mesa y ese comedor en las cenas de gala.

La imagen es totalmente distinta.

Claro, y también pasa con el salón del trono. Antes, por una simple cuestión de diseño del recorrido, los ciudadanos no pisaban el Salón del Trono: lo veían desde una puerta. Y además al principio de la visita, con lo cual se rompía ese crescendo que uno espera cuando va a un museo o a cualquier palacio: siempre se espera ver la gran obra maestra al final mientras que en el Palacio Real se veía al principio y de lado. Ahora, el Salón del Trono se ve al final, y los ciudadanos pueden entrar. Es una medida que no sólo responde a un criterio museístico: también a una labor de entender que ese escenario es de todos los ciudadanos, y eso es muy importante. Es algo que hicimos también con los símbolos de la monarquía, que hasta hace cuatro años no se mostraban.

Hablamos del cetro y la corona.

Claro, de todo aquello que el mundo ve por la televisión cuando se ponen documentales sobre la proclamación del rey Juan Carlos, o lo que se vio en la de don Felipe. Esos objetos que se veían a los pies del rey, la corona y el cetro, se guardaban. Y ahora están expuestos en una sala en la que están junto al trono original de Carlos III, el Toisón de oro, la Mesa de las Esfinges en la que firmó su abdicación el rey Juan Carlos, el propio decreto de abdicación y el discurso de proclamación de Su Majestad el rey Felipe. Todo está ahí concentrado, y la gente reconoce en esos objetos los símbolos del sistema de estado en el que estamos.

Y ese recorrido se va a encadenar al del nuevo museo.

Claro. Es un poco lo que pasa con el llamado “Campus Prado”: estamos hablando de un gran complejo que incluirá, además del museo, el propio Palacio Real y la Real Armería, que es el tesoro armamentístico histórico más importante del mundo, y no lo digo de manera eufemística, junto con la armería de Viena. Porque hay que saber que las armas y los tapices eran los tesoros más pretendidos y más valorados por los monarcas en sus herencias. Las pinturas se podían vender en una almoneda, pero las armas no. Por tanto, la colección de la Real Armería de Madrid es absolutamente única en el mundo. Y además, a este complejo le acabamos de añadir la Real Cocina, abierta hace unas semanas y que es sorprendente. Está en el sótano del Palacio Real y es una de las grandes sorpresas que te llevas cuando llegas a Patrimonio Nacional: estaba tal cual quedó cuando el rey Alfonso XIII se marchó al exilio con la proclamación de la Segunda República. Se conserva el mobiliario, los hornos, el menaje... está todo, hasta las etiquetas que se ponían en los botes de conserva.

¿Y cómo se logra conservar todo eso?

Pues gracias a la República. Porque cuando marcha Alfonso III y se proclama, la Segunda República hace visitables las cocinas, un poco como conquista de la ciudadanía sobre espacios que hasta entonces sólo habían sido de la monarquía. Se hacen visitas públicas y se conserva todo. Obviamente, los cacharros se movieron de sitio, pero gracias a las fotografías que se hicieron durante las visitas de los colegios, hemos podido volver a poner en su sitio todo el menaje que estaba disperso. Y no quiero pecar de chovinismo, pero creo que es una de las cocinas de palacio más completas de todas las que pueden verse en Europa. Hay que pensar que, lógicamente, las primeros novedades que salían al mercado iban al Palacio Real.

Y este complejo, ¿prevén que forme un eje cultural con el del Prado?

No, al contrario. Bueno, sí y no. Si uno visualiza Madrid desde arriba, aprecia que lo que el Museo de las Colecciones Reales va a generar es otro eje cultural al otro lado de la Puerta del Sol. Pero el museo permitirá además articular toda esa zona, dar una mayor permeabilidad al acceso a jardín del Campo del Moro, y con ello a la zona de Madrid Río y a la Casa de Campo. Si recordamos la orografía de Madrid en ese lado...

El palacio está sobre un talud.

Un talud de veintitantos metros. El río y el talud siempre han separado esa parte de Madrid, es una barrera natural. Y el único acceso al Campo del Moro es por la Virgen del Puerto, que la gente no transita. Pero a través del museo se podrá acceder al Campo del Moro. Y además ahora, gracias a un acuerdo con el ayuntamiento, también se va a actuar con el llamado túnel de Bonaparte, que conecta el Campo del Moro y la Casa de Campo, y que se llama así porque lo encargó hacer José Bonaparte para poder salir del palacio sin ser molestado por la ciudadanía.

Para acabar, una cuestión de actualidad: Salvator Mundi, de Leonardo da Vinci, se acaba de vender por 382 millones de euros. ¿Es una locura?

Sí, es una locura. Verdaderamente lo es. Pero es que Leonardo es uno de los pocos artistas cuya obra es tan absolutamente escasa, que cuando se pone encima de la mesa un unicum, como es este caso, se rompen todos los esquemas de mercado. Realmente no puedes establecer una pauta porque vas a un objeto único. No quiero comparar un Leonardo con otra cosa, pero es como la venta del guante de Michael Jackson: no es un guante, es un objeto único. Y cualquier museo que pueda haber criticado esa cifra, si hubiera tenido el dinero lo hubiera comprado para tenerlo en sus salas.

Pero si esa obra cuesta ese dinero, ¿cuánto puede costar el Caravaggio del que hablábamos antes, que es una obra mucho más notable?

Es que ahí entra esa valoración de tesoro, de objeto único, que decía. Lo único que hay que pensar es si esos 382 millones están invertidos hacia el hedonismo de una sola persona, hacia una mera inversión económica, o hacia adquirir un bien para disfrute de los ciudadanos. Recuerdo que yo le hacía esta misma reflexión a un gran director del Museo del Prado, tras una compra de mucho dinero que se hizo hace muchos años. Y él me decía: «José Luis, mañana del dinero nadie se acordará, pero el cuadro estará colgado aquí para disfrute de todos». Ésa es la verdadera diferencia.