El arranque de The Punisher invita a esperar lo peor: un disparo a larga distancia, una ejecución en toda regla. Un francotirador que mata a sangre fría y con ese elemento de protección total (algunos lo llamarán cobardía) que caracteriza a los que disparan escondidos y lejos del enemigo. ¿Será entonces la serie una apología brutal y desvergonzada del ojo por ojo que era la nefasta adaptación cinematográfica, en la que el héroe tenía la misma complejidad psicológica de un Rambo y los villanos el grosor cerebral de un personaje de Steven Seagal? No.

Si algo sorprende del castigador televisivo es que, sin abandonar los furibundos ingredientes vengativos salpicados por desgarros sádicos que a buen seguro harán apartar la vista a más de un espectador, la parte de acción no es la que más importa en el resultado final. Incluso, cuando llega de forma descarnada -especialmente en sus capítulos finales, que no ahorran planos sangrientos-, lo hace casi a regañadientes porque la historia tiene la suficiente fuerza para no insistirnos en que estamos ante una auténtica bestia humana a la que el dolor por el asesinato de su familia ha convertido en un ser inhumano despiadado y sin conciencia. Y esa fuerza procede no solo del héroe, por llamarlo de alguna forma para entendernos, aunque su comportamiento diste mucho de ser ejemplar, sino también de los personajes secundarios. A ver, no son un prodigio de originalidad (en esto de las ficciones está todo creado y recreado, dejémonos de pamplinas) pero están dibujados con abundancia de matices, quiebros y requiebros, y se nos presentan como personas a lasque podemos comprender en sus contradicciones, dudas y, también, horrores. Especialmente, el seductor villano de la historia (el principal, el que no te esperas, el que va a aportar unas vitriólicas dosis de mala uva al desenlace), pero la agente colocada entre la espada y la pared (entre el deber y el deseo, por así decir) y el hacker azotado por los demonios de un cautiverio que le mantiene lejos de su familia, que lo cree muerto, y a la que espía desde su escondrijo, también presentan unas señas de identidad bien armadas y peligrosas.

Tampoco la periodista atraída por el vengador implacable, aunque en menor medida, enriquece la trama cuando se necesita un toque de atracción fatal. Absolutamente Letal.

The Punisher progresa adecuadamente capítulo a capítulo hasta su violentísimo desenlace, cortante en todos los sentidos. Hay torturas que no ahorran detalle, tiroteos a todo trapo, tensión en grado máximo. Algunos momentos sobresalen: el combate con arcos y flechas, la charla liberadora de Castle (encarnado por un magnífico Jon Bernthal) con el hijo furibundo del hacker, un intento maltrecho de seducción por parte de una esposa desesperada, el encuentro de un padre y su hija, una pelea con una pierna ortopédica con arma improvisada (y humillante) o el giro final en el que una traición se convierte en una vía de rescate. «Tengo miedo». La confesión no deja lugar a la duda: este monstruo corroído por el odio y el dolor es, en el fondo, un hombre asustado y condenado a vivir un infierno perpetuo.