"La mente sobre el cuerpo y la pasión sobre la razón". Así define su estado Constance la protagonista de Sensible, obra protagonizada por Kiti Mánver y con Chevi Muraday de partenaire. Mente que no razona y cuerpo que se consume por la pasión del enamorado. Muy del romanticismo. Pero es que el texto sobre el que se basa pertenece a Constance de Salm, poetisa del XVIII, que escribió una novela epistolar donde va narrando un proceso interior. Kiti Mánver se pone en la piel de una madura señora de la aristocracia neoyorquina de finales de los cincuenta -emplazamiento elegido por el director-, que sospecha que su más que joven amante está con otra señora. La versión, en forma de casi monólogo, va desgranando la transformación que las horas y el silencio provocan en esta mujer. Cuenta con un texto difícil de sostener porque el estilo ampuloso de la literatura en que se basa produce cierto alejamiento de un naturalismo empático. Pero la acertada dirección de Juan Carlos Rubio coloca esa ampulosidad en los ademanes y caracterizaciones de una dama alejada del mundo real en su apartamento de una torre de pisos de gran lujo, con lo que hace más que plausible ese modo de expresar verbal.

Una vez servida la estrategia, es la interpretación la que logra definitivamente la credibilidad. Es enorme el trabajo de Kiti Mánver. Interpreta como una diva, con esos giros de entonación que casi son un clásico, con esos ademanes estudiados en la pose. Pero es tal la verdad con que lo transmite que no hay duda. El desarrollo por el que este personaje pasa deslumbra por los altibajos, por los vaivenes, por las decisiones sensatas y los arrebatos de locura. Un torbellino de razones y sinrazones que se acumulan en su mente y que vemos en el desgarro ahogado y el profundo dolor, punzante, que traspasa el escenario y nos hace sentir necesidad de consolar a la desgraciada mujer que se nos presenta.

A pesar que, el desamor visto desde fuera siempre resulta ridículo e incomprensible. Pero es ese sufrimiento tan intenso el que nos atrapa. La puesta en escena convierte el dormitorio de Constance en un reloj que gira infatigablemente y sobre cuyas manecillas, culpables de su angustia, el cuerpo de la enamorada se rebela o reposa. Tiempo y silencio que alimentan el desvarío. La tragedia propone que nadie es culpable sino uno mismo, por más que el final un poco demasiado acaramelado quede abierto al fatalismo como si con ello quisiera lograr una expiación servicial de la mente y la pasión.