La compañía La Imprudente estrenó Los fusiles de la señora Carrar de Brecht. Una madre que en medio de la guerra y tras perder a su marido se impone a sus hijos para que no se enrolen y sigan su vida de pescadores pese a la humillación que causa entre los habitantes del poblado. Pretende que la neutralidad los salve de futuras revanchas. Pero la neutralidad no está bien vista, no se entiende. No se entiende el sacrificio que significa tragarse el deseo de venganza si evita que sus hijos acaben muertos. La lucha interior de este personaje tiene connotaciones que la sitúan en los acontecimientos de La Desbandá en la carretera de Málaga a Almería. Esta versión apuntala con detalles documentados este enfrentamiento que Brecht trató de hacer didáctico sobre la beligerancia y la neutralidad. Busca ganar la empatía entre la señora Carrar y un espectador que no se verá capaz de juzgarla, sólo de comprenderla y compadecerla. No estamos allí, en ese momento, pero sí sabemos lo que va a pasar, y creemos saber cuál debe ser la postura oportuna. Pero la señora Carrar, en la mirada de Virginia Nölting, es quien tiene que tomar las decisiones, y vaya si logra emocionarnos con su interpretación. Dura o más bien haciéndose la fuerte, contenida en el cariño.

La Nölting logra uno de esos personajes preciosos que alcanza su gran verdad en diálogos con la vecina, María Benítez, con quien hace un tándem sugerente. Miguel Zurita nos llega al corazón como sacerdote con un punto de extraña nobleza en una situación terrible donde Pablo Forte y Vicen Arcos completan un sólido reparto. Además, hay una ambientación y escenografía muy interesantes en este universo teatral encaminado con tacto por Sebastián Sarmiento.

En el mismo escenario se estrenó El baile de los incoherentes, un melodrama basado en la vida de Strindberg. Es la historia de un matrimonio mal avenido y con una hija problemática. En la sucesión de los hechos interviene además la amante del esposo que terminará compartiendo escenario con la legítima, pues ambas son actrices. En ese relato vemos un intento de explorar en algo más que el melodrama, pero los personajes flojean en la necesaria profundidad. Una escenografía poco creativa y una simbología demasiado críptica no ayudan al ritmo que sí logran interpretaciones creíbles como las de María Jesús Agudo y una excelente Lucía Moreno.