La victoria del socialismo y su régimen totalitario sometió entre 1930 y 1950 al arte ruso a un solo fin: la transformación ideológica de la sociedad. La propaganda era el único motivo que ocupaba los lienzos de los creadores. Los líderes del partido comunista, los éxitos del trabajo, la agricultura, la industrialización y la militarización protagonizaban las líneas argumentales de la producción artística de aquellos años. El Museo Ruso malagueño recoge ejemplos de esta corriente a través de la recién inaugurada muestra anual Radiante porvenir. El arte del realismo socialista, con la que se pretende descubrir la riqueza creativa este periodo. «Esta exposición viene a acabar con el mito por el que todo el mundo considera que todo el arte ruso de esta época es igual, cuando no lo es», explicó ayer la comisaria de la muestra, Evgenia Petrova, que aseguró que «en Europa apenas se conoce el arte de la Unión Soviética».

Una hoz y un martillo cruzados sobre un globo terráqueo y rodeados de dos gigantes espigas entrelazadas reciben al visitante a esta nueva exposición que podrá visitarse hasta febrero de 2019 y que trata de señalar los valores artísticos de este periodo más allá de su instrumentalización política, destacando aquellos pintores que se alejaron de las normas establecidas a la estética socialista, como Isaak Brodski, Aleksandr Guerásimov o Vasili Yefánov. Estas obras oficialistas rebosan de talento, y sobre todo espectacularidad debido a su gran tamaño. El realismo socialista era lenguaje obligatorio para todo el arte. Los artistas tenían que crear, con modos de expresión comprensibles para las grandes masas, una imagen convincente de un estado poderoso, justo y próspero en el que, gracias al socialismo, todos los ciudadanos eran felices.

Las obras de estos años contienen una amplia gama de tradiciones recuperadas, pero con la lucha librada a mediados de la década de los treinta contra el formalismo como arte burgués y decadente, el estilo realista se afianzó como lenguaje oficial. Las dos primeras salas de Radiante porvenir están dedicadas a los retratos de Stalin y Lenin, entre los que destaca el realizado por Isaak Brodski en 1927, titulado Lenin en la tribuna, que recoge al líder ruso pronunciando un discurso bajo un arremolinado cielo que se escapaba del canon establecido.

Muchos creadores dedicaron sus obras al ejército y a la marina de guerra, reflejando maniobras, desfiles y la historia de las fuerzas armadas soviéticas. También se dedicaban imágenes a la juventud y el deporte, a la idea utópica de la creación de un hombre nuevo, un comunista convencido de cuerpo perfecto y espíritu fuerte. Dentro de esta temática, donde se aprecian ecos neoclasicistas, destacaron artistas como Aleksandr Deineka o Aleksandr Samojválov, cuyo lienzo Después de una carrera campo a través (1934-1935) presenta a una atleta que evoca a la Venus de Milo mostrando su desnudez con la dignidad de una diosa.

La mirada viajera

Al mismo tiempo, el Museo Ruso inauguró ayer la temporal La mirada viajera. Artistas rusos alrededor del mundo, un homenaje a los artistas rusos que entre los siglos XIX y XX se lanzaron a recorrer el mundo en busca de otras luces y otros semblantes que ensancharían el campo del arte nacional, introduciendo temas y estilos tan exóticos como los países visitados, ha detallado la comisaria de la obra.

Debido a la estricta disciplina académica a la que estuvieron sometidos los creadores rusos hasta bien pasado el siglo XVIII, los estudiantes de arte tenían que limitarse a un cierto conjunto de temas históricos mitológicos y bíblicos. El principal punto de referencia para ellos no era tanto la naturaleza como las muestras del arte antiguo y del Renacimiento, las imágenes de esculturas clásicas, arquitectura y paisajes.

Fue a mediados del siglo XIX cuando los artistas se encontraron en relativa libertad de elegir sus motivos y su lenguaje artístico, y pudieron marchar a otros países. Por ello, las mejores obras de los clásicos del arte ruso de este período como Karl Briulov, Silvester Schedrin o Aleksandr Ivánov fueron ejecutadas en Italia. Estampas de Francia, Alemania, Suiza, Holanda, Egipto, Estados Unidos, China, Japón o España, sintetizada en el Matador (1910) de Píotr Konchalovski, entre otros cuadros de temática taurina y de estampas tradicionales, ponen de manifiesta la mirada fresca de estos forasteros sobre los países que visitan. Aunque desde la segunda mitad del siglo XIX los artistas rusos se sintieron en Rusia mucho más libres que antes, en las obras de muchos de ellos se mantiene el entusiasmo por lo que se vio en los viajes como ocurre en Violetas de Niza, de Joseph Krachkovsky, o en el Traslado de una alfombra santa en El Cairo, de Konstantin Makovsky.

Mikhail Shvartsman

La renovación total de la oferta expositiva de la pinacoteca malagueña concluye con una segunda exposición temporal, titulada Individual de Mikhail Shvartsman, una mirada a un artista que fue considerado una leyenda para varias generaciones de rusos. Fueron pocos los que pudieron ver sus obras en 1960-1970, y no solo porque en la época soviética el arte de este autor estuviera prácticamente prohibido, sino también porque él mismo no aspiraba a alcanzar gran popularidad, ha explicado la comisaria.

Shvartsman, cuya obra se presenta por primera vez en España, era, para muchos artistas contemporáneos suyos, un pensador, un maestro y un filósofo. Su personal interpretación del mundo y su lenguaje artístico le hicieron granjearse un respeto incondicional.

El artista percibía su propia obra como una alternativa al arte oficial y también al arte conceptual que iba por entonces cobrando fuerza. Así, vio la base para un nuevo estilo de gran arquitectura, como denominaba a sus propias ideas pictóricas.

Con la llegada de los nuevos tiempos a Rusia, todas las limitaciones y prohibiciones fueron eliminadas de la vida artística, y la obra de Shvartsman comenzó a descubrirse paulatinamente, especialmente por parte de expertos y amantes del arte. Fue en ese momento cuando se le abrieron al artista los espacios museísticos y se le otorgó un reconocimiento auténtico.