Factoría Echegaray estrena espectáculo para la temporada enero-junio de 2018, lo que haría su tercer periodo de producción propia. Y lo hace con Bel Canto, un texto del dramaturgo, director y también actor Alberto Iglesias. La historia de un periodista, único superviviente de un diario que ha ido perdiendo a sus trabajadores, y en el que se mantiene en una rutina aburrida pero estable. Hábito diario que ejecuta inalterable, no cuestionada, satisfecho con su asimilado síndrome acrítico hasta que la aparición de una nueva limpiadora lo perturba. Esta mujer de clase humilde es una persona que no destaca por nada especial salvo por su afición a entonar temas de repertorio del bel canto al que es aficionada, pero será quien abra la brecha en el edificio de la rotativa. Por otro lado, un jefe que completa la plantilla y que pretende mantener el aspecto de glorias pasadas en la empresa, a pesar de lo inútil y evidente del momento. Un aria en el que se vislumbra un juego surrealista con situaciones que podrían inducir al humor, con dosis poéticas, si no fuera porque el planteamiento excesivamente almibarado deja un sinsabor parecido a asistir a una degustación en la que al cocinero se le olvidó echarle sal al plato principal. Y eso a pesar de contar con ingredientes de primera calidad. Porque el esfuerzo está. Se ve el trabajo intenso de preparación. Se huele cómo se ha cocinado.

Interpretaciones

Las interpretaciones de los tres actores tienen riesgo y altura, pero parece que vinieran cada uno de su padre y de su madre. No hay equilibrio en el estilo interpretativo, lo que hace que muchas de las situaciones no resulten creíbles. De por sí ya son circunstancias, contextos, escenas, difíciles de hacer verosímiles por ese carácter extravagante del texto, pero aún más si no hay coherencia entre las formas en que las defienden cada uno de cara al público. Y tratar de enmascarar este anacronismo con una ambientación altamente ensoñadora no logra sino convertir la narración en un cuento con humos. Una nube de algodón.

La energía de las escenas, los diálogos, la crítica social, la crítica al individuo, lo que el texto quiere contar, la agudeza o el ingenio para dejarnos los detalles, lo que quiera que haga cuestionarnos una premisa sugerida por el autor, queda reducido a un bonito relato, amable a la vista donde lo más atractivo es el trabajo de los actores por la parte que les toca. El algodón de azúcar lo que tiene es que hay que dar un bocado muy grande, pero no sacia el apetito.