¿Qué quería contar en Ámbar?

Es un cuento que narra un pequeño desencuentro cotidiano entre un padre y un hijo. Se titula así por el color de los semáforos. Se centra en el momento en el que el hijo, que conduce el coche, pasa un semáforo en ámbar. El padre le dice que el ámbar es aviso de frenar y no de acelerar. A partir de esa pequeña discusión se narra la relación entre ese padre y ese hijo.

Parece una metáfora sobre la prudente madurez y la atrevida juventud.

Efectivamente. El hijo sostiene que se puede pasar en ámbar y el padre piensa que no, que el ámbar es un aviso para detenerse.

Su nueva novela también versa sobre las relaciones familiares. ¿Se puede considerar Ámbar un capítulo de Ordesa?

Ambas orbitan en relación al mismo tema. Me interesan mucho las relaciones familiares y tanto la novela como este cuento hablan de la relación entre padres e hijos. Es el mismo tema, aunque en Ámbar está resuelto de otra forma.

¿De dónde viene esa fijación por la familia?

Traté la muerte de mi padre en otro libro, pero no de manera tan exhaustiva y no dedicándole un libro entero. Es un tema universal. Y hay una realidad evidente: todos somos hijos. Algunos, además de ser hijos nos convertimos en padres.

¿Es verdad que los hijos que se convierten en padres acaban comprendiendo muchas cosas de sus progenitores que antes no entendían?

Efectivamente. Hasta que tú no eres padre no entiendes por qué tu padre hacía determinadas cosas. De hecho, creo que los hijos que se convierten en padres son mucho más benévolos y comprensivos a la hora de enjuiciar la figura de su padre.

¿Se escribe más desde las tripas cuando se hace sobre algo vivido?

En Ordesa he tratado de escribir de manera comprensiva y de manera compasiva y empática. No es un libro como la Carta al padre de Kafka, que es muy oscuro y amonesta al padre constantemente. Yo, en cambio, he escrito Ordesa como una carta de amor a mis padres. Y los lectores lo están leyendo así: como una manifestación de amor. Es una manifestación de amor muy emotiva porque se produce cuando ellos ya no están. Ese es uno de los malentendidos en las relaciones entre padres e hijos: los hijos advierten lo importante que fueron sus padres cuando éstos ya no están. Y la incapacidad que tiene el ser humano para darse cuenta de lo importante que es su padre y su madre mientras ellos están vivos. Parece que esto es una especie de condena a la que estamos sometidos los seres humanos.

No nos educan para que expresemos nuestros sentimientos...

Así es. Y creo que eso procede del catolicismo...

¿De la institución que promulga el amor universal?

Sí, pero no lo verbalizan. En la cultura española no se verbaliza mucho. Ahora veo que sí, que los padres e hijos se dicen «te quiero». Pero en mi experiencia como hijo esto no ocurría. Mi padre no me decía «te quiero». Su forma de decirlo era otra, pero no verbal. Y no es que lo achaque a la educación católica sino a cómo eran las familias españolas en los años cincuenta y sesenta. El franquismo también fue una larga noche emocional. No solo fue una larga noche política, también lo fue emocional. No se decían las cosas. De la misma forma que no se podía hablar de política, tampoco se hablaba de sentimientos ni emociones.

Ese imperio del silencio parece seguir hoy vigente cuando vemos a políticos y religiosos que se niegan a que se abran fosas para exhumar a los muertos en la guerra.

Claro. Es el mismo silencio. Y en tanto en cuanto se quiera permanecer en silencio no habrá curación de las heridas.

¿Cree que en España tenemos a los políticos que merecemos?

No. Creo que los españoles son mejores que sus políticos, que están fallando. Y no es ya una cosa de derechas o izquierdas. La clase política está fallando por su incapacidad de ponerse de acuerdo en temas fundamentales. El primero es sacar adelante a la gente. Es inaceptable que no se pongan de acuerdo en esto. Todos sabemos lo que hay que hacer para sacar a la gente adelante: que tengan buenos trabajos, que tengan buenos servicios sociales y que el país prospere. Y que mercadeen con eso me parece inaceptable. Mercadean por el interés particular de sus partidos.