Con toda probabilidad es este el único requisito para comprender la verdadera dimensión del compositor más influyente de todo el repertorio. Su alargada sombra señala y bendice la idoneidad de cualquier músico. En el caso del violinista español Alejandro Bustamante así lo demostraría este pasado jueves en el último concierto de la temporada de la Sociedad Filarmónica de Málaga. A solas, sin más compañía que su instrumento se enfrentó a un repertorio del que otros muchos huirían no sólo por la inhóspita acogida que suele recibir sino también por las dificultades técnicas y expresivas que encierran.

El repertorio contemporáneo -sobra apuntarlo aquí- no es exclusivo de un grupo selecto de escogidos,exige como cualquier otro período artístico un acercamiento sensible y atento.

Comprometido con la producción de su tiempo Bustamante apetece rara avis y es en el momento en el que el arco roza las cuatro cuerdas cuando toda fobia a la vanguardia se instala en el fondo de los recelos. El violinista madrileño ha hecho propio, especialmente, el repertorio español actual sobre la idea de que un solista debe conocer la música de su tiempo. Quizás así cuando Bustamante vuelve la vista sobre Bach lo hace con la suficiente honestidad y respeto como para conmover, sin blanduras, a todo un auditorio.

Cuatro páginas que sintetizan una muestra de cuatro generaciones de compositores españoles vivos conformarían la primera parte del recital extraídas a su vez del disco Contemporary presentado en diciembre pasado con ocho páginas que van desde Halffter hasta la onubense María José Arenas. Precisamente de esta última y abriendo el programa, Bustamante interpretó Maktub I organizada en un solo tiempo en la que no se perciben elementos temáticos. Et in terra pax de S. Brotons sí desvela una estructura tripartita (animada, lenta y muy lenta) que reflexiona sobre la realidad del mundo construida sobre exigencias técnicas complejas para el solista en las que es posible sondear influencias de Shostakovich y Bach.

El Canto nº2 de José Zárate fue una de las piezas más interesantes del recital que conecta con la segunda parte del programa en cuanto el músico español concede licencias al intérprete; ocasión que no desaprovechó Bustamante para dar la palabra a su violín. La segunda Partita para violín solo de Bach ocuparía toda la segunda parte del concierto aún con el recuerdo de Guinjoan que de alguna forma preparaba para adentrarnos en el mundo sonoro del Kantor de Leipzig. Articulada en cinco tiempos, la ciaccona conclusiva ocupa el espacio más amplio del resto de movimientos, sin lugar a dudas el momento más iluminado del recital.

Alejandro Bustamante posee algo más que un exquisito dominio técnico, su violín extrae sonidos puros, vibrantes una extensión corpórea del propio músico abstraído en su soledad, ese tú y yo íntimo donde músico e instrumento dialogan. El Bach del madrileño sencillamente emociona, y después el silencio.