Sereno. Inusualmente risueño. Así abría el paseíllo el matador de toros malagueño Saúl Jiménez Fortes en la plaza de toros de Las Ventas. Era su única comparecencia en la Feria de San Isidro, y lo que podría ser una presión añadida se tornaba en ansia por afrontar una nueva fecha trascendental con el conocimiento de que el público madrileño ya había quedado prendado con su toreo esta misma temporada con su actuación en el festejo del Domingo de Ramos.

En aquella tarde del 24 de marzo, sólo faltó que entrara la espada en su segundo oponente para haber salido en volandas. Ayer mereció volver a cortar una oreja, pero el presidente, José Magán, se convirtió en un gañán, y fue el único en la plaza que consideró que no era merecedor de una oreja, pedida mayoritariamente y que le fue hurtada vilmente. La nota positiva, fue obligado a dar dos vueltas al ruedo entre el clamor de un público indignado ante un atropello sin precedentes. Fortes es, sin que le hayan dejado tocar pelo, el primer triunfador de la feria más importante del mundo.

En una tarde que iba a la deriva, despertó los ánimos en el sexto con el mejor toreo de capote, fundamentalmente con un buen quite por tafalleras. Tras brindar a su padre, fue fiel a sus principios de apostar por la pureza con el aplomo que le caracteriza. Ni al ser cogido, afortunadamente sin consecuencias, se alteró y levantó a los tendidos tras un arrimón de categoría y dejando claro que la verdad es el mayor valor en el toreo. La estocada en todo lo alto fue la rúbrica perfecta. Menos para un presidente con poca afición y ningún talante democrático.

La corrida de la ganadería de Pedraza de Yeltes, grande y seria, no contribuyó al éxito. Los astados correspondientes a Manuel Escribano y Daniel Luque fueron noblones, pero no se emplearon. El primero del malagueño tuvo más dificultades. Tras desarrollar peligro en banderillas, el diestro se puso sin durar en el sitio y surgió una primera tanda de derechazos prometedora. Entre el molesto viento, la poca fuerza del burel y que se desentendía de los engaños, la misión parecía imposible. Pese a todo mantuvo el interés de la faena, tragándose también la primera serie al natural, aunque la siguiente la protestó y la tercera no quiso. Siempre cruzado, quieto y recibiendo el respeto de la afición, estuvo por encima de las condiciones de un toro anárquico en su comportamiento.