La obsesión con la muerte es una constante en la vida y el trabajo de Andy Warhol. Por mucho que el creador norteamericano tratase de convencernos de que no encontraríamos nada detrás de la superficie de sus cuadros, no son pocas las obras que llevan al espectador de la mano hacia el complejo universo de sus miedos y manías. El origen de una de sus obras más icónicas, las fotografías coloreadas de Marilyn Monroe, formaban parte de una serie sobre la muerte. «Sobre gente que había muerto de distintas maneras», según confesó en una entrevista. Las calaveras, las serigrafías de Jackie Kennedy durante el funeral de JFK o las imágenes de sillas eléctricas, pistolas y terribles accidentes de tráfico muestran a un Warhol preocupado por el paso al otro mundo. Solo alguien con verdadero terror a dejar de vivir pronunciaría esta frase: «Siempre he deseado estar muerto, y todavía lo hago, porque así habría pasado ya por todo ese trámite».

Una de las múltiples lecturas que ofrece la exposición Warhol. El arte mecánico, que abrirá sus puertas el próximo jueves 31 de mayo en el Museo Picasso, es que la fijación con la muerte es una de las características que hermanan al padre del arte pop con Picasso. La muestra, comisariada por el director de la pinacoteca malagueña, José Lebrero, centra su mirada en la capacidad de Warhol de apropiarse de todos los avances técnicos que iban apareciendo para convertirlos en máquinas productoras de arte, otro de los nexos de unión con el genio malagueño, al que le apasionaba experimentar. Igualmente, a ambos artistas les gustaba coleccionar. Atesorar objetos, ya fueran obras de arte, revistas, postales, sombreros, juguetes, cómics o máscaras africanas.

«Picasso y Warhol lo guardaban todo. Tenían una tendencia casi de Diógenes. Creo que coleccionar y acaparar cosas tiene algo que ver con la sensación de vacío y con el miedo a la muerte», apunta Lebrero, que asegura que, al parecer, «no se podía hablar de la muerte con Picasso. Era un tema tabú». En el caso del artista de Pittsburgh, Lebrero llama la atención sobre las llamadas Time Capsules (Cápsulas del Tiempo), unas cajas de cartón en las que Warhol iba guardando todo lo que tenía a mano. «Llenaba estas cajas con objetos efímeros que le llegaban cada día, como invitaciones, recortes de periódicos, algo que había comprado e incluso trozos de uñas. Lo metía todo ahí. Una vez que completaba una caja, la cerraba, escribía la fecha y comenzaba con otra nueva».

A lo largo de dos décadas completó 610 cápsulas, cuyo contenido nos ayuda a conocer «la personalidad de un artista muy obsesivo y muy preocupado por coleccionar y guardar», destaca el director del Museo Picasso. Estos impulsos de recolectar y guardar también desvelan la obsesión del rey la fama efímera por permanecer en el tiempo. Por no ser pasto del olvido. Lo que a la postre sería la muerte definitiva. Las Cápsulas del Tiempo están en el Andy Warhol Museum de Pittsburg. La ingente cantidad de objetos que guardan en su interior mantiene hoy día a varios historiadores catalogando y estudiado cada una de ellas, ya que algunas siguen estando selladas.

Detalla Lebrero que Warhol y Picasso también tiene en común haber sido artistas «muy prolíficos». Nunca estaban quietos y a los dos les gustaba investigar, abrir nuevos caminos en sus producciones artísticas utilizando para ello las distintas técnicas que tenían a su alcance. «Les gustaba experimentar con todo tipo de técnicas. Mientras que Picasso lo hacía con la cerámica y el grabado, el norteamericano se empleaba con la Polaroid y las citas Súper 8».

Museo Lunar

En 1969 Picasso tenía 88 años y Warhol 41. El malagueño vivía retirado en su casa-taller de Mougins, en la Riviera francesa. El norteamericano, que un año antes había recibido dos balazos de Valerie Jean Solansas, mostraba al fotógrafo Richard Avedon las cicatrices de su cuerpo, convertidas desde entonces en una obra de arte más.

El año siguiente al mayo francés, la sociedad estadounidense vivía su particular convulsión con las protestas por la intervención armada en Vietnam, la liberación sexual -el festival de Woodstock se celebró precisamente para reivindicar la paz y el amor-, la escalada nuclear y la carrera por conquistar el espacio antes que la Unión Soviética.

«Warhol, que es un personaje carismático, participa de la nueva escena cultural underground que sucede en estos años en los que, paralelamente, Estados Unidos se está desarrollando científica y económicamente de una manera increíble», relata Lebrero.

En julio de 1969, la misión del Apolo 11 hizo que Neil Armstrong se convirtiese en el primer ser humano en pisar la Luna. Al pocos meses, en noviembre, la Nasa lanzaría el Apolo 12, que también lograría alunizar. Dos días después de la proeza, las páginas del New York Times revelaban una curiosa historia que relataba cómo el módulo de alunizaje del Apolo 12 llevaba adosado a una de sus patas una minúscula tesela de cerámica con la obra de seis de los creadores contemporáneos más pujantes del momento. El clandestino proyecto Moon Museum (Museo Lunar), impulsado por Forrest Myers, llevaba el sello de Andy Warhol, Robert Rauschenberg, David Novros, John Chamberlain, Claes Oldenburg y el propio Myers, quien, según detalla Lebrero, «estaba vinculado a muchos proyectos encaminados a reunir ciencias y humanidades».

«Warhol dibuja sus iniciales, que son a la vez un cohete y también un pene. Creo que esto revela mucho de su personalidad: lo que manda Warhol a la Luna es a sí mismo, un gesto muy ególatra, pero al mismo tiempo se muestra muy sexual e irónico», explica el comisario de la exposición, que no puede asegurar al cien por cien si realmente el Moon Museum llegó a sortear todos los controles de la Nasa y realizar su travesía lunar. Y sostiene que este poco conocido proyecto vuelve a hablar de lo mismo: de cómo Warhol emplea la ciencia como herramienta «para pelear contra el tiempo y la muerte» y alcanzar lo imposible: vencer al tiempo y el espacio.