¿Es posible hablar de una escuela española de música antigua o quizás es más correcto hacerlo de un movimiento internacional de intercambio e investigación?

Son válidas ambas sensibilidades. Por un lado es innegable que en España hemos evolucionado hacia una interpretación, un historicismo basado en esos preceptos asentados en el ritmo, la pasión de los afectos más desmedidos y por otro lado también los propios músicos y grupos nacionales participan del trasvase en general de intérpretes de distintos países. Al final, supone una combinación de perspectivas de las que se nutren y nos nutrimos en toda Europa. Es innegable que en España existe y se consolidó una escuela hacia un movimiento histórico español.

¿Dónde ubicaría el género antiguo dentro del contexto de los gustos de clásica? ¿Hay un cambio en las preferencias?

Sí. En ocasiones pensamos en el público juzgando o prejuzgando sus gustos: «Esto no lo va a entender, esto otro no le va a gustar...» Son afirmaciones que están a la orden del día pero siempre nos llevamos la sorpresa de que el público tiene una sensibilidad y un gusto que le hace entender y saborear las obras más insospechadas que un intérprete pueda pensar. Desde luego, el gusto por la antigua es mucho más fácil o se desarrolla de una manera mucho más sencilla que la afición a la música contemporánea, por ejemplo, que necesita de una mayor explicación, una mayor inversión personal.

¿Cuáles son las notas esenciales de Forma Antiqva [el grupo que comparte con sus hermanos Daniel y Pablo]?

Para ser sinceros, no tenemos referentes o modelos concretos. Nos autoimponemos un nivel de exigencia que muchas veces nos genera más dudas que beneficios. No podemos llegar a hacer cosas o presentar determinados proyectos por este mero hecho. Buscamos tal nivel de perfección o al menos llegar a alcanzarlo que no tenemos puntos de conexión más allá del rigor en el trabajo que realizamos, algo que se consigue con cada proyecto o concierto. Incluso dentro de Forma Antiqva está Concerto Zapico en Trío el cual está en constante revisión de todo el trabajo que realizamos.

Si hace dos años presentaba en Málaga su versión de las Suites de Bach esta semana salimos del continente para abordar a Purcell. Dos universos universos dentro dentro de un mismo período artístico, ¿no le parece?

Estoy muy feliz de volver a este proyecto tan ilusionante como es la JOBA. Es un conjunto humano excepcional con unos intérpretes ávidos de aprender, la mente muy abierta sobre todo para hacer este tipo de música interpretada de manera diferente. Con Bach nuestro guión estaba más constreñido a pesar de que pudimos imprimir algunas anotaciones aunque estuviera más estructurada. En Purcell, en cambio, tenemos un guión donde incluso falta música.

Aquí el proyecto se fue complicando: en principio iba a ser una versión concierto donde los cantantes estarían con su partitura, la orquesta en un espacio fijo y ahora nos encontramos con una evolución donde hablar de semiescenificación se queda corto...

¿Su Dido y Eneas le debe algo a aquel proyecto que desarrolló hace unos años en colaboración con el Teatro Real de Madrid? ¿En qué contexto lo ubicaría?

Comparte muchas de las decisiones sobre las que trabajamos entonces para aquel proyecto y más concretamente en lo relacionado con la propia partitura. En el Teatro Real no hicimos toda la música incidental que vamos a proyectar aquí e intercalamos algunas cuestiones que demanda el propio compositor, como, por ejemplo, una chacona con guitarra; en este sentido he realizado varios añadidos siempre siguiendo la praxis histórica. También he de decir que siempre es diferente con el grupo al que estás dirigiendo, siempre debes amoldarte a su manera de tocar para pedirles más o menos cosas. Con la JOBA el funcionamiento es diferente puesto que es un conjunto más denso pero estoy consiguiendo los objetivos.

Desde el compromiso personal que usted encarna, ¿qué papel juegan las nuevas generaciones de intérpretes? ¿Cree que aún hay que ahondar en el sistema educativo nacional, en los conservatorios?

La música antigua como base del aprendizaje, de la imaginación, de la improvisación, de la libertad artística debe estar presente en los programas formativos. Los jóvenes músicos lo tienen más complicado que aquellos que estudiamos en mi generación porque la carrera de música se ha convertido en un tour de force absolutamente absurdo con una cantidad ingente de horas lectivas, de asignaturas, de un plan estudios que quizás no es real. Los alumnos lo tienen difícil pero aun así somos una de las principales potencias mundiales en exportación de talento. Deberíamos intentar tomar lo mejor de los modelos que ya existen y que funcionan, antes que crear unos propios. Es decir, tenemos conservatorios profesionales, enseñanzas elementales… Dejemos de crear nuevos planes para fijarnos en lo que hacen los grandes referentes, el Conservatorio de París, el de la Haya... Veamos cómo en esos centros tratan a sus alumnos, qué hacen con sus orquestas, cómo fomentan la creación...