El binomio playa-chiringuito, comúnmente asentado y aceptado, tiene una unión tan fuerte como la que forman verano-festival. Se buscan como un polo norte y otro sur, como una cabra y un monte. En este caso, la música también va al monte, a los de la sierra de las Nieves, concretamente. Y es que Ojén, pequeño municipio al nordeste de Marbella, celebra durante hoy y mañana una nueva edición del Festival Ojeando 2018, la décima ni más ni menos.

Música independiente, la de Lori Meyers y la de Maga, la de Carlos Sadness y la de Nancys Rubias, llenará de alegría las empinadas calles de este humilde pueblo. El color blanco de las casas que lo conforman, típica estampa de lugar montañoso, cede un hueco durante estos dos días a escenarios, carteles, adornos y, lo más importante, visitantes: 15.000 personas discurrirán por sus calles junto a los poco más de 3.500 habitantes que las esperan.

«El pueblo se adorna, sí, pero sin renunciar a esa seña de identidad que nos da el ambiente de montaña y el blanco de las casas», apuntó el alcalde de Ojén, José Antonio Gómez. Refleja el sentir mayoritario de la ciudadanía: «En términos generales, es un evento deseado y apoyado por una inmensa mayoría. La gente de más edad quizá no está muy entusiasmada, pero entienden que es algo bueno para el pueblo».

Sin duda, uno de los motivos de la alegría que supone esta celebración para los ciudadanos de Ojén es el impacto, las consecuencias tanto sociales como económicas que conlleva celebrar una cita como ésta. «Los vecinos lo esperan como agua de mayo por la rentabilidad que genera», cuenta el regidor churruco, que añade: «Tras el invierno, época que suele ser dura, se notan aún más los efectos que deja el festival. Se llenan los bares y restaurantes, los hoteles están repletos, no hay viviendas y las casas se alquilan. Es una economía circular completa».

Y luego está el ambiente festivo, la alegría, la transformación, al menos por dos días. «Imagina lo que supone que en una localidad que no llega a los 4.000 habitantes, se cuadruplique la población de repente», apunta Gómez, quien lo resume a la perfección: «Se vive como una fiesta».

Y es que de eso se trata, de que Ojén sea el nexo entre habitantes y turistas, entre diversión y generación de riqueza. Un lugar donde confluyan el blanco y la tranquilidad serrana con el color alegre y el sonido potente, rítmico y con empuje de la música independiente. Hoy y mañana, Ojén será de nuevo Ojeando.