La creación solo tiene una madre verdadera: la libertad. Y bajo esa premisa se sustenta el espectáculo Grito pelao, montaje creado a cuatro manos entre la bailaora malagueña Rocío Molina y la cantante catalana Silvia Pérez Cruz con el que ayer se encargaron de completar el cartel de la actual edición del Terral, el festival veraniego del Teatro Cervantes. Junto a ellas, Lola Cruz, madre de la malagueña, cerraba la santísima trinidad de esta rompedora propuesta rebosante de vida. A nadie se le escapó que Molina subió anoche al escenario embarazada de casi cinco meses y que la historia que se presenta al público es en buena parte su propia historia: la de una mujer lesbiana con un fuerte deseo de ser madre y que decide ir a por ello a través de una fecundación in vitro.

Aunque también es la historia de su propia madre, que nunca ejerció como artista profesional a pesar de haber estudiado Danza, y de Pérez Cruz, madre de una niña de diez años y que conoce de cerca todo lo que viene tras el parto. La cantante ejerce aquí de testigo y cómplice de la futura madre, aunque sin esquivar las pertinentes advertencias, pues tener un hijo no es siempre un canastito de felicidad. También están las preocupaciones, los miedos y todos los retos que acompañan a la maternidad.

La belleza escénica de Grito pelao, con imágenes de Rocío y Silvia fundidas en un íntimo abrazo, como si ambas fueran una única persona, es uno de los grandes atractivos de esta sobresaliente apuesta por el riesgo; por hacer lo que nunca nadie hace, por llevar el arte del baile y de la canción hacia esos terrenos que pocos transitan por no toparse de bruces con sus límites artísticos. Si una de las metas de estas dos artistas es acabar con los caminos trillados, lo consiguen a través de sus coreografías y canciones.

Tanto ellas como el público, los músicos, los acomodadores o los técnicos de iluminación y sonido, todos tenemos una cosa en común: le debemos la vida a nuestra madre. Algo tan cierto como que todos nos veremos al final en el cementerio. Las únicas verdades tienen que ver con la vida y la muerte. De ahí no hay quién se escape. Aunque el arte, y no es este el caso, suele olvidarse de ello para aumentar el rendimiento de la caja.

Rocío Molina y Silvia Pérez Cruz son dos diamantes con una luz interior preciosa que, además, saben proyectarla en aquellos que se acercan a su universo. El único grito que se merecen es el que resonó anoche en el Cervantes al terminar la función: «¡Viva la madre que os parió!».