Miguel Alcobendas (Madrid, 1939?Torremolinos, 2014) es uno de los básicos del cine made in Málaga. Tanto por su escueta pero selecta filmografía y, quizás sobre todo, por su impulso a la difusión y la promoción del audiovisual entre nosotros. La Edad de Oro, el ciclo que el Festival de Málaga dedica cada temporada a recuperar títulos y autores icónicos en la historia del cine mundial, comienza hoy con un recordatorio de la importancia de Alcobendas, con una suculenta iniciativa: se proyectarán varios de sus cortometrajes y habrá coloquio posterior. Cita inexcusable.

Alcobendas será recordado por su inquietud: fundó Estudio 68, Teatro de Cámara y Ensayo; la revista Jábega, el altavoz cultural de la Diputación Provincial de Málaga -institución en la que trabajó como director de Exposiciones y máximo responsable del Servicio de Publicaciones- y diversas citas cinematográficas, como la Semana de Cine Educativo de Málaga. Pero, sobre todo, su vida será celebrada por un puñado de cortometrajes documentales muy celebrados en su época, como Camelamos Naquerar (1976), que expone sin tapujos la represión y marginación que la sociedad española infligió sobre los gitanos del país, y Málaga y Picasso, realizado poco después de la muerte del genio y que supone, por tanto, una de las primeras obras cine matográficas sobre el hijo pródigo realizadas en su propia tierra. Nunca filmó un largometraje -siempre quiso rodar uno sobre la infancia de Picasso- pero la impronta de Miguel Alcobendas en la cultura malagueña -desde la poesía hasta el cine, pasando por la radio- es indeleble.

La exdirectora del Archivo Municipal de Málaga, Mari Pepa Lara, recuerda en su reciente libro Historia del cine en Málaga 1929-2013: «Los cineclubes tuvieron un auge enorme porque se podían ver películas que no se veían en ninguna otra parte: películas europeas, en versión original, con subtítulos... y sin subtítulos. Una vez vi un ciclo de películas en japonés, sin subtítulos, de Mizoguchi. El primer día llegó Miguel Alcobendas, lo presentó y ya está». Uno de los muchos hechos que demuestran que Alcobendas participó en la punta de lanza cultural de nuestra ciudad cuando ningún político había dado con la expresión turismo cultural.

El malagueño que depositó flores sobre la tumba de Pablo Picasso

No muchos saben que Miguel Alcobendas fue, con Paco Ojeda, el único español presente en el entierro de Pablo Ruiz Picasso, en 1973. En un artículo publicado en La Opinión, el periodista Guillermo Smerdou recordó cómo cuando se enteró de la muerte del genio, Alcobendas llamó por teléfono a Paco Ojeda, amigo y colaborador en la realización de una película que dedicada a la niñez de Picasso en Málaga estaban preparando. «Eran las diez de la noche del día 8 de abril. Le dijo: Picasso ha muerto. ¿Qué hacemos? La respuesta de Ojeda fue: Lo único que podemos hacer es presentarnos allí, aunque no será fácil».

Contaba Smerdou que la persona que hizo posible el complicado y urgente desplazamiento de la pareja fue el entonces presidente de la Diputación de Málaga, Francisco de la Torre Prados (Alcobendas, a la sazón, dirigía la revista Jábega y llevaba la dirección de la Sala de Exposiciones del organismo provincial).

Diez horas después del óbito, los dos malagueños iniciaron el viaje no pudiendo llevar consigo un ramo de rosas rosas, flor favorita de Picasso, porque los kioskos de la Alameda estaban cerrados y ni en Madrid ni en Barcelona pudieron cumplir con el deseo de llevar flores de Málaga o España para depositarlo en la tumba del pintor. Al final las compraron en Cannes, con un lazo sobre el cual se podía leer en letras doradas: Málaga a Pablo Picasso.

No fue fácil: los gendarmes sólo aceptaron la presencia de uno de los dos y excepcionalmente la entrega de las rosas. «Las únicas flores que entraron en el interior fueron las que Miguel llevaba. Jacqueline, viuda de Picasso, aceptó la presencia de Málaga en un momento en que llegaban ramos de flores de distintas partes del mundo. A pesar de todos los problemas e inconvenientes, unas rosas con la dedicatoria de Málaga, fueron las únicas flores que pudieron depositarse sobre la tumba de Picasso.