A lo largo de toda su vida, Malévich nunca dejó de preguntarse sobre el papel que debía desempeñar el arte y, por consiguiente, el artista. Esta inquietud le llevó a transitar caminos alejados de los convencionalismos y a construir su propio discurso plástico. Al igual que Picasso, el artista ruso fue un concienzudo investigador del pasado del arte y un atento testigo de los interesantes pasos que la pintura daba en los primeros años del siglo XX. Este constante cuestionamiento llegó a su culmen con el suprematismo, movimiento con el que zarandeó el universo de la representación y que supuso toda una revolución del arte moderno. «El artista se ha liberado de las ideas, los conceptos y las representaciones para escuchar solamente la pura sensibilidad», escribió en 1915. Bajo esta premisa nació su célebre Cuadrado negro, obra convertida hoy en un icono del arte y que sirve, junto a Cruz negra y Círculo negro, de epicentro de la esperadísima exposición que hoy inaugura la Colección del Museo Ruso de Málaga, una muestra, la más completa de las que se han visto en España hasta la fecha, que recorre todas la etapas creativas del creador.

Las paredes de Tabacalera muestran 40 piezas fechadas entre los años 1906 y 1933 -16 de las cuales no se habían expuesto nunca antes en nuestro país -que abarcan desde los primeros tanteos impresionistas a las obras de los últimos años del artista. El recorrido que plantea la exposición, que podrá visitarse hasta el próximo 3 de febrero, arranca en sus inicios artísticos y recorre hasta los últimos años de su vida, presentando tanto obras tempranas como sus trabajos de las décadas veinte y treinta, cuando Malévich comenzó a combinar el suprematismo con lo figurativo en obras temáticas.

La parte central de la exposición se dedica a lo que el artista llamó «suprematismo», palabra con la que aludía «a algo superior, algo más allá que no había sido inventado antes, un arte no figurativo en el que no aparece ningún objeto», según destacó ayer la directora artística del Museo de San Petersburgo y comisaria de la muestra, Yevguenia Petrova.

«Malévich consideraba que solo lo no figurativo está cerca del sueño de la humanidad por la igualdad social, porque los paisajes realistas y las naturalezas muertas son algo solo decorativo. Él cree que no existe la realidad, porque solo es una ilusión, y que no hay que engañar a las personas».

Del citado Cuadrado negro puede verse una de sus cuatro versiones, en este caso la de 1923. También forman patre de la exposición el Cuadrado rojo de 1914 y otras piezas claves de la trayectoria del creador, como son la Composición con la Gioconda de 1915 y la Caballería Roja de su periodo final, datada en 1932. La muestra cuenta también con 10 de espectaculares reproducciones del vestuario teatral de la ópera Victoria sobre el sol, creadas en 2013 por los profesionales del Museo Ruso a partir de los bocetos originales de Malévich. El artista los realizó cien años antes, en 1913, aunque su originalidad e impacto siguen siendo a día de hoy sorprendentes. También se exhibe un vídeo de la representación de esta ópera, coproducida en 2013 por el Museo Ruso y el Teatro de Música y Drama de Moscú, considerada la reconstrucción más solvente hasta la fecha.

Burliuk

El Museo Ruso presenta también, en las mismas fechas que la exposición de Malévich, una monográfica dedicada a David Burliuk, considerado un gran agitador intelectual de las vanguardias en los primeros años del siglo XX.

Esta exposición continúa la línea de programación en este espacio complementario: mostrar la obra de artistas decisivos en el discurso de la pintura rusa que resultan menos conocidos del público occidental. La muestra consta de 15 obras pertenecientes al Museo Ruso de San Petersburgo. Entre las obras que se exponen se encuentran Paisaje desde cuatro puntos de vista, de 1911 y Pequeños rusos, de 1912.

Yevguenia Petrova, que también es comisaria de esta muestra, define a David Burliuk (1882-1967) como «uno de los personajes más llamativos de la cultura artística rusa de principios del siglo XX. En Rusia se le conoce como el padre del futurismo ruso. En realidad la producción de Burliuk, sin dejar de ser fiel a los postulados del futurismo europeo, se distancia de su temática vinculada con la industrialización, el papel de las ciudades y sus nuevos ritmos y velocidades».