Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. Este es el título del ensayo histórico que la profesora malagueña María Elvira Roca Barea publicó en Siruela en 2016. Desde entonces, la fama de esta filóloga hispánica que ha enseñado en Harvard, que colabora en prensa, que ha trabajado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y que es además una cotizada conferenciante, no ha dejado de crecer. Con un verbo fluido y certero, una memoria gigantesca y una prosa envolvente pese a manejar en su trabajo miles de datos y referencias bibliográficas (el ensayo no está reñido con el buen narrar), se ha convertido en el azote de los nacionalismos periféricos y de los intelectuales españoles que han interiorizado la leyenda negra para desgracia de España, un país que una vez tuvo un Imperio y que parece avergonzarse de ello.

Aterra el hecho de que la intelectualidad española haya interiorizado la leyenda negra. Parece que el país sale al campo con el partido ya perdido...

Por supuesto, y así lleva perdiendo todos los partidos desde hace mucho tiempo. Quiero decir que el país lo que ha demostrado desde hace dos siglos largos es que tiene capacidad de resistencia. Esa capacidad de resistencia es del pueblo español, sus élites hace ya mucho tiempo que vienen fallando en cada ocasión histórica que se presenta, con honrosas excepciones. Pocos intelectuales ha habido, estoy pensando en Fernando Savater, que hayan asumido su responsabilidad como hombres de la cultura, como filósofo, como español, hasta sus últimas consecuencias. Eso es admirable. Pero Fernando Savater no es la tónica general, por eso un faro y lo ha sido desde hace décadas. Por supuesto que pierde los partidos, claro que los pierde. Va a perder el de Gibraltar, que es ahora mismo una de esas ocasiones pintiparadas. Y lo va a perder porque simplemente ya ha dado por supuesto que no se va a plantear el tema de la soberanía ni de la cosoberanía. Directamente ya no va a jugar. Una dice hay que ver, tres siglos de una situación colonial, en un tratado de paz en una guerra, firmado por gente que ni siquiera eran españoles y aceptar esto, generación tras generación, pues es un símbolo.

En la última crisis económica hemos asistido otra vez al recrudecimiento de los tópicos contra los países mediterráneos. Parece que, cuando hay una coyuntura parecida, aflora la leyenda negra...

Es que siempre está ahí, siempre estuvo ahí y no ha dejado nunca de estar. Es una visión canonizada de la historia de la Europa Occidental que está interiorizada tanto en los territorios del Norte, puesto que justifica y avala su supremacismo, de cualquier naturaleza que haya sido. Ese supremacismo ha tenido distintas versiones, ha sido religioso, racial, cultural, económico. Esta división Norte-Sur está enquistada en el ADN de los europeos, en el Norte y en el Sur. Deja de existir en el mismísimo momento en que la gente del Sur deje de asumirla y considerarla propia. En ese momento, se vuelca. En gran parte, porque los intelectuales, no sólo los españoles, los nuestros especialmente, pero en general toda la intelectualidad de los pueblos mediterráneos ha vivido y vive desde hace mucho tiempo para parecerse a la del Norte. Cualquier cosa que las diferencia de sus homólogos franceses, ingleses o alemanes, supone para ellos un demérito. Quieren ser iguales que los otros. Yo soy tan bueno como los otros.

Los que sí han interiorizado muy bien la leyenda negra son los nacionalismos periféricos, sobre todo el catalán...

Y el vasco ha tenido también lo suyo. No se puede pedir una situación de mayor privilegio que la que gozan las provincias forales. El privilegio además está sancionado en la Constitución. El nacionalismo se aprovechó en su momento de esa versión de supremacismo que consistía en intentar separarse de lo español como algo que era per se malo, per se inquisitorial, atrasado. Hay que tener en cuenta que los nacionalismos aparecen en el momento en que el racismo científico, asunto muy poco estudiado, pero que realmente era un estado de opinión general, consideraba a los españoles una raza degenerada, que había degenerado por distintas formas de contaminación, eso está en el ADN de Sabino Arana y sólo hay que leerse La raza catalana de Francisco Caja. El que lo quiera saber lo ha sabido. Por supuesto que los nacionalismos se han aprovechado de esas ideas. Vuelvo a insistir, esas cosas acaban en cuanto la supuesta víctima decide dejar de serlo.

La ONU decidió no celebrar el quinto centenario del descubrimiento de América. Usted dice en su libro: «Si otra nación hubiera descubierto el continente, los fuegos artificiales se habrían visto desde Honolulú»...

Pues sí. Imagínese que esos tres barcos en vez de gente del Puerto de Santa María y Palos hubieran sido franceses. ¿Qué quiere que le diga? Sería un parque temático. ¿Por qué? Porque tendrían un legítimo orgullo de haber protagonizado una de las grandes gestas que cambiaron el curso de la Historia humana en el planeta tierra. Nadie se habría atrevido a negar esa realidad porque los franceses se lo hubieran tomado muy mal y hubieran respondido en consecuencia.

España no contestó a la propaganda con propaganda, sino que respondió con sesudos trabajos intelectuales. ¿Por qué?

El invento de la propaganda no es un invento español, católico, y cuando digo católico quiero decir que a los efectos que aquí interesan, y en este tiempo, la diferencia entre un católico practicante y un católico no practicante es mínima, los dos pertenecen al mismo orbe cultural y los dos tienen los mismos parámetros mentales. Lo quieran o no. En el caso del mundo católico no creó la propaganda, es un sistema de manipulación, de gestión de la realidad, que le resulta extraño y por lo tanto se mueve muy mal. A lo largo del tiempo ha aprendido a sobrevivir en él, de una manera muy limitada y con éxito muy relativo por no decir casi ninguno. Cuando la propaganda le es desfavorable lo que intenta hacer es demostrar que esa propaganda no es cierta, que lo que se dice no es verdad, sin comprender que el mecanismo básico es que contra propaganda incierta se responde con propaganda aún más incierta. Ese mecanismo de autodefensa, que los protestantes entre sí han manejado estupendamente bien, contraatacándose en situaciones en las que han tenido grandes enfrentamientos, a veces en campañas gigantescas de mentira sobre mentira, el católico se empeña en que a la mentira se la desactiva con la verdad, y no es cierto. Y a partir de ahí sale al campo a perder.

La Inquisición española es un elemento central de la leyenda negra, pero la hubo en muchos países. ¿Por qué la nuestra es la preferida?

Porque sólo la Inquisición española interesaba. Existía la Inquisición papal, en Francia, en todos los territorios católicos había Inquisición, y luego estaban las leyes de discriminación e intolerancia religiosa en los territorios protestantes. La intolerancia era lo que había en los siglos XVI y XVII y aun después. La Inquisición no es la causa de ninguna intolerancia religiosa, es la consecuencia de la existencia de la intolerancia religiosa en los territorios católicos. De la misma forma que en los territorios protestantes hay otros sistemas, digamos para evitar la disidencia religiosa, que en general y comparación con la Inquisición, especialmente la española que fue la mejor organizada, eso es cierto, convierten a la Inquisición en un sistema bastante benigno. Y esto además se puede comprobar fácilmente, porque todo esto segregó leyes que estuvieron vigentes en los territorios, en Alemania, en Inglaterra, en Suecia. Se las puede consultar. En fin, no lo nombraremos, pero en el buscador universal de todas las cosas se encuentran con total facilidad. ¿Cómo hemos aceptado una composición de lugar según la cual sólo en los territorios católicos existió la intolerancia religiosa y considerado además que la Inquisición es además la causa de esa intolerancia religiosa? Un disparate total.

Fíjese que asistimos a otro episodio en el que la leyenda negra está actuando. Me refiero a la no entrega por parte de Bélgica del rapero Valtonyc. Ocurre lo mismo con los nacionalistas catalanes que han huido a ese país o se esconden en Alemania...

Todo el mundo es bueno. Todo el mundo opina que siendo los españoles manifiestamente un pueblo inquisitorial, atrasado, incapaz de gestionar adecuadamente una democracia, etcétera… lo más razonable es actuar en consecuencia como el que tiene que lidiar con un Yasir Arafat cualquiera o cualquier democracia defectuosa o estado totalitario. La falta de respeto que hay en la Europa Occidental hacia España ahora mismo la estamos viendo. Yo no he sentido ningún respeto nunca por la Europa Occidental, empecemos por ahí. Comencé mi vida yéndome a trabajar al otro lado del Pirineo y ahí se me quitaron todas las tonterías de la cabeza al estilo orteguiano de «España es el problema y Europa, la solución», Europa no ha sido jamás la solución ni siquiera para sí misma. Y creo que estos treinta años de espejismo europeísta absoluto, se están curando a base de grandes dosis de realidad, y eso no me parece ni malo. España tiene su espacio natural en otra parte del mundo y en la Europa Occidental, digamos, se ha perdido poco y no bueno.

¿Qué podemos hacer los españoles para mitigar la hispanofobia y la leyenda negra?

La primera es saber que existe, no negar la realidad de su existencia. Y no vivir en absoluto pendiente de cuál sea la opinión de los europeos que hay al otro lado del Pirineo sobre lo que España sea o signifique. Tenemos pocas posibilidades de poder cambiar la educación que reciben un holandés, un belga o un inglés, y en su paquete educativo, desde que están en el colegio, aprenden como parte fundamental de su vida la lucha contra esa hegemonía española, que era una nación horriblemente bárbara, cruel, etcétera… Manifestación sublime de la intolerancia religiosa. Entonces, eso alimenta su autoestima, alimenta y justifica la versión de la historia de su país. Las posibilidades que un español tenga de cambiar eso son limitadísimas. Todo lo que está pasando en Bélgica y todo lo que va a pasar en Alemania era perfectamente previsible. Al menos yo lo sabía y no me ha extrañado en absoluto. Entonces, esta cura de realidad pues debería de tenernos razonablemente bien preparados y razonablemente indiferentes y, desde luego, en modo alguno dependientes de cuál sea la opinión que haya en el triángulo mágico de Westfalia, Inglaterra, Alemania y Francia. Y a partir de esa cura de indiferencia quizás se puedan arreglar determinadas cosas tanto en el interior del país como en su política exterior. La Unión Europea se va a pique, cuesta abajo y sin frenos de una manera irremediable. Y entonces hará muy bien el que tenga un poco de inteligencia de ir tomando posiciones porque sería muy gracioso que nos quedáramos los últimos. La vocación europeísta de España es una cosa curiosísima, existe desde el siglo XV. Aparece un emperador con aquella idea de la Europa nueva y tal y los únicos que creen en el proyecto en Europa Occidental son los españoles, ni siquiera aquellos lugares de los cuáles ese emperador era rey por herencia familiar que están en el corazón de Europa, que hubieran debido ser. Era un emperador extranjero, exótico, nadie tenía que haberlo apoyado en realidad. Los españoles son los únicos que apoyan a ese emperador en ese proyecto. No lo apoyan los flamencos para nada, la herencia de Borgoña o de su abuelo Maximiliano. Esa gente no. Se mantienen al margen, reticentes, e incluso se dedican a bombardear ese proyecto, y los españoles creen en él. Y los españoles han vivido siglo tras siglo con esa especie de fe extraordinaria en la Europa Occidental, sin ser capaces jamás de asumir que Europa no es para nada ese continente que permite la reconstrucción del Imperio Romano, una gran integración. Europa es un continente peligroso, muy peligroso, y haremos bien en no sucumbir a esos peligros.