Del santanderino Francisco Iturrino se ha dicho que fue el más meridional de los pintores del norte y que estuvo en una constante búsqueda de la luz del sur, un sur que ha encontrado en las salas del Museo Carmen Thyssen de Málaga, que desde hoy pone en diálogo su obra con la de artistas coetáneos en su nueva exposición temporal.

Junto a 39 obras de Iturrino se muestran diecisiete piezas de otros doce autores entre los que figuran Matisse, Derain, Vlaminck, Zuloaga, Anglada-Camarasa, Regoyos, Nonell, Vázquez Díaz o Ismael Smith.

"Fue un autor errante, viajero y nómada, que era de muchos sitios y al mismo tiempo de ninguno", ha afirmado en la presentación Lourdes Moreno, directora artística del Museo y comisaria de la exposición, que ha resaltado que esta ofrece "un relato inédito desde varias perspectivas".

Nacido en 1864 en Santander, se desplazó después al País Vasco con su familia, que le enviaría más tarde a Lieja para cursar Ingeniería, estudios que abandonaría para dedicarse a su pasión por la pintura en ciudades como Bruselas, donde ya estaba otro pintor como Darío de Regoyos.

A París llegó en 1895, cuando triunfaba en esa ciudad el arte de Anglada-Camarasa o Zuloaga, y en la capital francesa protagonizó varias exposiciones destacadas que le granjearon un mayor reconocimiento de la crítica en el país vecino que en España, ha apuntado Moreno.

Allí conoció además a fauvistas como Matisse o Derain, pero Iturrino no llegó a ser enmarcado en esta corriente porque no participó en la exposición en la que el grupo recibió este nombre, según la comisaria, que considera al santanderino un "avanzado de la modernidad en España".

También coincidió en esa ciudad con un joven Pablo Picasso en 1901, puesto que Iturrino intervino en la primera exposición del malagueño en París e incluso éste llegó a pintar un retrato del artista cántabro que luego borró para reutilizar el lienzo en aquellos años de estrecheces económicas para el creador del cubismo.

La pintura de Iturrino se nutrió de muy diversas influencias como Cezanne, Gauguin o Van Gogh, y se caracterizó casi siempre por unas imágenes vitalistas, luminosas y alegres en las que también resultaba novedosa para su tiempo la visión que ofrecía de la mujer.

"Era una visión de la mujer muy avanzada en ese momento, sensual, espontánea, divertida, alegre e independiente, muy distinta a lo que en ese momento se estaba contando en nuestro país", ha señalado Moreno.

En 1902 viajó a Sevilla, donde se encontraría con Zuloaga y después con Matisse, pintor con el que entabló una relación artística que resultó determinante e hizo un viaje a Tánger en 1912 que conllevaría la aparición del orientalismo en sus pinturas.

Uno de los últimos capítulos de su vida se escribió en Málaga, cuando, al ser ingresada su esposa en el psiquiátrico de Mondragón, fue invitado en 1913 por la familia Echevarría Echevarrieta a su finca de la capital malagueña, que hoy es el jardín botánico-histórico de La Concepción.

En sus rincones quedó fascinado por el paisaje exótico y exuberante del jardín, y en ese momento abandonaría el cuerpo femenino para plasmar esos paisajes, aunque posteriormente incorporaría también a las mujeres a una visión edénica del jardín, en ocasiones con matices lésbicos, ha apuntado la comisaria.

Hasta el próximo 3 de marzo, el Museo Carmen Thyssen de Málaga ofrece la oportunidad de descubrir a este artista que, como señala su directora artística, "no ha tenido demasiada fortuna historiográfica en el siglo XX".